No defraudó la Marmolada, y su dureza decidió el Giro. Colocado al final de la carrera, con las fuerzas muy gastadas, desnudó el camuflaje de algunos y encumbró al australiano Hindley. Vimos tácticas distintas en varias escuadras: los equipos de Carapaz y Landa marcaron un ritmo muy fuerte en el Pordoi y en el comienzo de la Marmolada; pero a tenor del resultado y de las declaraciones de ambos líderes en meta, se trataba de una táctica defensiva, no iban bien, y con ese ritmo sólo pretendían esconder su estado para evitar ataques, una jugada de póquer. Hindley, al contrario, mandó adelante a su gregario Kamna, y se escondió en el grupo. Kamna esperó a Hindley en los últimos cinco kilómetros del puerto y puso un tren tan poderoso que descolgó a la maglia rosa, pasando Hindley al ataque. Carapaz perdió un minuto y medio en cuatro kilómetros. Landa, con una cara de sufrimiento extremo, se descolgó antes, pero fue remontando hasta rebasar al ecuatoriano. Era una delicia ver escalar a Hindley, con un pedaleo muy vivo, como si no existiera la pendiente. Parecía el Contador de los mejores tiempos. Una escapada consentida llegó exitosa a meta. En ella pudimos ver también dos ciclismos: el del italiano Covi, ganador, atacando de lejos y dosificando en la subida; y el del esloveno Nowak, subiendo con un desarrollo tan grande que le impedía sentarse en el sillín, pisándole los talones, recortándole un minuto en dos kilómetros, pero desfondándose al final.
La primera vez que se ascendió el Passo Fedaia, o la Marmolada, como es más conocido, ocurrió en el Giro de 1970, con Merckx portando la maglia rosa, pero no fue un ascenso verdadero. Vicenzo Torriani, director de la prueba, descubridor de ese puerto, quiso ofrecer el elixir en pequeñas dosis, administrar su hallazgo. Ese año prescindió de los últimos 5 kilómetros, los más duros, "la puerta al infierno", como los llamó el ciclista estadounidense Andy Hampsten, y no resultó decisivo. La siguiente fue en 1975, y ya, desde entonces, siempre con el puerto completo, adquiriendo la fama y el apodo de "cementerio de los campeones", porque muchos de ellos dejaron clavada allí su aureola; como ayer le ocurrió a Carapaz; como el calvario que vivió en 1975 la maglia rosa, Bertoglio, sufriendo ante el alavés Paco Galdós; como el de Marino Lejarreta, que perdió más de seis minutos en 1981; como el de Bugno zombi, con la mirada perdida, portando su maillot arcoíris y dejándose 7 minutos frente a Induráin en 1993. Desde ese día Bugno ya no fue el mismo. Como el de Tonkov en 1998; o como el de Zulle en ese mismo año, hundido por la pared dolomítica y por la aparición de un Pantani pletórico, cuando llevaba la maglia rosa.
Su propio nombre, la Marmolada, sugiere algo grande, majestuoso, y sin duda el paraje, para cualquier viajero o excursionista, lo es, y le deja boquiabierto. Es una montaña, y es el circo de picos más altos de los Dolomitas, con su cima, la Punta Penia a 3.343 metros. Debe su nombre al glaciar Marmolada, esquiable y el más grande de la región. Pero esa grandiosidad que parece esconder su nombre no se limita al esplendor de su naturaleza, sino también a la historia. Fue escenario de combates entre italianos y austriacos en la I Guerra Mundial, con posiciones y nidos de ametralladoras entre las rocas y picos elevados, para llegar a los cuales se dispusieron escaleras metálicas incrustadas en la roca, las "vías ferratas" que aún siguen allí, que utilizan los montañeros y que son características de los Dolomitas. Y para recordar esa cruenta parte histórica de la Marmolada, se construyó un museo militar, encima de la cima donde ha estado situada la meta, en la Punta Seraita, a 2.950 metros, y al que se llega a través de un teleférico. También se puede visitar la llamada "ciudad del hielo", una serie de túneles de 12 kilómetros en el vientre del glaciar, y donde dormían 200 soldados del ejercito austrohúngaro, cuando no estaban en las posiciones de combate y vigilancia. Su espectacularidad ha hecho que sea escenario para varias películas, como The italian job, con Michael Caine y Donald Sutherland, con el desenlace de la pelicula al borde del lago de la Marmolada, cerca del pie del glaciar; o Máximo riesgo con Sylvester Stallone.
Comenzó el Giro en Budapest, y yo lo hice recordando mi novela favorita El desertor, rindiendo honor a su autor, el húngaro Lajos Zilahy; y finalizo en un bucle, en otro sitio pero con el mismo acontecimiento, el que enlazó esos dos lugares en la I Guerra Mundial, la capital húngara y la Marmolada. Los Dolomitas, escenario de combates donde participa el protagonista, Istvan Komlossy, donde se resquebraja el patriotismo con el que fue a la contienda, donde descubre que esa idea es fratricida, es contra sus hermanos. Es ese viejo internacionalismo que falta ahora, el que a él como, a miles de desertores, les hizo abandonar la guerra y precipitar su final. Caminaron entre estas montañas, esquivando disparos de los que aún no eran tan conscientes y seguían combatiendo, atravesaron fronteras que sólo eran administrativas, y descubrieron que todos llevaban la misma sangre. Como nos enseña también el deporte, el ciclismo.