No hace falta irse muy lejos para encontrar relatos curiosos y exóticos. Acostumbrado a hacer periodismo de viajes en el extranjero, en países muy desconocidos para él, Ander Izagirre (Donostia-San Sebastián, 1976) ha optado ahora por darle una vuelta geográfica, histórica y mental al país de los vascos. Nueve días ha pedaleado en bicicleta por la costa vasca y el interior, saliendo “casi de casa”, de Getaria, y con vuelta de nuevo a Getaria, el pueblo natal de Elkano; ha recorrido unos 750 kilómetros viviendo experiencias, muchas insólitas, que han cambiado la visión sobre su propio origen.
Todo lo cuenta en su último libro, Vuelta al país de Elkano (400 páginas, 22,9 euros), publicado por Libros del K.O. y que el propio autor ha presentado este jueves en la librería Muga de Pamplona.
El reto ante este periplo era interesante. “Tengo una cierta manera de trabajar el periodismo de viajes en el extranjero, y lo curioso ha sido aplicarla aquí, en mi tierra. Y eso era difícil porque supones que ya conoces bien todo, que no hay mucho nuevo que contar, y precisamente por eso vi claro que tenía que acompañarme de gente que sabe mucho, especialistas: una arqueóloga, un historiador, un submarinista, un minero, un cocinero... porque ellos me iban a contar capas de la realidad que están detrás de la visible y que era lo que a mí me interesaba”. Y el resultado, asegura, la ha sorprendido: “Me lo he pasado muy bien descubriendo historias que no imaginaba en mi propia casa”.
UNA SOCIEDAD ABIERTA Y MEZCLADA
El principal tópico contra el que lucha este libro es que los vascos han sido un pueblo cerrado y aislado. "Todo lo contrario, han sido un pueblo muy abierto a través del mar. La arqueóloga Mertxe Urteaga me dio la primera pista, me dijo: mira, si la cultura vasca ha pervivido, y su lengua y sus instituciones políticas, no es, como se dice, porque fue un pueblo resistente, encerrado, que no dejó pasar a ninguna influencia externa, sino precisamente por lo contrario, porque siempre fue una sociedad muy activa que se hizo valer y que participó, cuando los romanos o luego en tiempos del imperio de Castilla. Ha sido una sociedad muy abierta y muy mezclada”, dice Izagirre.
La apertura al mar era inevitable. “No había otro remedio, la parte de la costa cantábrica no daba para vivir de otra cosa, tenían que tirarse al mar, primero a pescar, y fueron aprendiendo. Y el mar lo que hace es ponerte en contacto con gente de otros lugares, con otras culturas, por el comercio y luego por la caza de ballena. He encontrado documentos muy curiosos como uno que dice que en Mutriku un año no se reunió el Ayuntamiento porque todos los concejales estaban en la caza de ballenas. Y en Zumaia otro tanto, hay crónicas de los que morían cada año fuera. Gente de mundo, se dice. El mar era la vía de comunicación más rápida. Yo soy de Donosti, y Donosti se funda con gascones que vienen de la zona de Baiona o de las Landas, y ya empeza siendo una ciudad trilingüe, lo que habla de un pueblo muy abierto”.
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Un pueblo en constante mezcla. “De hecho, todo lo que consideramos que es de aquí de toda la vida, vino de fuera, o ha sido mejorado porque hemos mirado fuera; como el caserío, el txakolí, o el pimiento de Ezpeleta. Me ha sorprendido saber que el caserío vasco es en realidad una mezcla de arquitectura centroeuropea que se produce en esos enormes caseríos de madera, que en realidad no son viviendas sino máquinas de prensar sidra, todo es una estructura de madera para aplastar sidra en el piso de arriba, y que es una inversión enorme que hacen las familias porque tienen que suministrar sidra a las expediciones transoceánicas. Y el caserío vasco surge en esa forma enorme de madera del siglo XVI porque los barcos van a Terranova, es decir, por influencia americana. El caserío vasco es un Frankenstein cultural. Hasta lo que considerábamos el cofre de las esencias está completamente conectado a la globalización de su momento”, cuenta el periodista y viajero, concluyendo que “una sociedad es mucho más vigorosa cuando está abierta y mezclada, no cuando se encierra en sí misma”.
EN CORTO
Primer arrantzale: En la Getaria de Lapurdi hay una placa de mármol de hace 2.000 años, en unos cubículos de piedra donde los romanos hacían salsa de pescado, y el propietario dice que es un esclavo liberado, que se llama Caius Julios Niger, el Negro. “El primer arrantzale de la costa vasca, o el primer trabajador de la industria pesquera vasca con nombre y apellidos que conocemos de hace 2.000 años, era un negro, un esclavo liberado. Así que hace dos mil años los vascos ya estaban conectados a esa parte globalizada, en la que también ha habido episodios muy terribles, de esclavitud y explotación”, dice Izagirre.
Oficios que perviven. De los oficios implicados en la primera vuelta al mundo de Elkano, dice el escritor, “solo hay dos que se sigan trabajando con la misma herramienta: uno es el de rey de España con la corona y el otro el de salinero con el rodillo. Sin la sal, toda la aventura marítima vasca hubiera sido imposible. El bacalao que dio tanto dinero se traía de Terranova porque existía la sal para conservarlo”.
Salinas de Añana: "Algo muy curioso es que los arqueólogos han descubierto que las Salinas de Añana han estado en funcionamiento ininterrumpido desde hace siete mil años, habrá pocas industrias más antiguas en el mundo en marcha, y a final del siglo XX estuvieron a punto de cerrarse. Solo quedaban uno o dos salineros, y hablé con uno, Edorta Loma, y él era consciente de que su oficio se está perdiendo. En cuanto meta las manos al bolsillo, se acabó, dice. Aunque ahora se ha hecho una apuesta muy fuerte por rehabilitar las salinas, han vuelto a producir sal y hay salineros trabajando allí", cuenta el autor de Vuelta al país de Elkano.
Miradas al otro: Los relatos de los viajeros son miradas al otro. Y en este caso, el otro es también el propio autor, porque ha viajado a su origen. "Me ha servido para entender bien mi historia y mi geografía. Me gusta entender el mundo a través de las piernas, porque cuando viajas en bici, vas entendiendo lo complicado que era viajar por la costa vasca por tierra, que es muy abrupta, por eso se iban al mar. Y entiendes por qué los pueblos están donde están, en sitios muy malos para construir casas, como acantilados. Pero con sitios geniales para tener barcos. Entonces entiendes que nuestra costa está pensada desde el mar, que las ermitas como Gaztelugatxe no están ahí para hacerse selfies desde tierra y que sean bonitas, sino que están para ser vistas desde el mar, para que los marinos entre brumas sepan orientarse y dónde está el puerto. He descubierto esa mirada desde el mar que muchos habíamos perdido", concluye Ander Izagirre.