Donostia – Parece que nunca se hubieran ido. Delirium Tremens, el icono del rock vasco que a tanta gente marcó con su propuesta cruda, cañera, y serena y reflexiva a la vez, ha vuelto 30 años después. La banda de Mutriku que empezó como trío, luego fue cuarteto –y ahora vuelve a serlo con la incorporación de un nuevo miembro– y que sorprendió a muchos con un adiós inesperado en 1991, está más viva que nunca. Y tiene cuerda para rato. La voz de Andoni Basterretxea, intacta con el paso de los años, canta y recita transmitiendo como en los viejos tiempos pero con nuevos temas, los de su disco Hordago (2022), con el que el grupo guipuzcoano se encuentra girando.
Volver a la escena 30 años después habrá despertado muchas emociones y muchos sentimientos. ¿Cómo lo están viviendo?
–Pues sí, de esa manera. Una vuelta después de muchos años, de tanto tiempo sin hacer nada en ese mundillo, se coge con ilusión, y bueno, intentando hacer cada concierto un poco diferente y siempre con ganas, por una cosa o por otra. Esta vez porque es en Iruñea, donde hace mogollón que no tocamos, nos gusta siempre el ambientillo de allí y tenemos muchas ganas de este directo.
¿Cómo va a ser el directo de esta noche en Iruñea?
–Pues va a ser un directo, por decirlo de alguna manera, normal. Nos basamos en el rock and roll que podemos ofrecer, por el escenario habrá algunas cosas diferentes, saldremos vestidos normal también, claro está, y nada, nos hemos centrado en ensayar bien las canciones, en preparar un directo que tenga un poco de marchilla, que sea seguido, y que enganche a la gente, que esta se dé cuenta de que se ha acabado al final, no entre medio. Habrá de todo, temas nuevos y los míticos que la gente espera.
Define lo que hacen como “normal” pero han marcado la vida de mucha gente con su estilo y su manera de hacer rock.
–Pues mira, me alegro de ello, pero siempre hemos sido de una manera y hemos hecho las cosas, por decirlo de alguna manera, normal, no nos valemos de artilugios en directo para ser lo que no somos.
Hacen lo que les sale de dentro.
–Sí. Nos cuidamos de algunas cosas en el repertorio, claro, no parar demasiado, de que tenga continuidad el concierto... Pero el rock and roll es tocar bien, llevar un buen técnico, que suene bien y que nos lo pasemos bien todos, la gente y nosotros.
Escuchando los temas de ‘Hordago’ parece que no hubiera pasado el tiempo. Su voz, la serenidad, la crudeza vital, esa fuerza y garra y también esa reflexión, laten como en los viejos tiempos. El mismo Andoni, sin flequillo, pero con la misma caña y las mismas ganas.
–Pues sí, sí. Pasados los años me ha respetado bastante el asunto de la voz. No tengo demasiado problema y suena igual, o eso dicen (ríe).
¿Siguen inspirándole Mutriku y su mar? ¿O qué mueve ahora los temas de Delirium Tremens?
–Pues todo lo que puedas tener alrededor, y todas las inquietudes y malas hostias que puedas llevar dentro y que quieras soltar de alguna manera. También hay cosas personales... en la línea de siempre, más o menos. No atacamos directamente a nada, intento que las canciones no sean demasiado directas, que tengan una doble vuelta, no sé cómo decirlo.
Son letras abiertas a la interpretación de quien las escucha.
–Sí. Hay alguna que otra más directa, pero sí. La mayoría cada uno las puede interpretar a su manera.
Ha llovido mucho desde aquel primer directo, siendo un trío, con los navarros Zarrapo y un equipo musical y técnico muy improvisado.
–Sí... hombre, hombre, no tiene nada que ver lo de antes con lo de ahora. Ha llovido bastante, han cambiado bastante las cosas en cuanto a eso, y ahora nos aprovechamos de la tecnología, pero bueno, sin pasarnos.
Y vuelven a ser cuarteto.
–Sí, fuimos cuarteto cuando acabamos y después, cuando nos reunimos para hablar de a ver qué hacíamos a cuenta del grupo, motivados desde el homenaje que hicimos a Iñigo Muguruza, decidimos empezar de nuevo, empezar como trío y con canciones nuevas, sacando un disco y saliendo con las viejas y con las nuevas. Y en el camino nos encontramos a Haritz Harreguy, que era el técnico del estudio donde grabamos las dos primeras canciones de Hordago; empezamos a hablar con él y le propusimos colaborar como arreglista, que nos echara un cable porque se nos venía el tiempo encima y teníamos buen feeling con él. Empezamos con eso y al final acabamos diciéndole que cogiera la guitarra y tocara con nosotros y listo. Y mira.
En aquellos años de la escena del rock radical vasco Delirium Tremens imprimió una huella diferente en un momento en que asomaba la cresta por encima del resto el que era más ‘destroyer’, el que más gritaba o escupía. ¿Cómo recuerda aquellos años?
–(Ríe) ¿Cómo los recuerdo? Como siempre, con buen rollo, no sé, fueron unos años bastante bonitos. Fueron duros, pero joder, había caña y había mucha vida.
¿Ante qué debería rebelarse hoy un músico de punk-rock?
–(Ríe fuerte) Hay tantas cosas que tendría que hacer una lista y estaríamos hasta mañana, todo el día.
Pero algo en particular habrá que le hierva la sangre.
–Pues ahora mismo me hierve la sangre, entre otras tantas cosas, que no se trata aquí por igual a todos los que vienen como refugiados e inmigrantes; por lo visto no es lo mismo ser un negro mal vestido que una ucraniana rubia bien vestida.
Mirando a la escena actual del rock vasco, ¿cómo la ve? Hace poco comentaba en una entrevista que la gente lo tiene ahora más fácil y eso se nota en la manera de ser de los grupos. ¿Echa en falta en la escena más espíritu punk o reivindicativo, más autenticidad?
–Sí, se echa de menos un poco de rock and roll, un poco de más mala hostia, canciones más crudas... Hoy está todo mucho más poperizado, suena todo más igual, se nota en la actitud de la gente que, por decirlo de alguna manera, no es que no tengan problemas, pero igual lo tienen más fácil o los resuelven de otra manera, no sé. Antes era cuestión de tener un poco de mala baba, otro poco de mala hostia, comprarte una guitarra o pedirla prestada y aprenderte los acordes y empezar a hacer canciones. La gente hoy sabe tocar la guitarra que te cagas, y el bajo y la batería y un montón de cosas, y tiene instrumentos y amplis y demás, pero después falta un poco de esencia. Antes los grupos tenían más chicha, más personalidad.
Ahora todo es más enlatado, ¿hay más producto y menos autenticidad, menos naturalidad?
–Algo así.
¿Cómo se lleva estar tantos años fuera de la escena y de la música? Porque el gusanillo estaría ahí, ¿o no lo echaba en falta?
–Hombre, mira, viviendo en un pueblo, porque nunca he salido de Mutriku, ni me ha apetecido... Ahí, apartado de todo el tema ese, se lleva bastante bien. Hombre, cuando me preguntaban a veces que si tenía mono, decía: mono no, gorila (ríe). Después ya lo llevas mejor y la verdad es que no lo echas en falta. Solo lo echas en de menos cuando te llaman de vez en cuando para colaborar con una banda y te cuelgas la guitarra pra tocar una canción o dos, y otra vez se te sube la cosa esa y hasta que se te baja...
Con las canciones míticas de Delirium Tremens botan ahora mismo los jóvenes en los bares de Mutriku, ¿qué se siente llegando a las nuevas generaciones?
–Joder, pues se siente una cosa bonita ahí en el estomago, y está muy bien que la gente joven nos escuche. Los últimos años yo ya veía por aquí que nos seguían un poco y pedían canciones nuestras, del Ikusi, se las saben... Y eso te toca algo ahí adentro que dices, joder...
Se han transmitido de aitas y amas a hijos e hijas.
–Sí, mucho. Todo el mundo con el que he estado me ha contado eso: que si el padre nos escuchaba, que si el hermano mayor...
Mirando al futuro, ¿cómo se plantean este 2023 que acabamos de estrenar, qué esperan de este año?
–Nos lo planteamos en función de cómo nos llamen y nos acepten. De momento bastante bien, tenemos unos cuantos conciertos confirmados y otros en reserva, más o menos unos quince conciertos por ahí bailando. Queremos pasarlo bien este año.
¿Y seguirán componiendo nuevos temas?
–Sí, sí. Hemos venido para quedarnos, hasta que tengamos ganas o hasta que nos aguante la gente. Y ya nos hemos empezado a plantear que el invierno que viene, o antes, habrá que empezar a hacer temas nuevos.