El próximo 26 de mayo se cumplirán 30 años de la Copa de Europa que ganó el Olympique de Marsella. Fue el primer y único título francés en la máxima competición de clubes continental todavía a día de hoy. La rivalidad entre equipos de fútbol tiene todo tipo de connotaciones y de interpretaciones. No hay ninguna regla válida ni código que se deba respetar, aunque todo debería encauzarse dentro de unos límites que, al menos en Euskadi, los conocemos y tratamos de no sobrepasar. Cada uno la vive como quiera. Tanto en la intimidad como de puertas hacia afuera.
Ante la falta de alegrías de sus propios jugadores, hace mucho tiempo que los aficionados del OM disfrutan mucho más con las derrotas de su omnipotente rival eterno, el PSG, que con sus triunfos menores. Sobre todo el día de cada año en el que cae eliminado de la Champions con todo su elenco de estrellas desproporcionadas para la dimensión del campeonato francés. Lo festejan con su grito de guerra: "À jamais les premiers". Traducido es "para siempre los primeros". Si lo teletransportamos al clásico de la Liga, es algo así como si el Barça fuese el Marsella, único campeón europeo, y el Madrid el que persigue desesperadamente la gloria. Si lo hacemos al derbi vasco después de la final de las finales entre sus dos clubes más grandes, como si la hubiese ganado la Real. Bueno, de hecho lo hizo y por eso, como siempre recuerdan sus jugadores cuando se avecina otro duelo ante el vecino, su Copa es y será para toda la eternidad.
Lo he comentado más de una vez. El triunfo de Osasuna tuvo una especie de justicia poética con Jagoba Arrasate. Desconozco realmente si le llamaron y rechazó cualquier oferta por estar tan a gusto en Pamplona siendo uno de los entrenadores más queridos por su propia parroquia, pero me sorprendió que en las elecciones a la presidencia del Athletic ninguno de los candidatos lo utilizara incluso como una poderosa arma electoral. Un peso pesado durante los últimos años en el club rojiblanco me lo justificó esgrimiendo que a Jagoba "le falta carácter y un poco de la mala leche" que exige un banquillo caliente como el de su equipo. Bueno, mira que he visto jugar bien a Osasuna estas temporadas, pero si de verdad algo demostró en la semifinal fue carácter, mala leche e instinto de supervivencia para aguantar el asedio zurigorri y sus dos flojas actuaciones futbolísticamente hablando en ambos encuentros. Y yo me alegro por él, porque se lo merece. Aquí tiene un seguidor rojillo más en la final, siempre que no se tuerzan sobremanera las cosas en el epílogo de la temporada y afecte de forma directa a las aspiraciones europeas de la Real. Obvio.
Resultó curioso analizar las respuestas que nos dieron a los medios los jugadores realistas respecto a sus ganas de revancha por el 4-0. Yo soy de la cuerda de Martín Zubimendi, que no pudo ocultar su enorme decepción en caliente al término de aquel encuentro: "El cansancio acumulado no es ninguna excusa. Este resultado nos va a hacer daño", declaró cariacontecido en el mismo verde. Además de recordar que nunca había perdido de forma tan holgada ante el Athletic desde que había recalado en Zubieta. Y yo, como aficionado, tampoco había sufrido un varapalo de tal calibre y hace tiempo que dejé de ser un jovencito. De hecho solo recuerdo comentar y repetir pidiendo clemencia durante los últimos 20 minutos, con el estadio encendido exigiendo sangre como un circo romano, "cinco no, por favor".
Estoy de acuerdo en que coincidieron múltiples atenuantes (derbi en mitad de la eliminatoria contra el Leipzig, bastantes puntos de diferencia en la tabla, muchos tocados y hasta que no cayó Merino iban 0-0) y que si echamos la vista atrás el duelo que había que ganar se ganó, pero como cada uno vive la rivalidad como puede, quiere y la siente, a mí no me puede entrar en la cabeza que muchos aceptasen la goleada en San Mamés al mismo nivel que cualquier derrota más a lo largo de una campaña.
La reacción de gran parte del entorno txuri-urdin me recordó al mayoritario sector conformista culé, que ha aceptado encajar con aparente naturalidad un durísimo 0-4 del Madrid en la vuelta de toda una semifinal de Copa después de haberse impuesto de forma milagrosa y con una estrategia antinatura en la ida celebrada en el Bernabéu. Siendo consciente de que siempre será otra dimensión, radical y exagerada para nosotros, me quedo con la reacción de algún periodista catalán, que dejó claro al día siguiente que "para mí es catastrófico que el Barça pierda 0-4 contra el Madrid. No entiendo que la gente se pueda ir a casa tan tranquila porque es un día para quemarlo todo". O el que manifestó que "la gente se ha ido sin protestar, el mensaje del vestuario ha sido Bueno, el Madrid ha sido superior, le felicitamos, ha sido cuestión de detalles... Perder 0-4 tiene que invitar a la reflexión por parte del club".
Pienso algo parecido en escala derbi vasco. No es admisible ir a San Mamés con un proyecto aparentemente superior en casi todo (y tanto que nos gusta recordarlo) y regresar en el momento clave de la temporada con un 4-0 que, además, por si fuera poco y tal y como aventuró Zubimendi, hizo mucho daño y condicionó por completo el partido de vuelta ante el Leipzig, de infausto recuerdo, disputado cuatro días después. El 3-1 de Anoeta lo veo como una bonita victoria que entraba en el terreno de lo normal y, sin embargo, me dejó otra sensación de sin sabor ya que, al contrario de lo que se vivió en Bilbao cuando olieron la sangre, la Real levantó el pie del acelerador ya con los dos goles de renta y a pesar de estar con uno más en el campo. Y que no me venga nadie diciendo que no valoro el quedar por delante de ellos estos tres últimos años, porque lo hago como el que más tras sufrir ciclos muy duros, pero para mí es una simple cuestión de principios.
Hoy es sin duda cuando se deben escuchar los ruidos de sables en el fútbol vasco. El sonido de las auténticas ganas de revancha. Porque al contrario que Illarramendi, que ni se acordaba (en eso es único e irrepetible), muchos realzales que estuvimos en la grada pasamos un muy mal rato. Y lo que más nos dolió con diferencia es que hemos visto competir e incluso salir vencedores de esa plaza a muchas otras plantillas txuri-urdin que se encontraban a años luz en calidad y competitividad que esta. Muchos pensarán que camino de la Champions, el derbi aparece como una molesta chinita en un zapato, pero también es digno de destacar que una victoria en Bilbao sería el mejor y mayor acicate posible para afrontar con plenas garantías y repletos de confianza las últimas nueve jornadas en las que se decidirá todo. Si el equipo cae en el fragor de la batalla, sin venirse abajo e irse del partido, ni regalar goles en jugadas a evitar a balón parado y dejando hasta la última gota de sangre, sudor y lágrimas, siempre nos quedará recurrir con orgullo al comodín eterno de "À jamais le premiers". Los primeros en ganar la final para siempre. ¡A por ellos!