Xabier Sánchez es uno de los jóvenes con menos de un 10% de visión matriculados en Gipuzkoa. Esta situación no le ha impedido ser un alumno más en el instituto Loinazpe de Beasain, donde cursa actualmente segundo de la ESO, aunque a diferencia de sus compañeros lo haga siempre con un ordenador sobre el pupitre y con exámenes y libros adaptados al sistema braille. “Cuando dio el salto a la ESO nos preguntaron desde el colegio qué necesitaba porque temían no estar adaptados”, cuenta su padre, Óscar.
Xabier, o Xabi, como prefiere que le llamen, no ve nada por su ojo izquierdo y solamente un 10% por el derecho. No es capaz de distinguir el 3D y debe guiarse por los colores. Aún así, ha hecho paddle surf, ha recorrido los 17 kilómetros que separan Beasain y Tolosa en bicicleta, ha conducido un kart –con algún que otro accidente– y hasta ha pilotado por unos segundos una avioneta. “La ceguera no le ha limitado en nada. Es más, ha hecho más cosas que cualquier niño de su edad”, revela Óscar.
Con este historial, ir al colegio parece lo menos complicado de todo. A Xabi la implantación de la Lomloe no le ha afectado en nada. La nueva ley educativa establece como objetivo reforzar la capacidad inclusiva del sistema educativo y, para ello, trata de incorporar a todos los estudiantes con discapacidad visual en los centros ordinarios. Sin embargo, en Euskadi, los colegios ya estaban obligados previamente a adaptarse a cada situación. En el caso de Xabi, el instituto lo ha hecho pintando todas las escaleras y columnas de azul para que pueda verlas. Además, todo el material, incluido los libros y los exámenes, deben estar adaptados al sistema braille. “Hay que tener en cuenta que por cada página normal son tres o cuatro en braille, por lo que es normal que tarde más que sus compañeros”, añade Óscar. A ello hay que sumar lo poco que le gusta leer –“Solo cojo un libro por obligación”, confiesa–, que prefiere asignaturas como plástica o tecnología frente a otras como euskera o inglés, sus grandes enemigos.
“Por lo demás, hago lo mismo que el resto. Voy a clase y en el patio me junto con mis amigos para hablar de videojuegos”, comenta este joven beasaindarra de 13 años que, salvo un encontronazo el pasado curso con algunos compañeros que acabaron siendo expulsados de la clase, ha sido un alumno más del instituto. “A veces me sorprendo yo mismo de lo que es capaz de hacer. Cuando me junto con otros padres con niños ciegos me doy cuenta de que son demasiado protectores. Yo a él siempre le he dicho que iba a hacer lo que quisiera y así ha sido”, afirma orgulloso su padre.
“No tiene miedo a nada y yo encima le animó a todo. Todas las cicatrices que tiene han merecido la pena”, indica Óscar. Su hijo, por su parte, ya piensa en el siguiente paso: lanzarse en paracaídas. “Es algo que quiero hacer en cuanto cumpla los 16 años, pero necesitamos la firma de mi ama y va a ser difícil que nos la dé. Si no, lo haré a los 18”, apunta con una sonrisa.