Actualidad

Alberto Martínez: "El covid nos arrolló, en la UCI de Cruces hubo 170 intubados a la vez"

El consejero vasco de Salud vivió in situ y en primera persona, como jefe de Reanimación y Anestesia del centro, el cataclismo desatado hace cinco años que se cobró la vida de más de 8.500 personas en Euskadi
Imagen de archivo de la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Cruces en plena actividad.
Imagen de archivo de la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Cruces en plena actividad. / Pablo Viñas

Cuando la vida se desmoronó por culpa de un virus desconocido, el actual consejero de Salud, Alberto Martínez, estaba al pie del cañón, en la UCI del hospital de Cruces, intentando sacar camas y respiradores de debajo de las piedras.

“Cuando llegaban los pacientes de diez en diez, abrías una unidad y se llenaba, abrías otra y se llenaba, teníamos todos los respiradores de los quirófanos puestos, no nos quedaban más sitios, nos sentimos muy vulnerables”, recuerda. “Creíamos que el hospital era un dique de contención que puede con todo. Que llega la ola y que tú aguantas, pero vimos que éramos frágiles y que aquello no tenía límite”, rememora, como si fuera hoy, el ex jefe de Anestesia y Reanimación de Cruces, que coordinaba un superequipo empeñado en no dejar a nadie atrás.

Cuanto más apretaba el virus, más fuerzas sacaban. Hubo que practicar una medicina casi de guerra “porque el covid inundó más del 80% del hospital”. Y en aquel pulso entre la vida y la muerte, en el que cada dos días se abría una planta más, y otra más, y una unidad nueva y otra, y los pacientes de UCI iban llenando más y más áreas, los sanitarios corrieron un sprint hacia el infinito y más allá.

"LA PANDEMIA NOS PASÓ POR ENCIMA"

La pandemia les pasó por encima como un camión. No en vano fue un cataclismo sanitario que ha impulsado la mayor carrera investigadora de la historia para tener las vacunas en un tiempo récord.

“Nos arrolló porque de un día para otro vimos que más de medio hospital estaba ocupado por la misma patología”. “Recuerdo que el primer día que ingresó el primer paciente con covid, aquella jornada nos entraron ocho. No fue algo progresivo, fueron todos a la vez. Ya habíamos vaciado la UCI de Reanimación porque ya se empezaba a oír lo que venía, y se llenó el segundo día. Además eran todo pacientes intubados, pacientes muy graves que llegaron en pocas horas”.

La vorágine era imparable. “En 24 horas ya teníamos que ir trasladando pacientes porque hacíamos circuitos limpios para no covid y circuitos para pacientes covid, había incluso ascensores para pacientes con coronavirus. Íbamos vaciando unidades y generando espacios libres para los que pudieran venir".

"Cada vez que vaciábamos una unidad, nos venían de diez en diez. Como el bloque quirúrgico se paró y solo manteníamos la urgencia, ya no ingresaban ni politraumatizados, ni accidentados, y todo se centraba en el coronavirus. Iba avanzando el covid e iba desapareciendo el resto. Recuerdo todo lleno de respiradores, ventiladores, y pacientes boca abajo”.

"PENSÉ QUE NO ÍBAMOS A DAR MÁS ABASTO"

De esta forma, la Reanimación se fue llenando. “Llenamos la URPA que tenía veintitantas camas, nos fuimos al gimnasio de adultos, luego al de pediatría; la zona de fisioterapia respiratoria, la zona de ictus. Los gimnasios no tienen toma de oxígeno y los de mantenimiento debieron instalar un sistema de canalizaciones en 24 horas y allí se abría de nuevo con los respiradores que teníamos de quirófano”.

Era un no parar. Todo se fue ocupando. “Las unidades de intensivos y críticos... Llegó un momento en el que yo pensaba que no íbamos a dar más abasto. Buscábamos sitios diáfanos del hospital, fuimos a la zona de guardia de cafetería... y fue justo cuando la situación dio un vuelco. Porque esa fuerza tan grande de entrada se frenó con el confinamiento. Entonces todo empezó a amainar”, relata el máximo responsable sanitario vasco.

Imagen de marzo de 2020 con el gimnasio de Cruces reconvertido en unidad de críticos.

Imagen de marzo de 2020 con el gimnasio de Cruces reconvertido en unidad de críticos.

"ALGUNA GENTE LLORABA AL QUITARSE EL EPI"

A pesar de que arrastraban toneladas de estrés, recuerda sobre todo un gran sentimiento colectivo, un compañerismo a prueba de SARS-Cov-2 y una marea de profesionales inagotables e inasequibles al desaliento. “En el hospital de Cruces teníamos el espíritu de que todos estábamos a una”.

“Sobre todo, recuerdo la tensión de aquellos días y la precaución con la que actuábamos”, dice sin olvidar ni por un segundo lo sucedido.

Porque era un desafío tras otro. “No sabíamos el alcance, no conocíamos las terapias. Estábamos continuamente cambiando los protocolos de tratamiento, no veíamos el final por ningún lado. Incluso llegamos a pensar que no habría medios para todos. Era una sensación de gran fragilidad, incluso miedo a poder contagiar".

"En el hospital, te duchabas antes de irte. Seguías todo un ritual para quitarte el equipo de protección. Y nunca estabas solo, lo hacías delante de alguien que vigilaba todos los pasos para ver si te habías dejado algo”, expone Alberto Martínez.

La sensación de vértigo y salto al vacío se llevaba con mucha frustración. “Había gente que cuando se quitaba el EPI rompía a llorar porque había mucha carga emocional y mucha tensión”. “Pero el sentimiento colectivo iba de abajo a arriba”, rememora Martínez. “Estábamos todos a una, pero no solo los sanitarios. Profesionales como los de la limpieza fueron fundamentales”.

TODO EL TURNO CON UNA EPI

La escasez de material fue otro handicap. “En aquellos primeros días se creía que era un gripe, pero vimos el caos sanitario desatado en China, y luego, cuando empezamos a ver los datos de positivos de Italia y Madrid, algo pudimos prever y empezar a planificar".

"La idea inicial era optimizar al máximo las mascarillas porque tampoco había las suficientes, y en las primeras semanas sí hubo varios sanitarios que se contagiaron, sobre todo los que estaban más en contacto y en la primera línea", señala Martínez, presente en aquella zona cero del virus.

"En Intensivos, todos eran críticos con una gran carga viral y hacíamos sistemas de protección. Pero había problemas de abastecimiento porque no había para todos y en todo momento. Uno se ponía el EPI y estaba todo el turno. Sudabas mucho, sin embargo, no te cambiabas porque no había suficientes”.

"LOS PACIENTES VIVÍAN LA INTUBACIÓN CON ANGUSTIA"

El virus no respetaba a nadie. Pero aquellos primeros pacientes eran fundamentalmente gente con otras patologías anteriores. “Mayores de 65 años eran la mayoría, pero luego había un grupo de pacientes en torno a cuarenta y tantos con patología de base. Era por ejemplo gente obesa, diabética, inmunodeprimidos, también con patología respiratoria. Y eso casi fue una constante en toda la pandemia. Y prácticamente no había diferencia de sexo porque nos entraban por igual hombres y mujeres”, afirma.

Llegaban con una afectación pulmonar grave y en ese momento solo se podía ventilar al paciente con algún tratamiento, a veces presentaban fallo renal, y había que ponerles boca abajo.

“Los pacientes no podían respirar, les faltaba oxígeno, estaban azules y ellos no eran muy conscientes. Pero incluso cuando les ibas a intubar, querían aguantar y aguantar porque creían que ese momento era casi el de la despedida. Lo vivían con mucha angustia. Sin embargo cuando se despertaban, no se acordaban de nada”, explica aún con desasosiego.

Todavía hoy, lo que sucedió le parece increíble. “Suelo comparar nuestro sistema con La Paz. Allí se enfrentaron al virus diez o doce días antes que nosotros. Pero cuando La Paz llegó al paciente 22 intubado ya no pudo coger más enfermos y nosotros, sin embargo, mantuvimos 150 o 170 pacientes intubados a la vez. Fue un récord”.

"LLEGUÉ A PENSAR QUE ERA MÁS FUERTE QUE NOSOTROS"

El consejero de Salud admite que durante algunos días tuvo la sensación de que “aquello era más fuerte que nosotros, que éramos demasiado frágiles para resistir ese envite”.

Otra sensación llamativa que recuerda está asociada a su madre, una persona muy mayor. “Me imaginaba la incertidumbre y el miedo de estas personas de mucha edad, aisladas en sus casas. Era necesario hacerles ver que si ingresaban en el hospital, también ellos podían salir”.

Con un confinamiento absoluto y las calles y centros hospitalarios blindados, promocionaron las videollamadas para que las personas pudieran estar conectadas.

“Es que los principios fueron durísimos. La gente no podía salir de las habitaciones, no podía recibir visitas, había que darles una conexión con el mundo”.

SIN NECESIDAD DE 'ULTIMA CAMA'

Sabíamos que venía una gorda. Pero si me llegan a decir que iba a ser todo tan rápido, no me lo hubiera creído. Igual si hubiéramos sido los primeros, no hubiéramos podido salir tan airosos y con tanta capacidad. ¡Menos mal que teníamos la referencia de otros centros y otros lugares!"

"Conocía la experiencia de Madrid y por eso pensé que había que adaptarse día a día para dar respuesta y conseguir los respiradores. Gracias a tener flexibilidad y capacidad de adaptación, en Euskadi nunca hubo esa necesidad de elección de la última cama”, reflexiona el consejero de Salud.

“También es verdad que en Euskadi se hacían muchos test y muchas PCRs y teníamos el sistema de detección muy bien engrasado e identificado”. “Por eso luego se pudo empezar a operar todo lo relacionado con cáncer en el circuito de Pediatría que estaba limpio”, añade.

Visita de Iñigo Urkullu y Nekane Murga a la Reanimación de Cruces.

Visita de Iñigo Urkullu y Nekane Murga a la Reanimación de Cruces.

"NO VENCIMOS AL VIRUS, SOLO LO CONTUVIMOS"

Mientras el covid noqueaba al sistema sanitario, en la primera ola, en Cruces también consiguieron tener la tasa de supervivencia más alta, ya que lograron bajar la mortalidad al 20%, a pesar de que la media se situaba en el 35%.

Quizá por eso médicos y especialistas franceses se interesaron por visitar el centro hospitalario para importar esta experiencia hospitalaria y analizar la respuesta dada ante la pandemia.

Alberto Martínez nunca tuvo claro cómo iban a salir de ese reto mayúsculo. Aquellos días de marzo de 2020 tuvieron que correr un sprint y luego debieron enfrentarse a olas, picos y un número sostenido de casos graves con dientes de sierra y bastantes sustos.

“La primera sensación no fue la de vencer al virus, fue la de contenerlo. La verdad es que si no llega a ser por el aislamiento, el coronavirus nos habría llevado por delante porque no teníamos capacidad ya para más. Y cuando con las vacunas, la enfermedad se empieza a resolver vimos, por fin, la luz al final del túnel y comprobamos que el mal tenia remedio”, declara.

LA NECESARIA UNIDAD DE COVID PERSISTENTE

¿Quién le iba a decir que cinco años más tarde estaría inaugurando una unidad de covid persistente para enfermos a los que el mal sigue sin dar un respiro?

“Sí, es verdad. Yo no pensé que el covid llegaría a tener esas secuelas tan graves. Unos pacientes que, ante cualquier esfuerzo, enseguida hacen taquicardias muy importantes, que sienten fatiga, que no se pueden concentrar, tienen dolores de cabeza, dolores musculares... y que necesitan de una unidad específica que, por fin, podemos ofrecerles”. Y es que Martínez nunca imaginó verse en la peor crisis sanitaria en un siglo.

2025-03-03T07:05:04+01:00
En directo
Onda Vasca En Directo