A la derecha española se le ha hecho larga la campaña. Al menos es lo que se desprende de la concatenación de acontecimientos de la última semana. Todo lo contrario que a la izquierda que, o disimula mucho, o encara la cita electoral de hoy en el Estado con aires de remontada tras el batacazo del pasado 28-M, que auguraba un nuevo e inquietante cambio de ciclo. Pedro Sánchez y sus aliados confían en una masiva participación que eche el traste toda la demoscopia –excepto la del CIS– y prolongue su estancia en La Moncloa en una remozada coalición junto a Sumar y los socios del bloque de la investidura, en un contexto donde no pocos temen que la llegada del PP al poder uniendo su destino a Vox para alcanzar la mayoría absoluta suponga un recorte de derechos y libertades, a tenor de los pasos que ambos han protagonizado ya en las instituciones donde se han coaligado. Sentimiento compartido por una gran parte de la ciudadanía vasca, en la CAV y Nafarroa, que mira a estas generales con mucho menos desapego que en ocasiones precedentes pese a la polarización que se ha respirado. A ello hay que añadir el particular duelo soberanista entre PNV y EH Bildu a menos de un año para las autonómicas en Euskadi.
¿Remontada o espejismo?
“Nos caímos y nos levantamos, pedaleamos contrarreloj y cruzamos todas las metas volantes, subimos todos los puertos inimaginables y nos quedan unos metros para llegar al sprint final”. El PSOE afronta la jornada henchido de fe tras una campaña ciclotímica donde ha pasado por todos los estados de ánimo: desde la depresión que le supuso perder la vara de mando en numerosos ayuntamientos y autonomías hasta la euforia desatada tras los continuos tropiezos del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, pese a que éste alzó el telón dejando a Sánchez oteando la lona en un cara a cara que aderezó de “inexactitudes” y medias verdades, cuando no falsedades. Nada más convocar elecciones, sin hacer aún la digestión de lo que horas antes había ocurrido, el líder socialista diseñó una agenda donde apostó por recorrerse todas esas esferas mediáticas de ideología contraria a la suya para “desmontar las mentiras” del PP y su operación contra el sanchismo. Pese a gozar de escaso respaldo público de sus barones y antiguos líderes, y aunque el expresidente Zapatero se ha dejado hasta el aliento en su defensa; sus apariciones parecían surtir efecto hasta que tropezó en ese debate a dos al que únicamente se ha prestado Feijóo. Por inesperada, y por las elevadas expectativas puestas, la caída fue mayor. Hasta que llegó la ayuda del rival.
Y es que desde el pasado lunes el gesto de Feijóo comenzó a torcerse cuando todo el viento soplaba de cara. Descarriló en una entrevista en la televisión pública de la que reniega y en la que se enredó con la revalorización de las pensiones e insistió en que el bulo de la no colaboración del Ejecutivo en la investigación del espionaje lo leyó en un teletipo que no supo identificar. A partir de ahí, todo le fue de mal en peor, más aún con su empeño en renunciar a explicar su verdadera relación con el narcotraficante Marcial Dorado, del que en principio dijo que desconocía sus actividades delictivas y de quien ha terminado diciendo que era un “contrabandista”. A ello se añaden sus lapsus geográficos y sus deslices machistas –contra la vicepresidenta Yolanda Díaz–, como cuando justificó la violencia de género practicada por un dirigente de Vox porque tuvo “un divorcio duro”. En Génova nadie duda de que el PP será la lista más votada, de ahí que todo apunta a que les baste con una mayoría suficiente para reclamar el poder, saltándose la regla de la mayoría parlamentaria (de 176 escaños) fruto de los acuerdos, que también han puesto en duda. Los días en que los populares soñaban con sobrepasar los 160 escaños, apelando al voto útil, para reclamar la presidencia quedaron aparcados y nada hace prever que, en el mejor de los casos, no tengan que depender de la ultraderecha.
El tercero en discordia
El sendero de Vox ha discurrido con un tira y afloja con el PP en sus matrimonios de conveniencia en las comunidades, donde varios de sus dirigentes negacionistas y homófobos han aireado la peor de sus esencias sin que su socio haya querido darse por enterado. Santiago Abascal, errático en el debate a tres del que se ausentó Feijóo, baja que no supo aprovechar, no oculta que el precio de una alianza en el Gobierno sería ocupar la vicepresidencia y carteras tan marcadas como Educación o Cultura, mientras entierran políticas de Igualdad en las que no creen pese a que la violencia de género campa a sus anchas. Desoye la baja de diputados de algunos sondeos pero reconoce que la ley D’Hont les puede hacer perder escaños aún con el resultado de 2019, a sabiendas además de que ocupar la tercera plaza puede ser determinante.
Un objetivo que le quiere arrebatar Sumar. Calmadas las revueltas aguas tras la exclusión de Irene Montero de las planchas de este nuevo movimiento de izquierdas impulsado por Díaz, y tras una campaña gris, el arrebato final en el debate en TVE cargó las pilas de la ministra de Trabajo y de su equipo, a quien se le ha visto en un segundo plano, no digamos ya a Podemos, prácticamente desaparecido de la escena más allá de alguna aparición de Ione Belarra. El tándem Sánchez-Díaz es el más cristalino en este horizonte de incertidumbre donde este proyecto reivindica sus logros en materia social en la pasada legislatura, más allá de la polémica ley del solo sí es sí con el que la derecha ha buscado combatir, día sí día también, contra el gabinete de coalición. “Esto va de ti, no va de ellos, de quienes quieren que retrocedamos 50 años atrás. Frente a su odio, nuestra dignidad, nuestras sonrisas”, se ha desgañitado en advertir Díaz, segura de poder arrebatar escaños clave a los ultras en numerosas circunscripciones.
Por lo demás, reproches cruzados, polémicas estériles gestadas desde la derecha como la del voto por correo, que bate registros, o la posibilidad de establecer peajes en las autovías han acaparado titulares al margen del tradicional raca-raca de los apoyos de Bildu o el grosero uso de PP y Vox del lema Que te vote Txapote, que ha dividido a las víctimas. Todo, en un contexto donde no se descarta que de las urnas puede salir un bloqueo que conduzca a la repetición electoral. ERC, aunque avisa de que pedirá un precio mucho mayor en forma de derecho a decidir, y EH Bildu, que ya ha adelantado que su primer fin es impedir que la ola reaccionaria se adueñe de Moncloa, parecen aliados seguros de Sánchez, mientras que el PNV, erigido en “la voz de Euskadi”, reitera que no es “muleta de nadie” pese a sus pactos con los socialistas en las instituciones vascas y su etiqueta de “socio preferente”. Desde luego, si de Junts dependiera el umbral de la mayoría, no sería de extrañar que se produjeran nuevos comicios en periodo navideño.
La batalla vasca
Circunscribiéndonos exclusivamente a la perspectiva vasca, los jeltzales y la coalición soberanista vuelven a dirimir fuerzas después de un 28-M que ensanchó la sima en sus relaciones. Mientras Bildu se empeña en airear que se ha abierto “un nuevo ciclo” que tendrá como estación central la contienda por Lehendakaritza, el PNV le afea su obcecación por alinearles con el PP tras el desenlace de lo ocurrido en Gasteiz o Durango, así como la estrategia de abrazarse al ámbito español anteponiéndolo a la soberanía vasca que el partido de Arnaldo Otegi predica. Los sondeos en la CAV apuntan a un triple empate entre PSE, PNV y Bildu, un ligero crecimiento del PP y un retroceso de lo que era la parcela de Podemos, a expensas de qué decide la sociedad vasca como voto útil. En Nafarroa, donde la conformación de un nuevo Ejecutivo de Chivite parmanece aparcada, UPN puede quedar fuera del tablero en favor de populares y socialistas, y de una coalición abertzale que retendría asiento.