Polideportivo

A rueda, por Miguel Usabiaga: la Clásica

CIclismo
Van Baarle

En el universo del ciclismo se utiliza muy a menudo esta palabra, clásica, para a referirse a aquellas carreras de un día con más categoría, con más prestigio, con más historia, con más pedigrí. No existe una clasificación oficial, así que una prueba deviene clásica por alguno de esos argumentos, y eso la hace destacar en el alma de los aficionados, que la aguardan cada año con ansia, y siguen con mayor pasión su disputa. Y si hay una que es la clásica de las clásicas, la clásica por antonomasia, esa es la París-Roubaix. Es antigua, aunque no es la carrera más vieja del mundo, pero su trazado demoledor por las estrechas carreteras de adoquines del norte de Francia, caminos que unen campos, pueblos y minas, ofrecen imágenes dantescas de los corredores en su lucha, no solo para vencer, sino incluso para doblegarla. Terminar la París-Roubaix ya es un triunfo para cualquier ciclista.

Nos podemos hacer una idea sobre la importancia de esta carrera en el país vecino, al conocer que la prueba debería haberse celebrado el domingo pasado, pero, para no coincidir con la primera vuelta de las elecciones francesas, para no restar audiencia ni al acontecimiento deportivo ni al civil, fue aplazada. En Francia cuidan sus monumentos, e igual que el Tour, está clásica es uno de ellos. Y no se trata solo de una metáfora. Para preservar su esencia, las autoridades dieron hace años a esas carreteras con pavés el título de monumentos nacionales, con el fin de evitar que desaparecieran bajo el asfalto, o que se arreglaran de cualquier manera, para que el piso de adoquines estuviera en las mismas condiciones de su origen: irregular, áspero, desigual. Eso es lo que hace que el paso por algunos tramos sea una tortura, un verdadero arte del malabarismo para no caerse de la bicicleta, mientras esta es sujetada a duras penas por los brazos que no dejan de botar. Al final de la prueba muchos corredores tienen los antebrazos rojos, porque debido al temblor permanente les han explotado multitud de capilares de sangre.

Los casi 60 kilómetros por tramos de adoquines son la clave de la carrera, los que la han convertido en la clásica por excelencia, pero no fueron siempre los principales protagonistas. En su origen, en 1896, eran los tramos de tierra, que se combinaban con otros de asfalto, quienes daban la dureza a la prueba. El destrozo de la región tras la I Guerra Mundial, hizo que se buscaran nuevas rutas, eligiéndose esos caminos empedrados que utilizaban los lugareños para conectarse entre pueblos y sobre todo para llegar a las minas de carbón, en una región eminentemente minera. Un recorrido nuevo que se fue enriqueciendo cada año. El tramo más duro y famoso, la Trinchera de Arenberg se incluyó a finales de los 60 por sugerencia de Jean Stablinski, hijo de emigrantes polacos, minero desde los 14 a los 20 años en la mina de Arenberg, que utilizaba ese camino cada día para llegar a su trabajo, y después gran ciclista; vencedor en el campeonato del mundo de 1962, y de la Vuelta España de 1958. Stablinski propuso a la organización que la prueba pasara por esa recta de 2,4 kilómetros de pavés descarnado, que para él era como bajar a la mina: "Cuando se baja a esta no se sabe si uno volverá a ver el sol, y cuando alguien se adentra sobre la bici en el oscuro bosque de Arenberg, si piensa en el peligro de caerse, no conseguirá atravesarlo montado".

El holandés ganador, Van Baarle, voló sobre el pavés, y me recordó a los mejores de los últimos tiempos, Boonen, Museeuw, pero sobre todo Ballerini y Cancellara. No he visto a otros deslizarse sobre el pavés con la habilidad de mantener la fuerza de un desarrollo poderoso que permita avanzar muchos metros sin atascarse, fluido. Su equipo, el Ineos, planteó una carrera colectiva, con abanicos y ataques desde el principio, que hicieron gastar sus fuerzas a los favoritos Van Aert y Van der Poel, y él remató. El Ineos, tras la caída de Bernal, ha sabido reinventarse para correr como un equipo, contrarrestando la aparente superioridad nominal de UAE o Jumbo, y lleva una primavera espectacular, ganando la Itzulia con Daniel Felipe Martínez, la Amstel con Kwiatkowski, y ayer con Van Baarle, segundo en el Tour de Flandes. Van Aert tuvo mala suerte, en los momentos decisivos tuvo una avería y un pinchazo. Es una carrera que hay que disputarla de frente, pero en la que también debe sonreírte la fortuna, como en la vida.

Ayer hizo sol, pero si el día es lluvioso, como es habitual en esa región norteña, los rostros de los ciclistas, completamente cubiertos por el barro se parecen mucho a las caras ennegrecidas por el carbón que muestran los mineros al salir a la superficie. En Bélgica, en la población minera de Borinage, cerca de Roubaix, vivió el célebre pintor Van Gogh, desempeñándose como misionero católico. La vida de los mineros le impresionó, y marcó decisivamente su trayectoria artística. Dijo: "La mano de un minero es más bella que la Venus de Milo". Es esta idea de la belleza la que nos hace amar a esta carrera ciclista, una idea de belleza como trabajo, como lucha contra las adversidades, como superación.

 

19/04/2022