La adolescencia tiene lo suyo: es una época de cambios en la que se produce una gran metamorfosis, tanto física como emocional, que impacta en la vida de las personas. Con catorce años, en 1978, Alejandro Fierro presenció algo que le marcó para siempre. Y que recuerda como si fuera ayer. Uno de los grandes maestros del aikido, Yasunari Kitaura, fallecido en 2022, estaba dando un curso para principiantes cuando realizó una técnica determinada. “Fue un movimiento supersimplón, no hizo nada visualmente espectacular, pero cuando lo vi supe inmediatamente que era eso lo que yo quería hacer”, confiesa Fierro.
Durante más de cuatro décadas ha practicado de manera “ininterrumpida” esta disciplina deportiva elegante y con sello propio, donde no se valora la fuerza ni la agresividad ni tampoco se compite. El quid de la cuestión es que el aikido “desafía toda lógica”. “¿Cómo puede un arte marcial no ser violento?”, se pregunta este hombre de 61 años que ni mucho menos aparenta la edad que tiene. Tal vez porque en el fondo se trata de una “lucha contigo mismo, contra tus miedos e inseguridades. Quieras o no, estás expresando lo que tienes en tu interior y lo debes resolver construyendo y no destruyendo”, resuelve. Con la potencia y el físico en un discreto segundo plano, y siempre y cuando los participantes mantengan unas condiciones de salud óptimas, la edad o el sexo son solo carne de las estadísticas y no se les suele prestar atención.
La (no) filosofía del aikido
Conocimiento personal. Fierro no cree que el aikido sea una forma o filosofía de vida. Cree que con su práctica se redunda en el bienestar físico y “sobre todo” mental de las personas al proponer un modelo constructivo.
Aikido a la donostiarra. Además del centro municipal de artes marciales de Anoeta, en la capital guipuzcoana se puede practicar aikido en el club Amagoia del barrio de Egia, en el club Zuhaizti de Gros, en el Judo Club San Sebastián de la Parte Vieja y en el club Kimusubi de Larratxo.
Fierro es sexto dan y da clases de aikido todos los lunes y miércoles -y a veces los viernes- en el centro municipal de artes marciales de Anoeta (Donostia) desde su inauguración en 2006. En su grupo hay 21 personas inscritas con un perfil variopinto, donde más o menos la mitad de los alumnos superan los 50 años de edad. Muchos fines de semana Fierro acude a seminarios de aikido repartidos por diferentes provincias en los que, gracias a los encuentros con otros aikidokas, puede continuar “afinando y creciendo” en la disciplina.
“ ¿Cómo puede un arte marcial no ser violento? ”
No es un mal balance para alguien que llegó por casualidad al particular universo del aikido. Alejandro Fierro tenía claro que quería practicar un arte marcial, pero no le gustaban las ramas más mainstream como el judo y el karate. Los instructores Ángel Monreal y Juan Ramón Aduriz le animaron a apuntarse al curso de aikido con Kitaura, y ahí prendió una chispa que no se ha apagado. El donostiarra Benigno Jiménez del Val, que forma parte de la élite estatal de la práctica de aikido, fue uno de sus primeros profesores. También fue uno de sus valedores. Un día, le preguntó si se vería dando clases de aikido. Dijo que sí y con 18 años, en 1982, se puso al frente de un grupo de alumnos en Lasarte-Oria.
Humildad y poco ego
Fierro no vive de las artes marciales. En 1989 se presentó a unas oposiciones de Telefónica y obtuvo una plaza, encargándose del mantenimiento de las líneas telefónicas en turnos rotatorios. Le quedan cuatro años para poder jubilarse. A pesar de su larga experiencia y todos los galones, tiene los pies en el suelo: se dirige a sus alumnos de Anoeta como “compañeros” porque en las clases saca algo positivo de ellos. “El aikido te traslada la idea de que, como pasa en la vida cotidiana, siempre hay algo que aprender”, afirma. “A medida que pasa el tiempo y profundizas más en algo, te das cuenta de que, de alguna manera, cada vez sabes menos: ¿Cómo voy a enseñar algo que todavía estoy descubriendo?”, reflexiona. La modestia y lograr domar el ego es otro de los grandes aprendizajes del gurú que le cambió la vida siendo un adolescente.