“El cielo es hoy un poco más azul”. Fue Javier Landeta, presidente de la Federación Vasca de Fútbol, quien escribió esta preciosa frase tras conocer el súbito fallecimiento de Aitor Larruzea Oarbeaskoa, directivo de la Sociedad Deportiva Amorebieta, en un hotel de Alfaz del Pi (Alicante). Aitor, zornotzarra de 54 años, Perla para casi todos y todas en el pueblo, encontró la muerte por causas naturales el sábado, horas antes de que el primer equipo de la SDA, al que acompañaba en su desplazamiento, defendiera ante el CF La Nucía su segundo puesto en el Grupo II de la Primera Federación. El partido quedó suspendido, el cielo se tiñó de azul y Amorebieta-Etxano se sumió en el luto.
Porque Aitor era muy conocido en el pueblo. Y muy querido. Quien le conocía, como mínimo, le apreciaba. Muchos le descubrimos tras la barra del Juantxu, mítico restaurante que regentaban su aita, Juan Larruzea, y su ama, Asun Oarbeaskoa, y que en los 80-90 fue faro gastronómico no solo de Durangaldea sino de toda Euskadi. El Juantxu era templo de caza y santuario de ciclismo. Allí paraba siempre el Reynolds, luego Banesto, el día del Gran Premio Primavera. No en vano, Juantxu era cocinero de la selección estatal de ciclismo en los tiempos de Indurain, Delgado, Olano, Marino, Gorospe… También allí cerraba cada año la temporada, con una alubiada de campeonato, el Euskaltel-Euskadi de Miguel Madariaga, gran amigo de la familia. Esta conexión ciclista permitía a Aitor –al que siempre gustó vestir a la última: de sport, sí, pero a la última– lucir impecable en su bicicleta con los maillots y los culotes de los mejores equipos del pelotón. Ese fondo de armario y su piel morena le hacían inconfundible en las carreteras del Duranguesado y de Arratia. Era imposible no reconocerle, de ahí que le diera tanta rabia que un cicloturista no le saludara al cruzarse en su camino. “Si sales en bici, tienes que saludar; y si no vas a saludar, te quedas en casa a hacer rodillo”, protestaba.
Nunca lo tuvo fácil Aitor. Para muchos en el pueblo y en la comarca, él fue el primer niño negro que conocimos en persona. Si en pleno 2023 aún nos queda un largo trecho que recorrer como sociedad en materia de integración, diversidad y multiculturalidad, en los años 70 o los 80 del siglo pasado ese camino ni siquiera estaba asfaltado. Sufrió más de un episodio desagradable, pero nunca se arrugó. Estaba orgulloso de su raza y de la educación que, junto a Andoni e Irune, recibió de Juan y de Asun, en la que el euskera y el sentimiento de pertenencia a la nación vasca fueron pilares fundamentales. Porque Aitor era euskaldun y abertzale. Había que contemplar la cara de sorpresa de tantos clientes del Juantxu que, al verle, pedían su consumición en castellano cervantino, y entonces Aitor, un poco por orgullo y un mucho por vacilar, contraía el rictus, aplastaba sus gafas contra la nariz con el índice de la mano derecha y les respondía en ese euskera del caserío de Boroa que incluso a los urbanitas de Amorebieta nos costaba descifrar. “Ze esastezu? Ze gurok?”. Boquiabiertos les dejaba, tan serio, tan moreno, tan vacilón.
El ciclismo y el fútbol eran sus pasiones. Del Athletic, por encima de todo, y de la SDA, lo cual es perfectamente compatible. A finales de los 80, cuando jugaba en el Abadiño, se acercó hasta Lezama un 28 de diciembre para grabar para ETB una gran exclusiva: Aitor no era Aitor Larruzea, sino Jeremy Clifford (o algo así), un chico de padre inglés y madre vasca que había nacido en Euskadi y crecido en Inglaterra, y que ese Día de los Inocentes fichaba por el Athletic Club para convertirse en el primer jugador negro de su historia. Junto a Howard Kendall, técnico rojiblanco, Jeremy hizo unas declaraciones en su euskera de Boroa con impostado acento inglés... ¡De traca! No se habló de otra cosa aquella Nochevieja en Amorebieta.
El ciclismo, el Athletic, la SDA… pero primero, y siempre, Ainhoa, su mujer, más de 23 años casados, casi inseparables… Hasta su querido Natal (Brasil), destino innegociable de sus vacaciones, allí donde eran realmente felices, habrá llegado la noticia de la muerte de Aitor, el vasco simpático y bailongo de la sonrisa perenne, las camisas hawaianas y la gorra eterna.
Dicen que siempre se van los mejores. No es cierto. De aquí nos vamos, nos iremos, todos y todas: los buenos y los menos buenos; los guapos y los menos agraciados; los altos y los más recogidos; los simpáticos y los bordes... Ocurre que la pérdida de uno de los mejores nos impacta más, porque nos pone frente al espejo de la vida y este nos devuelve preguntas que somos incapaces de responder. Y Aitor era uno de esos, de los mejores. De los que dejan huella. De los que te faltan ya. De los que nos faltarán siempre. De los que extrañaremos, pero recordaremos, cuando la gabarra surque la ría, cuando el Amore regrese a Segunda o cuando el Tour salga de Amorebieta-Etxano… De los mejores. Lo era. Lo es. Y lo será.
Agur, Aitortxu! Agur, Perla, betirako distiratsu gure bihotzean!
Unai Larrea, amigo de Aitor y miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Deportiva Amorebieta.