¿A qué se refiere el término brecha digital?
Surgió en la recta final de la presidencia de Bill Clinton en Estados Unidos, en 2001, para identificar las desigualdades sociales que empezaban a surgir derivadas del uso de los ordenadores y de internet. La brecha digital provoca desigualdad social, al segmentar la población entre los conectados y los no conectados, porque los primeros consiguen más ventajas para acceder a la información, para buscar trabajo, para relacionarse... Para todo. Como dice mi compañero Pedro Manuel Martínez Monje, la exclusión digital pone en entredicho el desarrollo de los derechos civiles, políticos y sociales. Hay una serie de individuos que no son plenos; si tú estás buscando trabajo y no manejas internet vas a tener menos oportunidades. En cualquier ámbito.
¿Qué la provoca?
Hay una serie de factores que afectan y dan lugar a muchos tipos de brecha digital. No podemos hablar solo de brecha digital de acceso, el poder acceder a dispositivos electrónicos y a la conectividad a internet; hay otra de uso, la frecuencia de los accesos a internet, para qué accedemos, las competencias digitales o qué somos capaces de hacer en la red... Y un tercer tipo de brecha, la de aprovechamiento, que se refiere al empoderamiento en el uso de internet, a sacar provecho de ese uso encaminado a salud, empleo...
¿Qué colectivos son más vulnerables?
La edad es la variable de más impacto y, en segundo lugar, el nivel de estudios, pero también las personas que tienen alguna discapacidad, con bajo nivel de recursos económico...
Se tiende a pensar que las personas jóvenes son nativos digitales. ¿Es así o también les afecta?
Sí pero ese mito se está cayendo. Si hablamos de ámbitos concretos, por ejemplo la Administración digital, también se ven con dificultades, porque no conocen el lenguaje, porque las aplicaciones son muy rígidas...
¿Tanto ha afectado la pandemia a esa brecha digital como se dice?
Sí. Supuso una irrupción sin precedentes de la tecnología en todos los ámbitos de nuestras vidas. Fue positiva porque salvó muchas situaciones: el teletrabajo, las relaciones, la teleducación, las compras on line... Pero, por otro lado, el fenómeno fue disruptivo, muy brusco, y no todas las personas se pudieron adaptar a este nuevo canal, ya que tampoco todos partíamos de la misma casilla de salida. Internet se instaló en nuestras vidas para quedarse con una sociedad con competencias digitales insuficientes: todavía en 2023, solo el 50% de la población vasca se considera con habilidades suficientes y con distinciones entre hombres (55%) y mujeres (47%). Antes teníamos más posibilidades de optar por un canal u otro pero eso cada vez se ha ido reduciendo más al ámbito digital.
Esa transición digital que se está produciendo, ¿qué debería tener en cuenta?
La digitalización de los servicios ha sido un drama; muchas personas se quedan sin poder tramitar cuestiones o teniendo que hacerlo a través de terceros. La multicanalidad está contemplada por ley pero, por razones de eficacia y eficiencia, se tiende a fomentar el digital por encima de otros. En algunos servicios es complicadísimo que te atiendan sin cita previa. Es muy preocupante; no se ha diseñado una transición más pautado y amigable entre los canales convencionales con los digitales, acompasado con el proceso de digitalización de la propia ciudadanía.
¿Cómo se debería luchar contra la brecha digital?
Va a ser una tarea permanente; la tecnología está en una transformación constante y nos exige un reto constante de actualización. Puede que en parte la solución se encuentre en poner el enfoque no tanto en adaptar las personas a las máquinas sino a la inversa: que sean las máquinas las que se adapten a nosotros, con soluciones que no exijan que tengamos muchos conocimientos, como la teleasistencia.