Todo comenzó en su presentación como nuevo entrenador del Rayo Vallecano. Yo le conocía de vista, ya que veraneaba en las mismas playas malagueñas en las que lo ha hecho mi familia desde que tengo recuerdo. Siempre con un moreno envidiable, al más puro estilo Xabi Prieto, y con un porte y unos trajes de baño coloridos pero con mucho estilo. En resumen y dicho sin retintín y como elogio, un bilbaino de toda la vida. Era ya el ocaso de su carrera, en la temporada 2002-03 (de hecho fue su última aventura en los banquillos) y, como no quería salirse de la rueda de entrenadores por el peligro que podía conllevar, algo que no tardó en comprobar, aceptó un reto complicado de un proyecto a la deriva en Segunda División que acababa de despedir a Julen Lopetegui, en la que fue su primera y breve experiencia como técnico profesional.
La anécdota del estreno de Txetxu en Vallecas se produjo cuando fue saludando a los pocos periodistas que cubrían la información franjirroja: “Soy muy malo para los nombres, me disculpo de antemano si no los recuerdo”, dijo justo cuando llegaba mi turno. “Estoy seguro de que del mío te vas a acordar; soy Mikel Recalde, de Donostia”. El comentario le hizo gracia y como había una cámara de Telemadrid salimos tanto en los telediarios como en programas deportivos y los clásicos de zapping, en los que sacaron mucho partido a la conexión vasca. En la primera entrevista que le hice le conté que le conocía de la playa y desde la siguiente vez que coincidimos entablamos una relación muy cordial y cercana a pesar de que pasábamos muchos meses sin vernos cuando regresábamos a casa. Imagino que para que una estrella tan grande y brillante me abriera las puertas de su vida de forma tan sencilla me benefició que supiera que mantenía una muy buena amistad con Iñaki Sáez, uno de sus viejos compañeros de batalla de aquel valiente Athletic de los 70 que luchaba por todos los títulos.
En el momento en el que entrabas en su círculo, Txetxu era un tipo admirable y desmontaba desde el minuto 1 toda esa fama de arrogante y chuleta que le persiguió en el campo. Era cercano, alegre, simpático, agradable y, lo que más me gustaba de él, que le hacía casi la misma ilusión encontrarnos como a mí, cuando yo en realidad era un mindundi o un simple periodista novel que estaba comenzando. Cuando hablaba y me contaba capítulos de su extraordinaria e inmaculada leyenda de one club man le escuchaba como si me estuviera hablando cualquiera de mis ídolos de toda la vida. Gran conversador, ya podías ir con bien de crema solar para no quemarte cuando había opciones de encontrarnos si no estaba jugando al golf, y muchas veces mis aitas o mi pareja se rendían y continuaban su paseo cansados de nuestras interminables conversaciones futboleras. Así como Sáez me vacilaba mucho más con la Real y el pique entre los dos grandes vascos, al contrario de lo que muchos piensan, Rojo le tenía un respeto extraordinario y llamativo tanto al club realista como a sus jugadores. Y eso que no había cena en la que no saliera el famoso polémico derbi de la temporada 1969-70, el del banderín de Gorriti con el que mantenía unos duelos encarnizados y en el que el Athletic llegó líder a Atotxa y se marchó derrotado y con las expulsiones de Rojo y Arieta, que además sufrieron sanciones importantes, lo que acabó por sepultar sus opciones de gloria. “Ese día nos quedamos sin Liga”, siempre me contaba. “Lo peor no fue el perder el derbi, que podía pasar, sino que las sanciones nos mermaron mucho. Yo no volví a jugar más esa campaña y tampoco hice nada del otro mundo más que empujarle”. La verdad es que muchas veces solemos defendernos con que la Real nunca ha hecho nada al Athletic, pero la gracia que les perpetramos en el barrizal de Atotxa, en el que desaparecían las piernas por debajo de la rodilla acabó siendo de campeonato. Nunca mejor dicho.
Como también le sucedía a Sáez con su añorada Mari Carmen, una persona de la categoría humana de Txetxu solo podía tener una pareja a su nivel, encantadora, agradable y con la que congeniaba a la perfección. Mi querida Lourdes, que en mitad de tantas bonitas conversaciones sin apenas picante, fue la que soltó nuestra esperada y temida pregunta con una inocente espontaneidad: “¿Pero vosotros sois de los guipuzcoanos de la Real a los que os gusta el Athletic o de los que nos tenéis manía?”. Lo que pasa en el sur, se queda en el sur. Pero solo podía tener a una mujer igual de encantadora y con la que se compenetraba a la perfección. “Alcorta” (su apellido), como le gustaba siempre llamarle a Rojo cuando le chinchaba. Yo puedo defender y lo seguiré haciendo hasta mi jubilación (je je, cómo suena) que dos de las mejores personas que me he encontrado en el mundo del fútbol son Sáez y Rojo. Como me comentaba otro buen amigo rojiblanco, “con lo que les quieres, no se puede entender que el Athletic no haya ganado parte de tu corazón”. Pero como bien sabían los tres, ese era terreno ya conquistado e inalcanzable.
Rojo será para siempre una leyenda zurigorri en el campo (era un adelantado, habría que verle hoy en día en estos tapetes y sin tantas patadas). Ahí está su registro como el segundo que más partidos disputó en su historia tras Iribar, pero su trayectoria en el banquillo nunca fue valorada como merecía. Subió al Celta y lo llevó hasta la final de Copa, que perdió en los penaltis ante el Zaragoza, a pesar de ser el favorito sin haber celebrado jamás un título. Su verdugo maño le contrató y logró lo que nunca nadie había conseguido: presentarse en el último partido de Liga con opciones matemáticas de llevarse el campeonato. Eso se olvidó rápido y quedó para el recuerdo el desagradable y desagradecido “Chechu vete ya” que le cantaban en plan mofa hasta el resto de las aficiones. El otro día, en el supuesto tributo del Heraldo, un periodista llegó a escribir: “En público, nunca habló de política ni de terrorismo, una decisión que adoptó siendo un niño. No veo la necesidad de hablar de otras cosas que no sea sobre lo que yo hago”. ¿Acaso esta gente se piensa que todos los vascos tenemos que significarnos con el tema? Lo que nos faltaba...
Rojo también entrenó a Osasuna, pero a pesar de que su apellido encajaba a la perfección en el club, no tuvo suerte. Tampoco era una época sencilla y no fue capaz de estabilizar a la institución como sí ha logrado Jagoba Arrasate. Aunque no sea guipuzcoano, ya lo hemos adoptado como tal, y el de Berriatua parece ser el siguiente técnico que, con el permiso de Imanol y de que no quiera abandonar jamás a la Real, y de Andoni Iraola, puede sentarse en la misma mesa que los Arteta, Lopetegui o Emery, que ya despuntan en la Premier. El estilo vasco triunfa y se exporta. No hay peor cuña que la de la propia madera y pocos conocen como Arrasate lo que se cuece en Zubieta, por lo que mucho cuidado hoy. Pero para que todos estos lleguen tan lejos ha tenido que haber pioneros como Ormaetxea, Clemente (en Bilbao, porque de su paso por aquí prefiero no acordarme), Iriondo o, por supuesto, el propio Rojo, que hicieron escuela durante tantos años.
Agur, Txetxu, eskerrik asko por abrirte a mí, por tu cariño y por compartir tantas vivencias conmigo. Sabes lo contento que me pongo cuando ganaba la Real, así que espero que entiendas que mi homenaje futbolístico sería perfecto si los míos derrotan a un Osasuna, que viene con ganas de volver a discutir y renegociar la jerarquía de nuestro fútbol. Goian Bego. ¡A por ellos!