Quizás suene repetitivo que cada 13 junio desde hace casi más de tres lustros celebremos al unísono que la Real Sociedad volvió a Primera División. Aquella lluviosa tarde en Anoeta donde 33.000 personas lloraban dentro mientras 10.000 hacían lo propio fuera del estadio nunca dejará de tener la mística que adquirió desde el primer minuto. No fue un ascenso. No fue un cambio de categoría. Fue una reinvención de lo que llevaba siendo la Real una década. Algo que casi nadie ha logrado.
La Real se puede sentir muy afortunada de lo que es hoy a posteriori de su ascenso. De los 45 ascensos que se han sucedido desde el año 2008, primero de la Real en Segunda, solo se han mantenido en primera una década la propia Real (2010-?), el Celta (2012-?), el Villarreal (2013-?) y el Betis (2015-?). Tres de los cuatro han sido campeones esta década, dos de Copa y uno de Europa League. El resto no ha sido capaz de aguantar hasta hoy, o no llevan lo suficiente en Primera División como para tenerlos en cuenta. Desde el 2010 solo 6 equipos no han descendido (Real Madrid, Barça, Atlético de Madrid, Valencia, Sevilla, Athletic y Real Sociedad).
Pasar por Segunda no es reinventarse, más bien todo lo contrario. En los aficionados más jóvenes de la Real se ha instaurado la certeza de que el paso por Segunda significó el reset de la Real para convertirse en lo que es hoy. No puede estar más lejos de la realidad ese pensamiento. El caso txuri urdin no es sino la excepción más tóxica que existe. La más irreal. La más injusta con la realidad de todos los equipos que bajan al pozo todos los años con gestiones parecidas a la que llevó a los nuestros a Segunda. Que se lo cuenten a Depor, Zaragoza, Espanyol, Racing de Santander, Real Oviedo, Málaga, y otros tantos. La Real es una privilegiada por haber encontrado la tecla rápido, en casa, y de forma tan contundente.
Pero en lo emocional sobre todo, el 13 de junio es inolvidable. Y nunca debe serlo. En esta vida se pueden lograr muchas cosas, pero no hay mayor éxito que volver a encontrarse con uno mismo tras perderse en lo más bajo. Sin identidad. Sin alma. Sin proyecto. Ese día se puso punto y final a una Real podrida que moría para ver nacer a la gloriosa que conocemos hoy en día. Por eso hay ascensos se celebran tanto o más que los títulos. Aquel 13 de junio volvimos a ser nosotros. Y cada año hay que celebrarlo. Porque es una manera de mirarse al espejo y recordarse a sí mismo el lugar que nunca queremos volver a pisar.