Aimar Sagastibeltza (Leitza, 5 de julio de 1984) está curtido en todas las facetas. No solo en el fútbol, también en la vida del día a día. Es uno de los refuerzos en este Barakaldo de récord, que el sábado puede certificar de manera matemática en Azkoitia ante el Anaitasuna el ascenso a Segunda RFEF. A sus 38 años, es el veterano del vestuario y de la categoría, ha jugado en varios equipos –Tolosa, Beasain, La Pobla de Mafumet, Teruel, Real Unión, Gernika y Amorebieta, en este orden cronológico– antes de recalar en el club fabril, donde es un fijo para Imanol de la Sota, y no cree un paso atrás haber bajado tres escalones, desde LaLiga SmartBank. “A pesar de mi edad, es verdad que tenía opciones en categorías superiores, pero desde el inicio me transmitieron aquí su interés y me constaba el proyecto que había detrás”, expresa el navarro, que cursa Grado Superior de Dietética “pese a que soy maestro de Educación Física”.
A sus 38 años parece que está hecho un chaval por sus prestaciones en el verde. ¿Ha hecho un pacto con el diablo?
—Estoy bastante contento de cómo mes están yendo las cosas, tanto a nivel colectivo, que es indudable y las estadísticas están ahí, como en el personal, gracias al rendimiento que estoy dando.
¿A los futbolistas se le ponen en valor por su DNI?
—Yo creo que sí. Quizás antes no era tan habitual ver jugadores de cierta edad, a partir de los 33, 34 o 355 años, que pudiesen rendir, pero hoy en día se ha evolucionado tanto en la profesionalidad que se trabaja más la fuerza, la alimentación, un montón de cosas. En mi caso creo que es más un número y no intento pensar mucho en la edad, sino en sentirme uno más. Me siento un privilegiado por disfrutar de hacer lo que me gusta.
Recalca que únicamente es un número, y ese número indica que es una especie de padre del vestuario, porque incluso casi dobla en edad a Endika Buján, el benjamín de la plantilla.
—Soy consciente de que soy el más veterano, además con bastante diferencia. Hay un cambio generacional grande y muchas veces me da la sensación de que casi parece que es ayer cuando empezaba, como cuando ves los pasos que está haciendo ahora Buján. Han pasado un montón de años y ahí sigo, es como una batalla personal también ganada.
¿Le respetan de manera diferente en el vestuario? ¿Le ven como un bicho raro?
—Me respetan bastante desde el primer día y, bueno, intento aportar mi granito de arena cuando veo a algún compañero que lo está pasando mal, o cuando veo que quizás algún consejo mío les puede ir bien, tanto futbolística como personalmente. Intento aportar, pero no aporto más que ninguno, porque afortunadamente el vestuario es súpersanote, y, mira, somos un vestuario muy bueno.
Es central en el equipo menos goleado de todo el fútbol estatal, incluso el sábado se estrenó ante el Leioa como goleador. ¿Esa experiencia se traslada en las dos áreas?
—En mi caso particular sí noto la experiencia, las acciones que son similares vas aprendiendo y vas intentando perfeccionar lo que tienes que hacer, luego otra cosa es si eres capaz de hacerlo o no. Pude meter un gol, mi primer gol esta temporada, en un momento bastante importante para el equipo, pero además fue un partido especial para mí porque el entrenador del equipo rival, Urtzi Arrondo, es amigo íntimo mío, de los mejores amigos que tengo.
No es que sea un central de 1’90 metros de altura, corpulento, ¿no?
—Físicamente nunca he sido superior a nadie. Habitualmente he jugado en Segunda B, entonces he tenido cierta desventaja en cuanto a lo físico para enfrentarme a ciertos delanteros. He sido un obseso de cómo mejorar o cómo poder afrontar la defensa de ciertas jugadas. Tácticamente, y en cuanto a colocación, anticipación, concentración lo he suplido con esas condiciones y cualidades. Nunca he destacado por hacer grandes partidos memorables, para nada, pero tampoco normalmente he destacado por lo contrario, creo que he sido bastante regular y dentro del campo soy bastante inteligente, ese liderazgo que te da esa edad.
Hablando de edad, al central moderno se le pide que tenga una salida buena de balón. ¿Se ha tenido que reinventar?
—Contestaría que sí. Durante mi trayectoria he tenido la suerte, la fortuna de jugar en diferentes equipos y cada uno de ellos ha tenido su estilo de juego, ese reto de tener que adaptarme a diferentes estilos. Los ejemplos más claros son que en el Real Unión, los dos años que estuve con Aitor Zulaika, el juego era muy vistoso y digamos que extremadamente de toque, me tuve que adaptar y creo que lo hice genial. En cambio, el año del ascenso con el Amorebieta a LaLiga SmartBank era más cercano al juego directo, un estilo respetable también, como son todos los estilos. Ningún estilo es superior al otro.
Una carrera en la que prácticamente es un trotamundos, juega en varios equipos y llega al Barakaldo procedente del Amorebieta, pese a que no tiene mucha participación, y baja tres categorías. ¿Se trata de un paso atrás o es un reto?
—A estas alturas de la película para mí es un reto y esa es la razón por la que acepté. A pesar de mi edad, es verdad que tenía alguna otra opción en categorías superiores, pero desde el inicio me transmitieron aquí su interés y me constaba el proyecto que había detrás. Se trataba de un reto ambicioso pese a bajar categorías y a que algunos lo pudieran entender como un paso atrás . Lo afronté desde el primer día con mucha responsabilidad e ilusión, y de momento está saliendo bien.
Ha conseguido diferentes ascensos con el Tolosa, Eibar, Teruel y Amorebieta, y va camino del quinto con el Barakaldo. ¿Cada uno de estos éxitos tiene su historia?
—Todos tienen sus vivencias particulares y, sobre todo, cada temporada ofrece su respectivo camino. Cuando te toca un año así, tienes que disfrutarlo día a día.
Se lo pregunto porque ninguno ha sido tan holgado como ocurre este caso, ¿no?
—Eso es, pero a pesar de ello lo estoy disfrutando. Todavía no quiero darlo por hecho hasta que las matemáticas no digan al 100% que hemos ascendido. Es verdad que tenemos un margen muy considerable, aunque en ningún momento nos hemos relajado y dentro del vestuario hemos disfrutado del día a día. Cada partido suponía un pasito más al ascenso.
¿La guinda al ascenso sería cerrar la liga con la condición de invicto?
—El primer objetivo es subir y eso lo dejó clarísimo el club desde el primer día. El reto era ilusionante, porque nos enfrentamos a equipos también de cierta historia, de cierto empaque. Aunque parezca lo contrario, no resulta nada sencillo. Los números dicen que está siendo un paseo, pero a toda esa gente le invitaría a seguirnos y a reconocer que hemos tenido que sufrir en un montón de partidos. Teniendo en cuenta el nivel de la plantilla lo hemos ido solventando. Y en el tema de acabar invictos, no queremos pensar más allá que no sea en el partido del sábado en Azkoitia.
Cómo se nota que es un veterano, tirando balones fuera.
—Es que no me gusta vender la piel del oso antes de cazarlo. Está claro que vamos a subir, pero hay que esperar a que sea de manera matemática para celebrarlo como corresponde.
¿A su edad, con casi dos décadas de carrera, manda más la cabeza que el corazón?
—Sí. La experiencia te da un montón de cosas. Te da, por ejemplo, la tranquilidad y la pausa de analizar las cosas más fríamente y con más objetividad. Cuando eres más joven, pues eres más caliente para todo, para tomar decisiones, para… Creo que de lo bueno se disfruta más, pero también de lo malo sufres más. Entonces, la edad te aporta un poco esa calma necesaria para ser consciente de que cuando las cosas no van tan bien no se acaba el mundo y cuando las cosas van bien, tampoco eres Dios. Eso es lo que te aporta.
¿Para el entrenador es más fácil echar la bronca a un joven que a un jugador de 38 años? ¿Es diferente la relación que pueda haber entre entrenador y jugador?
—La relación quizás sí que es diferente, pero en el caso de Imanol (De la Sota), y se lo agradezco además, desde el primer día la relación ha sido cordial. Nos ha tratado igual a todos desde el primer día y cuando me ha tenido que pegar dos gritos me los ha pegado pese a mis 38 años, y con razón además. Así que creo que es muy importante que un entrenador trate a todos por igual.
¿La cabeza le pide seguir el próximo año?
—Tanto la cabeza como el corazón me dicen, en este momento, seguir otro año. Soy consciente que esto cambia de un día a otro, porque una lesión te puede fastidiar todo, una decisión personal o algo imprevisible, pero de momento estoy con esa ilusión y esa energía, sobre todo analizando al nivel de juego que estoy.