Este viernes se cumplen tres años de la salida de Estados Unidos de Afganistán. Y es que el 30 de agosto de 2021 los talibanes se alzaban con el poder y devolvían el Emirato Islámico de Afganistán a una época pasada en el tiempo y, por encima de todo, en los derechos humanos. De hecho, décadas de lucha, progreso y empoderamiento femenino se perdieron en las tinieblas en un mísero instante. Los pocos cambios que se produjeron pasaron a ser historia, al igual que las mujeres afganas. Desde ese momento, ellas volvieron a vivir en una sociedad que en lugar de protegerlas, las vigila, acorrala y castiga en cualquier aspecto de su existencia.
Personas sin espacio propio
En ese contexto, las mujeres afganas han sido despojadas de todos y cada uno de los derechos básicos que en muchas partes del mundo se consideran fundamentales (y que damos por sentado) para ser relegadas a una posición de subordinación total en la sociedad. El acceso a la educación, la libertad de movimiento, la participación en la vida pública y el resto de libertades que se nos vengan a la mente han sido prohibidas por completo para la mitad (femenina) de la población de Afganistán.
La más devastadora de todas estas "restricciones", y que probablemente sea adoptada en un futuro próximo por países de tintes similares, es la privación de una educación a todas las mujeres y niñas afganas. Bajo el régimen talibán, las escuelas secundarias para niñas fueron cerradas, y en diciembre de 2022 se anunció que las mujeres estaban vetadas de recibir enseñanza universitaria.
Este gran retroceso niega a toda una generación de mujeres la oportunidad de adquirir conocimientos y habilidades esenciales no solo para su desarrollo personal, sino también para el crecimiento de una conciencia social respetuosa entre el conjunto de la población del país asiático. Al impedir el acceso a la educación, el régimen talibán está condenando a las mujeres y niñas afganas a un ciclo de ignorancia y subordinación, que se va recluyendo en el tiempo y el espacio de forma draconiana.
Es más, la ultrajante limitación de la libertad de movimiento y la exclusión del mercado laboral del sector femenino han convertido la nación en una prisión que disminuye de tamaño con cada día que pasa y cada nueva medida que se aprueba (únicamente por hombres talibanes, como no). La realidad es que no pueden viajar solas y deben estar acompañadas por un mahram, es decir, un pariente masculino como su marido o padre en el caso de salir de casa. Con la segregación de género como bandera de este régimen misógino cuanto menos, las mujeres no pueden compartir el transporte público con un hombre, reunirse en grupo o visitar un salón de belleza.
Esto ha tenido un impacto devastador en el tejido social y económico de Afganistán, especialmente en sectores clave como la salud y la educación. Las mujeres se ven privadas de su única fuente de ingresos propia y, por ende, son aisladas socialmente, casadas a la fuerza con los talibanes y obligadas a tener descendencia. Todo ello en un clima de violencia y abuso constante, careciendo de cualquier tipo de autonomía y poder de decisión con respecto a su cuerpo y su futuro, teniendo graves consecuencias para toda su vida. Sufriendo en un silencio impuesto.
Sombras sin rostro y sin voz
Así es como describía la portavoz de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Ravina Shamdasani, el producto resultante de la nueva y más represiva "Ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio". El único objetivo de esta última imposición es "borrar por completo la presencia de las mujeres en público, silenciando sus voces y privándolas de su autonomía", asegura la portavoz desde Ginebra.
Lo cierto es que bajo el pretexto del cumplimiento de la sharia, las mujeres y niñas de Afganistán tendrán prohibido alzar la voz o escuchar música cantada por mujeres porque esta ley declara la voz femenina "awrah", una parte íntima, que solo puede ser escuchada "en casos de necesidad". Así pues, la consolidación definitiva de la política de discriminación del régimen talibán se une a las ya conocidas prohibiciones de música, deporte, vestimenta o cualquier forma de entretenimiento en general.
Y por si no fuera suficiente, la Policía Moral talibán, los Muhtasib, está autorizada a detener durante un periodo máximo de tres días sin presentar cargos a cualquier mujer que viole estos artículos.
¿Mujeres con o sin futuro?
En conjunto, estas restricciones reflejan una visión del mundo que considera a las mujeres seres inferiores y peligrosos. En palabras del relator especial de las Naciones Unidas sobre Afganistán, Richard Bennett, a quien los extremistas han vetado en el país, los talibanes han impuesto "un sistema institucionalizado de discriminación, segregación, falta de respeto a la dignidad humana y exclusión de mujeres y niñas".
Ante estas medidas, ONG como Amnistía Internacional ven imperativo que la comunidad internacional condene estas políticas y apoye a las mujeres afganas con todos los recursos disponibles, manteniendo la presión sobre los talibanes y ofreciendo refugio a las huidas del país.