Una violencia normalizada, cronificada y tras el escudo (o cortina) de la educación patriarcal recibida. Son las características que predominan en la violencia de género de los mayores de 65. Y es que los estereotipos como el buenismo o paternalismo destacan entre las personas de la tercera edad. Así lo refleja un estudio becado por Emakunde, que pone de manifiesto que la violencia de género entre los mayores de 65 es una realidad que afecta a una de cada cuatro mujeres, o por ende, a uno de cada cuatro hombres maltratadores. El estudio Violencia de género y mujeres mayores en la Comunidad Autónoma de Euskadi: visibilizando una vulnerabilidad opaca, estima que alrededor del 25% de mujeres sexagenarias ha sufrido violencia de género a lo largo de su vida, y un 5,7% la sufren actualmente.
“Hay mujeres que viendo al marido mayor, les puede la obligación de protegerles”. “Mi marido tuvo un accidente muy grave, quedó incapacitado, muy mal… Entonces yo pensé: Le cuido a pesar de todo, con él así y a mi edad, a dónde voy yo ya. Total, ya no me pegaba, pero sí me insultaba y me daba manotazos. Y le cuidé varios años hasta que falleció”. “Yo me dije: “Ahora le tengo que cuidar, porque ya no ve, y ¿qué hago? Pues aceptarlo, a estas altura ya”. “Yo rezo por él, para que esté bien y no le falte de nada. Que me deje tranquila pero que esté bien”.
Son algunos de los testimonios recogidos por la socióloga, gerontóloga y criminóloga Iratxe Herrero y el politólogo, agente de Igualdad y formador en competencias para el desarrollo profesional y personal Carlos Díaz de Argandoña, en el estudio realizado gracias a la beca concedida por Emakunde. Así, hacen hincapié en la “invisibilidad de la violencia machista ejercida contra las mujeres mayores” y realizan una estimación orientativa sobre su dimensión en la Comunidad Autónoma Vasca. Entre las características singulares de las mujeres mayores de 65 que sufren violencia, el estudio señala también que son víctimas de violencia de “muy larga duración; asumen y normalizan la violencia, adaptándose a ella; han asumido la obligación de mantener su rol de esposa y madre como elemento que define su identidad y su prestigio social, por lo que desvincularse de este papel supone para ellas una dificultad mayor”. También destaca que la mayor parte de ellas se mantienen en la relación hasta que esta cesa por fallecimiento del hombre o de ellas mismas, “visibilizan menos su situación y lo comunican menos a su entorno, y tienen una mayor dificultad para identificarse como víctimas, para reconocer su derecho a ser ayudadas y para solicitar ayuda de manera explícita”.
Los hombres mayores maltratadores también presentan características singulares, entre las que destacan “la socialización patriarcal más intensa que han recibido en comparación con las generaciones más jóvenes, en un contexto social más permisivo que el actual con este tipo de violencia, lo que ha contribuido a legitimar sus comportamientos violentos”.
Además, con el paso de los años, cronifican su comportamiento violento y modulan el tipo de violencia ejercida en frecuencia e intensidad en función del cambio producido en sus capacidades físicas y cognitivas por el propio envejecimiento del organismo.
El estudio resalta la característica observada en los hombres maltratadores de “mostrar una doble imagen pública y privada, que ha contribuido a ocultar su conducta violenta y que adquiere un papel significativo en la vejez debido a la existencia de estereotipos de bondad o fragilidad asociados a las personas mayores que contribuyen también a invisibilizar sus comportamientos violentos en esta etapa de su vida”.
El peso de la religión
El informe pone el acento en que la religión es también un factor de riesgo de maltrato en mujeres de la tercera edad. Y es que, como subrayan en el informe los testimonios recogidos, “la religión ha tenido un papel fundamental en la educación recibida y en transmitir ideas que justifican el papel sumiso de la mujer: la mujer en casa, manteniendo el hogar, con hijos, sumisa al marido…”. Ya que en este contexto, los roles de género estaban estrictamente marcados, “diferenciando claramente las funciones y expectativas sociales de las mujeres y de los hombres en los diferentes ámbitos de la vida desde las primeras etapas de la educación”, sostienen expertas entrevistadas para realizar el estudio. “Yo me he encontrado con mujeres mayores que no se separaron por sus fuertes convicciones religiosas. Una me decía: Me tiene que matar antes que yo dé el paso de separarme, porque mis creencias son importantes para mí, mi religión… Esto del matrimonio es para toda la vida. Y esto es lo que yo tengo que aguantar”, narran.
De esa forma, como concluyen el estudio, la generación a la que pertenecen estas personas que actualmente tienen 65 y más años, quienes han recibido una socialización patriarcal más intensa que la actual, cuyos valores legitimadores de las diferencias por género y, en los casos más extremos, de los comportamientos violentos” explican una parte importante de “la singularidad victimológica” de estas mujeres mayores y de las características de los hombres mayores maltratadores”.
En corto
Alcoholismo
Atenuante. El consumo de alcohol suele considerarse por parte de algunas mujeres –y, en muchas ocasiones también de los hijos e hijas y del resto de familiares– un atenuante de la responsabilidad del maltratador, a quien se considera más un enfermo que un agresor. Esta mayor tolerancia social ante este tipo de consumo también podría explicarse porque era una forma de relación social aceptada como propia de los hombres de esta generación.
Víctimas
Vulnerables. El estudio alerta de que existen perfiles de mujeres mayores víctimas de violencia de género especialmente vulnerables: las mujeres muy mayores –que superan los 80 años–, las que viven en el medio rural y las que no acuden a los recursos de atención o a las asociaciones. “Para todas estas mujeres mayores, el entorno, sobre todo en los pueblos, ejercía una presión notable, ellas no querían ser la ‘comidilla’… Muchas pensaban: Si esto se sabe, esto supone que a mí alguien me reconozca, me pregunte. Se sentían cuestionadas y estigmatizadas”, apuntan.
Protocolos
De atención. El informe ‘Violencia de género y mujeres mayores en la Comunidad Autónoma de Euskadi: visibilizando una vulnerabilidad opaca’ pone el acento en la necesidad de diseñar protocolos específicos o incorporar medidas especializadas en los que ya existen, para la atención de mujeres de colectivos más vulnerables, como las mujeres mayores.