Amelia Tiganus soñaba con ser médica o profesora hasta que a los 13 años, volviendo del colegio, en Rumanía, la violaron en un portal entre cinco y su vida se tornó en pesadilla. “En la calle y el colegio me llamaban puta, me escupían, me daban patadas... Como no me resistí por el miedo, las violaciones continuaron”. Amelia era muy buena en Matemáticas, pero ya no podía estudiar. Su dolor era tal que pensó en suicidarse. “No lo hice por amor a mi hermana pequeña, que me admiraba aunque para el resto yo fuera una basura”. A los 17 años, una vez que la habían “destruido como ser humano y arrojado a la soledad”, los mismos que la violaron le ofrecieron una manzana envenenada. “Me decían: Anda, tonta, que no te hemos hecho otro agujero, que tampoco es para tanto. Me contaron que ejerciendo la prostitución en España un par de años iba a solucionar mi vida y poder volver a estudiar, que era lo que más quería, y me lo creí. Fui vendida a un proxeneta español por 300 euros y explotada sexualmente por más de 40 prostíbulos del Estado”. Amelia acumuló una deuda de 3.000 euros y los dos años se alargaron a cinco. Cuando consiguió salir, trabajando como camarera, halló incomprensión. “Me decían: Pobrecita, ese es tu caso, pero otras sí que quieren y yo jamás me he encontrado a ninguna que de niña soñara con ser puta”.
“Fui vendida por 300 euros y explotada sexualmente por más de 40 prostíbulos del Estado español”
Activista feminista, formadora y escritora, Amelia ha desnudado su alma en más de 400 centros educativos del Estado y el pasado curso en media docena de institutos de Bizkaia con el fin de que los alumnos nunca paguen por sexo y las alumnas no sean captadas por redes de explotación sexual. “Os están vigilando de cerca. Los hombres quieren producto local y los proxenetas ya no tienen que ir a ningún país, todo se hace a través de internet”, advierte a las estudiantes del Instituto Miguel de Unamuno de Bilbao. “Los adolescentes, al escucharme, se emocionan y después sienten cierta indignación y preguntan por qué nadie se lo había contado”, resume.
Amelia relata su historia sin edulcorantes, mientras una alumna se echa la mano a la boca, impactada, y otras la escuchan en absoluto silencio. Comparte su viaje de tres días en bus hasta Alicante, su primera noche en un prostíbulo -“la voy a recordar siempre por ese olor a tabaco, alcohol y cocaína”- y cómo tenía que pagar por las habitaciones en las que dormían hacinadas, las mismas en las que yacían con los “puteros”. “Los llaman clientes, pero no se puede llamar igual al que compra el pan que a un hombre que paga por penetrar por boca, vagina y ano a una mujer que no lo desea, que necesita dinero”, aclara, y aprovecha para preguntar “cómo llamaríamos a que un hombre tenga sexo con una mujer que no quiere. Violación, agresión sexual, ¿no? Pues parece ser que si hay un billete de por medio el agresor no tiene la responsabilidad”.
Aunque “muchas veces la puerta del puticlub estaba abierta”, en cuanto ponía un pie fuera “oía decir: A las putas les gusta el dinero fácil”. “Fue muy duro enfrentarme a esta sociedad que no estaba dispuesta a escucharme”, lamenta, y pone a prueba la empatía de los adolescentes. “Imaginad que estáis a miles de kilómetros de vuestra casa, no conocéis a nadie, ni el idioma, y estáis expuestos en tanga y tacones en una rotonda, un puticlub o un piso. ¿Cómo os sentiríais?”. Se hace el silencio. Y al poco surgen voces entre las butacas del paraninfo: “Con miedo”. “Desamparada”. “Vulnerable”. “Angustiada”. Solo imaginarlo, evidencia Amelia, “resulta violento para uno mismo”.
Y es tan solo el comienzo. “En ese país, que tiene más riqueza, pertenece al primer mundo y donde hay democracia, os van a utilizar como meros objetos sexuales para usar y tirar, para eyacular. En concepto de ocio se está agrediendo sexualmente a las mujeres más vulnerables y empobrecidas de este planeta delante de nuestros ojos”, denuncia. Esa es la razón por la que rememora en público esos pasajes de su vida que quisiera olvidar. “Hablo porque no soporto la idea de que en este momento estén violando a mujeres o a niñas para convertirlas en la puta de todos, en mercancía para que los puteros se diviertan y los proxenetas se enriquezcan”. Habla por ellas y porque está convencida de que “servirá para algo bueno”. “Si cuento todo el sufrimiento que viví, esta sociedad será mucho más consciente y estará mucho más preparada para enfrentarse a la realidad”, confía, convencida de que “lo transgresor no es decir: Todas somos putas, sino Todas somos mujeres y nos duele igual que a nuestra compañera la agredan a la salida de la discoteca o en un portal que a esas mujeres las violen sistemáticamente”.
“Yo es que me las follo gratis” Amelia apuntala su discurso con datos, como que “España es el mayor consumidor de prostitución de Europa” y que “cuatro de cada diez hombres han pagado” por mantener relaciones sexuales. “Son muchos. Casi la mitad. Convivimos con ellos”, recalca y desvela qué le contestan los chicos cuando les pregunta si “se irían de putas”. “Los gallitos del corral dicen que sí y los pollitos les siguen el rollo, pero la mayoría dicen que no. Podría parecer esperanzador, pero cuando les pregunto que por qué no, me contestan: Qué asco, a saber cuántos la han usado antes. Siguen sin ver a las mujeres prostituidas como personas”, censura. “Luego hay otros que dicen: Yo es que me las follo gratis. Es decir, el mismo pensamiento de utilizar a las mujeres como si fueran cosas. Muy poquitos -diría un 1% y he dado más de 600 charlas y conferencias por todo el mundo- dicen: No, porque jamás tendría sexo con una mujer que no quiere tener sexo conmigo”.
“La mayoría de chicos no irían de putas: ‘Qué asco, a saber cuántos la han usado’. Siguen sin verlas como personas”
Tras criticar “el modelo prohibicionista, que en teoría castiga a todos los actores del sistema prostitucional, pero en la práctica persigue a las mujeres”, y “el modelo regulacionista, que considera la prostitución como un trabajo y ha beneficiado a los proxenetas, que son considerados respetables empresarios del sexo”, Amelia aboga por “una ley abolicionista que diga que la prostitución es violencia contra las mujeres, garantice sus derechos y castigue a los proxenetas y los puteros”.
Amelia abre la puerta de su cuarto aquel día en el que su novio se dio cuenta de que ella no estaba disfrutando de la relación sexual y le preguntó si no tenía ganas. “Pensando en el ¿Me vas a dejar así? que tantas veces me habían dicho los hombres para obligarme a seguir hasta que eyacularan, le dije que sí tenía ganas y se enfadó mucho. No me hagas esto nunca más. Si no quieres, dilo. Yo no quiero violarte. No sabía cómo asimilar aquello. No tenía que follar si no me apetecía”. Aplausos.