Son las diez y media de la mañana y en el Iradier Arena se mezclan las familias que quieren comenzar una nueva jornada festiva en las vaquillas con la juventud que pretende finalizar la anterior liberando un poco de adrenalina antes de irse a la cama.
Así, con una variopinta fauna en la grada, da comienzo la segunda jornada de vaquillas de estas deseadas fiestas de 2022, que tras tres días de celebración, con sus noches, ya han dejado atrás la novedad postpandémica y han entrado en esa dulce rutina festiva que siempre ha caracterizado al 6 de agosto en Gasteiz.
El programa de hoy arranca con una exhibición de Euskal Herriko Errekortariak, cuatro de cuyos componentes van calentando en la arena mientras el reguetón retumba por la megafonía con el objetivo de ir calentando el ambiente. A muchos no les hace falta, pero sí hay quien, al borde de la arcada, trata de mantener el contenido de su estómago en su sitio mientras su cabeza oscila a izquierda y derecha. “Yo quiero estar borracho”, reza el estribillo de la canción que acompaña al joven desde la megafonía en este duro trance.
Niños y niñas de todas las edades esperan con ansia el inicio del festejo, blusas y neskas velan armas antes de echarse al ruedo, y parejas de personas mayores cumplen con la tradición de décadas de ir al menos una mañana de las fiestas a la plaza de toros.
Comienza la primera exhibición, la de recorte libre, en la que los saltos con pértiga y sobre taburetes, o las volteretas directamente a pelo, arrancan los aplausos del respetable. Los recortadores guipuzcoanos hacen quiebros con los brazos cruzados y con las manos en los bolsillos, y con diestros golpes de riñón esquivan por milímetros la cornamenta de la primera vaca de la mañana, cuya última embestida es para el vitoriano Mikel Vallejo.
Al segundo animal le toca el número del columpio. Dos balancines, otros tantos recortadores y dos blusas voluntarios, uno más fresco y otro menos, que a duras penas pasa la prueba del codo en la rodilla y el pulgar en la nariz, se disponen a esquivar a la vaca sirviéndose para ello de las leyes de la física. Pablo y Ander, los blusas voluntarios, acaban el festejo sin mayores daños y se vuelven a la grada entre los aplausos de un público que ya está totalmente entregado.
Tercera vaquilla de la ganadería del Marqués de Saka para el espectáculo de Don Tancredo, que consiste en la colocación de dos pedestales sobre los que se colocan dos hieráticos blusas, Alfredo y Beñat, tiesos como la estatua de Celedón, con las manos en los bolsillos. Los recortadores incitan al animal a pasar entre las dos peanas, pero la vaquilla se niega a cruzar hasta que, engañada a base de capote, cruza por donde no cabe y Beñat acaba en el suelo.
Coso abierto
Se ha terminado la exhibición de recortadores y ahora llega el momento de abrir el coso a toda aquella persona mayor de 16 años que se sienta con fuerzas, valor y ganas de correr delante de una vaquilla. Un centenar de jóvenes va saltando al ruedo y se acercan al callejón a recibir a la vaca, incapaz de retener la atención en un único humano y que por tanto tarda un rato en hacer diana en el glúteo de un blusa, mientras otros graban el espectáculo con su móvil a la par que corren por la arena, quién sabe si incluso retransmitiendo en directo para los colegas.
En la grada, la Policía Local se lleva a un furtivo fumador que hacía caso omiso a las advertencias del speaker. Sale una nueva vaquilla, que salta limpiamente sobre cuatro o cinco temerarios blusas tumbados en el suelo cual plato de canelones. La vaca empieza a embestir sin cuartel. Revolcón, colisión contra el burladero, faja verde empitonada, una chaqueta que cuelga de un cuerno mientras su dueño huye. El susto de verdad llega cuando dos jóvenes chocan al saltar a lugar seguro y uno de ellos queda tendido en el suelo. Un compañero pide asistencia sanitaria mientras en el coso decenas de jóvenes siguen con sus quiebros, los menos, y la precipitada huida hacia el burladero, los más.
Finalmente el accidente queda en susto y prosigue un festejo en el que, a pesar de lo duro y espectacular de los revolcones, todo el mundo se levanta con vitoriana dignidad, por mucho que duelan el culo, los riñones, las costillas o la cabeza.
El joven de las náuseas, finalmente, logra recomponerse, el festejo termina en el Iradier Arena y la fiesta continúa fuera. Queda todavía mucho por disfrutar.