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Real Sociedad - Leipzig | A por ellos de Mikel Recalde: Anoeta saca de banda

A por ellos
Anoeta saca de banda

Lo siento, pero no. Uno entiende que a lo largo de una temporada con tantos partidos y con una plantilla compuesta por muchos jugadores jóvenes, se puedan producir descalabros inesperados. Lo aceptamos, porque nadie discute que este equipo y su entrenador, Imanol, cuentan con un amplio bonus de alegrías que nos compensan bastantes bofetadas. Pero no puedo estar de acuerdo con los que han querido poner paños calientes e incluso se han escandalizado o enfadado por la dureza de los calificativos de las crónicas tras el derbi. Lo siento, pero no estuvieron allí y no soportaron lo que padecimos en los últimos veinte minutos. Nos tenían muchas ganas y se notó. La única frase que pronuncié desde que el Athletic se puso por delante fue cuando anotaron el cuarto: "Que no nos metan cinco, por favor". Llega a durar un poco más el encuentro y nos volvemos con la manita marcada de por vida en la cara.

Nadie pretende enterrar a estos jugadores ni a este cuerpo técnico, pero hay que hablar con franqueza y tener claro el concepto de lo que es un derbi. En los encuentros así no existe ni el pasado ni el futuro. Es una batalla de 90 minutos a cara de perro y lo demás está de más, no importa. Se puede perder en Bilbao, obvio, pero jamás sin mantener la cabeza alta y el orgullo del escudo impoluto. Menos mal que no pudieron ir nuestros aficionados, porque San Mamés parecía en el desenlace del duelo un circo romano sediento de sangre con sus espectadores tronchados de risa patas arriba, como en la famosa escena de LaVida de Bryan, en la que el centurión Pijus Magníficus no sabía pronunciar bien la R, al más puro estilo de nuestro apreciado Imanol. No hay excusas. Cuando se gana un derbi estás a tres metros sobre el cielo y cuando lo pierdes, como dijo en su día Míchel Salgado, "se lía una gorda". Y así debe ser, porque, de lo contrario, estaremos restando importancia al envite. Yo siempre defiendo que desde que nací los dos grandes vascos se han mirado a los ojos y han competido de tú a tú, alternándose ciclos buenos y malos. Lo normal en una rivalidad en la que habitualmente no se suelen producir palizas y sí muchos empates. Y el dato que resume lo vivido el domingo es que no nos habían goleado con cuatro dianas de diferencia desde 1959. Vamos a llamar a las cosas por su nombre y a ser conscientes de que la humillación no se puede repetir, porque será el mejor punto de partida para regresar con buen pie al resto de competiciones. Que sean estas cenizas el origen de la resurrección.

Sé que en el fondo solo se perdieron tres puntos y ya conocen la frase de Vujadin Boskov después de caer en Múnich por 9-1: "Prefiero caer un día por 9-1 que nueve partidos por 1-0". Por ejemplo, a la Real solo le hizo falta anotar uno y de penalti para celebrar un título (en momentos así es cuando nos damos cuenta y comprendemos lo que tuvo que escocer la Copa). Pero hay una cuestión sagrada que debería protegerse como si fuera el Santo Grial txuri-urdin, y es la extraordinaria comunión que existe entre la afición y el equipo desde que Anoeta se convirtió en un campo de fútbol. Este tipo de derrotas y, sobre todo, la forma en que se produjo son las que amenazan con provocar fisuras en la relación. Aunque también escueza, no es lo mismo bajar los brazos y que te golee no una sino dos veces el Betis, que hacerlo en Bilbao. Imagino que en eso al menos estaremos todos de acuerdo, hasta la propia plantilla, cuya mayoría se ha formado aquí y es plenamente consciente de lo que significa el derbi para su gente. Ya lo reconoció visiblemente tocado, como debe ser, Zubimendi en el mismo terreno de juego rojiblanco: "Lo que no puede ser es que cuando encajemos uno o dos, nos dejemos llevar y pase lo que ha pasado".

Europa es otra historia. Y el partido ante el Leipzig parece la mejor oportunidad posible para motivarse y suturar la herida. Madrid homenajeó ayer a la Quinta del Buitre, una de las mejores generaciones en la historia de nuestro fútbol. Pero como la Real de Imanol este año, aquel equipo también las liaba bien gordas, sobre todo cuando actuaba de visitante en el viejo continente. Valdano contaba hace poco que tenían hasta una especie de protocolo para remontar resultados adversos, como hicieron en varias ocasiones, y que era a partir del desastre cuando se retroalimentaban para lograr la posterior reacción: "Perdíamos fuera de una manera escandalosa y al regresar a Madrid se producía un terremoto social. Era difícil de sobrellevar. Una semana antes ya empezábamos a cocinar la vuelta, algo que, no sé cómo, se filtraba a la gente que iba de que se iba a producir algo muy serio y trascendente, y desde el minuto 1 tenía una confianza sensata en lo que iba a ocurrir. Había que meter un gol antes de los primeros quince minutos, las tres primeras faltas tenían que ser nuestras (algunas de juzgado de guardia), los tres primeros córners debían de ser nuestros. El objetivo era generar una sensación de acoso muy fuerte para que el público se convirtiera en un futbolista más".

La Real no necesita remontar porque llega con un buen resultado de la ida que, desgraciadamente, hubiese sido mucho mejor de seguir valiendo doble los goles como visitante (en ese tipo de cuestiones somos de los mejores del mundo) y de no haber sufrido otro atropello arbitral. Los de Imanol saben que no tienen conquistado ni el 50% del pase, ya que quedan otros 90 minutos frente a un adversario de Champions. Pero en Anoeta todo es diferente. Y así tiene que ser. El estadio se remodeló para noches como esta y ha llegado la hora de sacarse espinas recientes como la de la Copa. Necesitamos vivir emociones fuertes con final feliz, porque por una cosa o por otra, no terminamos de disfrutar con ninguna fiesta completa esta campaña. El equipo ya es consciente de que le puede plantar cara al Leipzig y de que le puede ganar. Ese el punto de partida. Y Anoeta conoce de sobra que puede erigirse en el jugador número 12 que decida el encuentro.

Europa es otro mundo, porque los triunfos y las clasificaciones se celebran a lo grande. Con esa felicidad que solo proporciona el haber conquistado una batalla épica a vida o muerte. El mismo Valdano comentaba que el día que remontaron con un 4-0 el 5-1 con el que se presentó en Madrid el Borussia Mönchengladbach experimentó la sensación más fuerte que jamás haya vivido en un terreno de juego: "Me proclamé campeón del mundo medio año después, pero el momento del cuarto gol fue el más explosivo de mi carrera. Perdí la noción de dónde me encontraba, notaba como el ruido de un terremoto a mi alrededor y mi siguiente recuerdo es estar abrazado al portero Ochotorena que estaba en la portería contraria".

Esa es la gloria que os aguarda. El pase Vip a la eternidad nominativo preparado para el o los realistas que nos den el pasaporte para los octavos de final. Está en vuestras manos y talento tenéis de sobra para tocar a la puerta del Olimpo txuri-urdin. El resto, dejadlo en manos de vuestra afición.

Pierre Littbarski, que brilló en el Colonia, único equipo alemán que ha superado la Real hasta la fecha, solía comentar en aquella época, que "en el Bernabéu no se puede jugar. El balón sale fuera y el saque de banda lo hacen los aficionados". En Anoeta, el Leipzig tiene que sentir algo igual. Queremos una alegría que, como le sucedió a Valdano, nos haga perder la noción de dónde nos encontramos y que solo emerja por encima de todo y de todos una apoteosis blanquiazul. Nos lo merecemos. Nos la debéis. ¡A por ellos!

25/02/2022