Existen muchas formas de explicar el empate de anoche. Cuando un equipo insiste en percutir, suma incontables llegadas, no menos de dos decenas de remates y varias acciones más que rondan la posibilidad de hacer gol y sin embargo solo consigue subir al marcador uno de sus intentos, se antoja adecuado apelar al infortunio. Más que nada por la desproporción entre las opciones creadas y su reflejo en el resultado. Es la típica situación en que asegurar que el balón no quiso entrar resulta razonable. Nadie podrá negar que hubo un aspirante nítido al triunfo, un equipo que puso el máximo empeño y que pese a no realizar un gran partido mereció mayor premio al obtenido, ni que ello entraña una consecuencia fatal para sus intereses.
Ahora, seguir alimentado la expectativa de plaza europea cuesta más. Si ya después de lo del Villamarín dio la impresión de que semejante meta rozaba lo quimérico, la imposibilidad de superar a un oponente de medio pelo como el dirigido por Quique Sánchez Flores equivale a certificar la inviabilidad de ese sueño recurrente. No ha lugar darle más vueltas al asunto. Más allá de lo que digan las matemáticas, se comprueba que no es una cuestión de tirar de calculadora. Sencillamente, el Athletic no transmite síntomas que inviten a esperar una reacción con la enjundia precisa como para apostar a su favor.
Por mucho que trabaje y se entregue, hay en su propuesta un déficit de precisión y temple que le aboca a actuaciones como la de ayer. Por supuesto que si aderezase su fútbol elemental y previsible con la pizca de acierto que se le niega en citas donde escenifica un abordaje en toda regla, la historia sería distinta. Pero contra la realidad no se puede ir y la realidad del conjunto de Marcelino dice que va corto de juego, de imaginación y de recursos para desequilibrar, incluso en las ocasiones en que somete al adversario.
Qué duda cabe que en un balance tan pírrico como este increíble 1-1 influye básicamente ese lastre que se manifiesta en forma de impericia y desemboca en desesperación. De ahí que en la valoración de lo ocurrido, sea inevitable agregar a la falta de suerte, factores como la mala puntería o el rendimiento del portero. De ambas cosas hubo. El problema en la culminación es una constante, una especie de denominador común que como un hilo va enlazando un estimable número de compromisos; aunque no es menos cierto que tampoco es habitual una producción ofensiva tan abrumadora concentrada en un único partido. Y sí, a Soria le corresponde una cuota muy relevante en el puntito que arañó el Getafe. Mantuvo a los suyos en pie con paradas decisivas. Sus duelos con Iñaki Williams y Vivian fueron particularmente intensos. A cada uno le frustró hasta cuatro remates, varios a bocajarro, si bien también los hubo que se marcharon al limbo en lances tan o más propicios.
El desmedido afán por generar peligro tuvo su contrapunto negativo en varios momentos. Cómo obviar que recibir gol sin romper a sudar constituye un pecado grave. O el hecho de que en la segunda mitad, tuviese que intervenir el VAR para anular el segundo del Getafe, por centímetros. Episodios de ese tipo frente a un rival que apenas atravesó la divisoria, no contribuyen a templar los nervios y eludir la precipitación. Sucede que el Athletic se inclina por funcionar a la tremenda y los contratiempos parece que le aceleran más, cuando le convendría introducir algunas pausas a fin de minimizar errores. Esta reflexión podrá sonar improcedente, pero no estaría de más revisar la cantidad de jugadas truncadas por ese ansia desmedida. El Athletic más que jugar, avasalla, lo cual así expuesto resulta sugestivo y convincente. Claro que si de una inversión de sudor tan exagerada solo saca en limpio un empate, entonces es probable que adquiera sentido.
Al respecto de la puesta en escena, decir que de entrada el Athletic presentó la misma alineación que ante el Levante y el Betis, sus anteriores rivales, con la salvedad de que en el primero actuó Iñigo Martínez y en los dos siguientes, Vivian. La idea no cuajó y Marcelino se decantó por transformar radicalmente la formación en el último cuarto del choque, contra diez, escogiendo a cuatro atacantes que carecieron de margen para situarse y aportar. Dos de ellos expresamente dispuestos para rematar en el área que no recibieron un solo balón en condiciones.