Alejandro Latorre tiene muy claro que nunca es tarde en esta vida y que nada es imposible cuando se tienen ganas. Por eso, cuando se jubiló, ya pasados los 65, decidió retomar la carrera de Medicina que había emprendido a comienzos de la década de los 70. Este chileno de origen, pero vasco de alma y adopción después de más de medio siglo residiendo en Euskadi, llegó aquí con 21 años para estudiar Medicina. “En mi país, en aquellos años, estaban las cosas muy raras. Fue la época de Allende y al poco tiempo ocurrió el golpe de estado de Pinochet”, cuenta. Llegó solo, con el único objetivo de ser médico. “En aquel tiempo solicitabas el acceso a la Universidad, y te pedían que eligieras tres universidades pero te enviaban mayoritariamente al País Vasco porque acababa de abrir la Facultad de Medicina”. Estuvo estudiando tres cursos, y cuando iba a arrancar su formación en el hospital de Cruces, la vida le dio un giro de 180 grados y abandonó. “Había problemas familiares y tuve que parar”, revela, parco en detalles.
Durante más de cuatro décadas, tuvo aparcada la carrera, pero el tiempo libre que se gana con la jubilación puede ser perfecto para titularse en la carrera universitaria con la que uno siempre ha soñado. “Decidí volver a estudiar. No soy deportista, no me justa ir de juerga, mis hijos ya se habían independizado porque me divorcié y me hice cargo de ellos, y tuve claro mi objetivo”, señala.
Así que dicho y hecho. Ejemplo vivo de que nada es imposible cuando sobran las ganas, le validaron los tres cursos que ya había realizado, y cursó 4º, 5º y 6º en el Hospital de Cruces. “Eso es vocación, sí señor”, le decían los profesores con los que se cruzaba, con una palmadita en la espalda. De esta forma llegó a la meta y se graduó con la friolera de 70 años. Aunque el récord pasó inadvertido. “¿Qué sucedió? Que fue la época del covid. No hubo actos públicos, no hubo despedidas, no hubo nada. Terminamos la carrera y adiós muy buenas”.
Con el juramento hipocrático muy presente, asegura que tiene mucho respeto por los pacientes. No piensa en ejercer porque debido a todas las hojas de calendario acumuladas cree que sus capacidades pueden no ser las mejores, ni la atención, la ideal. “Además yo mismo, por mi edad, soy cada vez más paciente”, asegura Latorre, recordando que tiene una pequeña intervención ocular pendiente para septiembre.
El reto de sacar el MIR
Decidido a que nadie le diga nunca que llega tarde, Latorre sopesa ahora muy seriamente hacer el MIR, una prueba casi despiadada. “Soy consciente de que tendría que focalizarme por completo en ello. Me tengo que centrar un año con academias y además. Y estudiar una media de diez horas diarias seis días a la semana”, dice, regodeándose en el placer de aprender.
Y eso que ya casi no le da importancia a su hazaña porque han pasado tres años. Lo que sucede es que cuando otros se toman, en su juventud, un año sabático para reflexionar y hacer una pausa antes de estudiar, él se la tomó después de sacar la carrera. “Empezó siendo un viaje a Chile para visitar a la familia, luego fueron unas vacaciones, y así ha ido pasando el tiempo hasta ahora que estoy pensando seriamente en el MIR”. “Estos días se ha conocido que una persona con 91 años se ha licenciado en Económicas, ¿por qué yo no puedo hacer el MIR?” bromea.
Desde luego no tendría mayor inconveniente a tenor del buen rollo que ha mantenido con sus colegas jóvenes. “A veces me confundían con el profesor, pero nunca tuve ningún problema. Lo que, desde luego siempre sucedía es que era el más mayor del grupo de las visitas en las habitaciones”, indica. E indefectiblemente si los pacientes o los familiares querían exponer alguna duda se dirigían a él porque la veteranía es un grado y pensaban que Alejandro era uno de los médicos responsables.
No en vano era un alumno aventajado. Tenía a su favor que había dedicado toda su vida a la salud porque fue auxiliar sanitario en la medicina privada. “Siempre he estado en contacto con pacientes, por eso este último tramo fue todo lo que me esperaba”, confiesa, aunque eso no le ha eximido de hincar mucho los codos.
Latorre asegura que a los sesentaytantos años enfocó los estudios de forma muy parecida a cómo los había iniciado. “Es cierto que hay muchos más avances tecnológicos y médicos, mejores tratamientos, y que tuve que repasar todo el temario, pero los enfermos siguen necesitando lo mismo”, opina el doctor Latorre, que si hubiera tenido que elegir una especialidad, se hubiera decantado por la Medicina Interna.
“Mis hijos siempre me animaron a terminar la carrera, pero no lo pude hacer. Así que ahora están muy orgullosos”, destaca, casi más contento por ellos que por él mismo.