Reala

A por ellos: La realidad de los sueños

Dicen los pesimistas que la ilusión es la antesala de la frustración. En el mundo de la fatalidad, el de las lesiones de deportistas de elite, el sufrimiento es la antesala de la felicidad. Salvo si te llamas Mikel Oyarzabal y, aunque en su tiempo libre se erigió en leyenda para siempre de la Real, es el yerno ideal para cualquier aita. Sea cual sea su sentimiento o el color de su corazón. Su enésima demostración de que nos encontramos ante una persona que está hecha de otra pasta la ofreció en Nochevieja minutos después de que se viviera uno de los momentos más emocionantes de la historia del estadio remodelado que no tuviera relación con el juego o fuese una despedida (como las imborrables de Xabi Prieto o, la más conmovedora de todas sin duda, la prematura de Jesús Mari Satrústegui). Muchos afirmaban que no se vivía un instante tan especial desde Atotxa y a mí, por mucho que le doy al coco, me cuesta rememorar una situación tan impresionante. Con todo el estadio lleno, en pie, aclamando al ídolo añorado, herido en el frente con el escudo que tiene grabado a fuego en el pecho. Yo sinceramente no sé ni cómo pudo emprender la carrera tras el cálido abrazo de oso con el que le acogió el sustituido Sorloth. Lo digo porque en ese segundo todos estábamos desatados paladeando la gloria tras ver al equipo encadenarse a la tercera plaza al anular a todo un Osasuna y desarbolarle con un ataque de muchos quilates. Pero es que al día siguiente, cuando volví a ver las imágenes solo en casa, casi se me cayeron las lágrimas.

Valdano le dijo a un abatido Laudrup cuando regresaba a Madrid en el avión tras haber vivido el que luego definió como “el peor día de su vida” en el Camp Nou, que la bronca que había recibido era “proporcional a lo mucho que le habían querido”. Imaginamos que Oyarzabal sabría lo que le aguardaba, pero no creo que esperase que fuera para tanto. El 10 salió bajo ese atronadora ovación que no olvidaremos jamás los presentes y que se llevará guardada en su particular baúl de postales en txuri-urdin que cada vez es más grande, y lo primero que hizo fue dar un par de instrucciones a sus compañeros. Así es él. Como si viniera de disputar los 90 minutos en Coria en Santo Tomás. Pero no contento con eso, su mejor jugada el día de su reaparición la firmó en la sala de prensa cuando hizo una lectura tan inesperada como ejemplar del calvario que había padecido: “Es un proceso en el que sabes que tienes que tomarte las cosas de otra manera, que no vas a poder disfrutar de cuestiones que hasta ahora estabas disfrutando, pero para mí ha sido muy positivo. Aprendes muchas cosas también sobre ti mismo, cosas que antes ni valorabas ni pensabas, y yo insistiría en que todo el que sufra una lesión así se lo tome de esta manera, porque al final te puedes echar las manos a la cabeza y pensar que esto es una mierda, diciendo mal y pronto, pero creo que detrás de esto hay un trasfondo muy positivo y ya digo que para mí ha sido un proceso muy bonito”. Sin palabras. Como para poner el mensaje en bucle a todos aquellos futbolistas que sufren lesiones graves mientras tratan de soportar la tediosa soledad en el gimnasio.

Moraleja: tanto en la vida como en el deporte no hay nada más importante que la salud. Y como la desgracia no entiende de tejidos, me reconforta que sean muchos los aficionados de otros equipos que se han solidarizado durante su convalecencia y han festejado su regreso. Ya me lo dijo Xabi Prieto cuando se enteró de que había sido aita: “Verás como a partir de ahora no pegas tantos palos en tus crónicas y valoraciones”. No sé si es por eso, pero uno se vuelve mucho más empático y siente como si fuera propio cualquier infortunio que sufre la gente, sea pública o no. Sea cercana (como la que ella sabe de sobra, estamos contigo; lo conseguirás), o lejana. Empezando por dejar de ver el Telediario cuando comenzó la guerra de Ucrania por las imágenes de la separación de los hijos y sus padres y acabando en lo mal que lo ha pasado Gonzalo Melero, rival de los realistas el domingo en Almería. Muchos criticaron con dureza su rendimiento el curso pasado en el hundido Levante sin saber que, a los pocos meses de ver la luz mi adorada Lucía, su primer hijo nació aquejado de gastrosquisis. O, lo que es lo mismo, con el intestino fuera del cuerpo. Relevo publicó imágenes del niño en el hospital y les puedo asegurar que no vivirá un momento mejor que cuando por fin ha podido llevarlo a su estadio para que pose con sus emocionados padres como uno más.

En lo que respecta al sitio de nuestro recreo, el capitán ya nos sirve hasta como medida de tiempo. Podemos sustituir hasta el término embarazo por hacer un Oyarzabal, tal y como explicó el primer padre en Euskadi en este 2023: “Cuando supimos que íbamos a tener un hijo fue cuando se lesionó Oyarzabal. Y ahora ha nacido cuando ha reaparecido tras nueve meses”, contaba el tolosarra Unai Izagirre a los medios.

Imagino que, como denunciaba con acidez ese aficionado navarro en su por momentos graciosa contracrónica que tanto ha dado que hablar en redes sociales, me estoy poniendo un poco moñas, pero el fútbol, como la vida, es duro. Y la Copa aún más. Porque es en este clima de euforia, con el equipo destapando el tarro de las esencias y la afición descontrolada viajando en masa y frotándose las manos cuando hay que mantener los pies en el suelo. Esta competición es preciosa, pero muy traicionera. Como lo comprobamos el año pasado, un mal día te puede dejar fuera. No importa lo que hayas hecho antes. Hayas eliminado a un grande, firmado una remontada inolvidable o hayas pasado dos eliminatorias en los penaltis ante clubes menores. Solo importa ganar, ganar y ganar. Que se lo pregunten al Valencia, que celebró su último título después de eliminar al Getafe en el descuento en una contra a un disparo que salvó un rival cuando la pelota ya se colaba en su portería para certificar su adiós. O a la Real, que llegó a dos finales en los 80. Venció aquella en la que protagonizó una participación más accesible y perdió la del Barcelona, cuando era el favorito tras noquear al Madrid, Atlético y Sporting en noches de emociones tan fuertes que aún las siento dentro cuando las evoco.

Sí, estamos todos de acuerdo con que todo apunta a una jornada para el recuerdo, pero que nadie se olvide de que lo que de verdad importa es pasar de ronda. Por la simple razón de que la realidad puede estar equivocada, pero nuestros sueños en esta Copa sí son reales. ¡A por ellos!

05/01/2023