Game over. Se acabó el Mundial para Mikel Oyarzabal. Desde el propio club reconocen que es casi seguro que no pueda entrar en ninguna convocatoria de los partidos que le quedan a la Real antes de que el 11 de noviembre Luis Enrique ofrezca la lista de 26 jugadores que disputarán el próximo Mundial de Catar (en la pasada Eurocopa prefirió llevarse solo a 24). Unas molestias lógicas y habituales en la fase final de la recuperación de una lesión tan grave están retrasando la definitiva reintegración al grupo del eibartarra que, dada su madurez y sensatez, es plenamente consciente de su situación y de que no va a llegar a tiempo. El requisito sine qua non para poder aspirar a la gran cita de países era haber entrado en la dinámica de su equipo y haber figurado en convocatorias y alineaciones de Imanol. Como esto no lo ha podido cumplir, por mucho que el seleccionador esté tan enamorado de su fútbol como nosotros y lo haya reconocido sin tapujos públicamente, la puerta no puede abrirse para un futbolista al que las lesiones, principal enemigo de sus respectivas carreras, le van a dejar sin la gran oportunidad de su vida.
Sí, lo sé, gran parte de los aficionados piensan que mucho mejor para la Real, pero, aunque en parte pueda estar de acuerdo, a mí al menos me acecha un sentimiento empático y me duele que uno de nuestros jugadores se quede sin jugar todo un Mundial en una edad perfecta, 25 años, y cuando era una de las figuras de la selección. No hay que olvidar que, a pesar de lo que opinen los amargados de siempre, que solo tienen ojos para los que militan en los clubes gigantes (cada vez soy más partidario de que se vayan a la Superliga, pero con la cláusula obligatoria de que nos dejen en paz y no participen en la Liga), en la fase final de la pasada Copa de Confederaciones se erigió en la gran estrella de España. Un Mundial es un tren que pasa cada cuatro años y nunca vas a saber lo que te deparará el futuro, por lo que entiendo la frustración, el disgusto y la tristeza de un jugador que va a necesitar más que nunca nuestro cariño. Nada que no se haya ganado ni que nos vaya a salir forzado.
Pero, apreciado Mikel, a pesar de que soy consciente de que no encuentras consuelo ni probablemente lo haya, debes ser capaz de mirar atrás y constatar que estas recuperaciones precipitadas e in extremis casi nunca han salido bien. Salvando las distancias, me refiero al caso de Ronaldo en 1998 cuando horas antes de la final del Mundial ante Francia sufrió una especie de ataque epiléptico, con convulsiones en el suelo: “Estaba morado, tenía la lengua volteada, resoplaba. Le desenrollaron la lengua, lo bañaron y lo hicieron dormir. Cuando llegó la merienda previa al partido, todos sabían que Ronaldo había tenido una convulsión, menos él. No era consciente de ello”, contó Edmundo, quien estaba llamado a sustituirle en el once en el caso de que no se recuperara.
Cuando llegaron al comedor, se mascaba la tirantez: “Él se sentó, todos estábamos tensos, tomó un trozo de pastel, un zumo de naranja, lo recuerdo como si fuera hoy. Estaba hablando por teléfono. Leonardo dijo: Este tipo no está bien, se va a morir en la cancha. Se le veía raro, un poco en las nubes. El cuerpo técnico dijo que no jugaría, que iría al médico. Lo convencieron de que se hiciera las pruebas en un hospital de París. Zagallo comentó que Ronaldo no iba a estar y que yo iba a ser decisivo esa noche. Me animaron todos, era un grupo sensacional, por eso no me rendí durante todo el torneo”, prosiguió el delantero.
Ya en el estadio, cuando repartieron la hoja de alineaciones, los periodistas brasileños no daban crédito al constatar que no figuraba El Fenómeno: “Yo estaba tranquilo, concentrado, incluso antipático. Fuimos al estadio, llegamos dos horas antes, cada uno hacía lo suyo. Hay gente que se cambia y calienta, a mí me gustaba quedarme en la mía, cada uno con su ritual. Zagallo nos decía vamos, vamos. Salió el once y yo era titular. Entonces entró Ronaldo acompañado de uno de los médicos; todos estábamos felices de verlo bien. Se reunió con Zagallo, los asistentes Américo Faria y Lídio Toledo durante cinco o diez minutos. Cuando salieron, el entrenador me dijo que Ronaldo sería titular, que me lo tomase con calma”. Lo que sucedió después forma parte de la historia. La selección de Zidane arrasó a Brasil, que, en teoría, partía como favorita (“de diez partidos les ganábamos ocho”, sentenció Edmundo, que de autoestima siempre ha andado fuerte) y Ronaldo pasó como un fantasma por el estadio de Saint-Denis. Lo esperado cuando un jugador no está preparado para afrontar una cita de semejante exigencia. Y lo que es peor, quedó marcado para sus compatriotas hasta que logró resarcirse con el trofeo en Japón en 2002.
No me olvido de todos esos futbolistas que forzaron problemas musculares para jugar otras finales, como Diego Costa en la final de Champions Real Madrid-Atlético de Lisboa, y que se vieron obligados a abandonar el terreno de juego a los pocos minutos, con el consiguiente perjuicio para su equipo. Pero si hay un caso que admite comparación con el de Oyarzabal es el de Fernando Torres en el Mundial 2010 de Sudáfrica. El de Fuenlabrada se lesionó el menisco externo en un duelo con el Liverpool frente al Benfica el 8 de abril del 2010 y la gran cita arrancaba el 11 de junio. Como no tardó en tomar la decisión de pasar por el quirófano vía exprés, la prensa británica le señaló al acusarle de borrarse de la campaña red por su selección: “La lesión se produce en el minuto 2 del partido contra el Benfica. Jugué lesionado 85 minutos. Si hubiera pensado en el Mundial y en España hubiera pedido el cambio. No fue así, quería llegar con mi equipo a la final de la Europa League”. Es más, marcó dos goles. Él era así en Anfield.
Desgraciadamente en el Mundial no le fue tan bien. Perdió su condición de indiscutible, en la semifinal Pedro le impidió entrar de nuevo a la gloria al no darle un pase para que la empujara y, en la final, cuando corría una contra, ya con el 1-0, se rompió. “Pensé que era algo muy grave porque había tenido muchas roturas, pero ninguna fue como esa. No me lo podía creer. No quería ni abrir los ojos. Cuando lo hice estaba en el vestuario. En el momento en el que acabó el partido quería volver, pero no podía. Al final lo hice acompañado del doctor Cota”. Él mismo se hace la pregunta en el Informe Robinson: “¿De verdad merecía la pena tanto sufrimiento por ganar esta Copa? Para mí, sí”.
Pero Mikel, en este caso hay tres circunstancias que desaconsejan arriesgar tanto. Una, que tu lesión es mucho más grave, con todo lo que ello implica; dos, que aquella España era campeona y gran favorita, no como la actual; y tres, que el Mundial se juega en noviembre-diciembre, lo que significa que si te rompes, no podrás defender la txuri-urdin en enero. Con lo que a ti te gusta y con lo que nos gusta a nosotros. No puede ser más injusto lo que te ha pasado, pero tu sitio está aquí, con tu gente y el equipo de tus amores. Sufrimos contigo, lloramos contigo y estamos en vísperas de resucitar contigo para disfrutar tanto o más que antes de aquel maldito 17 de marzo. Siempre a tu lado. El escudo echa de menos tus besos. ¡A por ellos! l