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Aquella Vitoria de modistas y sastres...

El diseñador José Carlos Herrera lucha por mantener vivo su oficio, al tiempo que reivindica el valor de la confección artesanal, una industria potente en la Gasteiz de los años 50, enterrada ahora por la industrialización y el consumo por impulso. Hoy, l
El diseñador José Carlos Herrera dirige el área de Patronaje, Moda y Diseño en MClass.

Ve casi tan negro el futuro del oficio como los oscuros tonos que priman en el vestir de Vitoria, donde el color se lleva arrastras, pese a que las tendencias aportan colorido, como el rosa fuerte, bastante fucsia de este otoño-invierno; de hecho, “la colección de Valentino es toda rosa, sesenta looks y los sesenta rosa; ¿por qué no podemos vestir de color, aunque llueva?, aplaude José Carlos Herrera. Dirige el área de Patronaje, Moda y Diseño en MClass Moda a la par que reivindica su viejo oficio y el valor de la confección artesanal. “Es triste y da pena que una industria tan potente en Vitoria no hace tanto tiempo, prácticamente haya desaparecido”, lamenta el diseñador.

Hoy comienzan los desfiles sobre la alfombra roja de Vitoria con dos de las tendencias de esta temporada: Preppy, de estilo colegial, y Futurista, con brillos y lentejuelas. En la semana de la pasarela de moda Gasteiz On, José Carlos Herrera hilvana los entresijos de la profesión.

El mundo de la moda sigue desatando interés. Está por ver si van a quedar escaparates por ver ante tanto cierra de tiendas, al tiempo que crecen sin cesar las ventas online. “Es por pura comodidad y, además, cada vez lo ponen más fácil para que comprar no cueste ningún esfuerzo; para que voy a salir y andar cien metros hasta un comercio si un transportista me trae la ropa a casa, se la lleva si no me gusta y me devuelven el dinero; no hay nada que te ate, nada”, ironiza.

Afirma que, a día de hoy, la ropa deportiva es la que se ha adueñado de la calle bajo el paraguas de la comodidad. “Dicen es que es muy cómoda, pero es que ha llegado un punto que buscamos la comodidad extrema y si podemos salir de casa en pijama y zapatillas, lo hacemos”, apunta.

Por eso le resulta difícil responder si ahora se viste mejor o peor que antes en Vitoria. “Depende del concepto que cada uno tiene de vestir bien porque puedes ir bien vestido con ropa deportiva y también con traje y corbata o lentejuelas dependiendo de la ocasión”, piensa. “En una boda te encuentras de todo, desde trajes de fiesta a deportivas y vaqueros, se está perdido, entre comillas, el protocolo del vestuario, normas de vestir que antes estaban latentes para cada ocasión, basta recordar aquello de hoy nos vestimos de domingo; evidentemente, se cuidaba más la forma de vestir y, en consecuencia, los comercios siempre disponían de prendas más y menos vestidas; ahora está todo muy mezclado”, señala.

Mezclado, pero uniforme. “Todos vestimos igual, estamos muy controlados por las tendencias de moda, ya que es la manera de que consumamos más”, indica. “Antes te comprabas un traje y te duraba años, hoy en día consumimos muy rápido, por impulso; me gusta y me lo pongo; mañana me canso y lo tiro, sin darnos cuenta de que una camiseta no deja de ser una camiseta y quizá no necesito tener cincuenta”. Sin embargo, “venden cada una de una tela, estampado, color o logo diferente y eso hace que te sientas bien y necesites veinte para estar a la moda, pero en el fondo, la forma de vestir es la misma”, considera.

Es la consecuencia directa de la industrialización de la moda. “A quienes la manejan les interesa sacar grandes producciones para reducir todo lo posible los costes, que es lo que luego permite que la prenda tenga un precio asequible en la tienda”, explica José Carlos.

Una industrialización de la moda que ha crecido en detrimento de la confección artesanal hasta el punto de enterrar a modistas y sastres. De hecho, no hace tanto tiempo, a mediados del siglo pasado, Álava era un territorio puntero en confección y moda. Recuerda el diseñador que había cantidad de talleres, aprendices del oficio y hasta las mejores sastrerías del Estado, que atraían a clientes de todos los rincones; incluso un sindicato de modistas con hasta 300 mujeres sindicadas y tiendas de tela por todas las esquinas, mientras que ahora quedan cuatro y básicas. “Era, sin duda, una industria potente para una Vitoria de los años 50; toda esa cultura de modistería y sastrería que había ha desaparecido por completo y en tan poco tiempo...; es triste y da pena, pero en la lucha estamos”, reivindica el diseñador.

No obstante, pese a la dificultad del momento, en cierto sentido vislumbra un ligero despertar del interés por el mundo de la confección entre las generaciones más jóvenes.

“Nuestras madres y abuelas nacían prácticamente predestinadas a coger la aguja, lo que nos ha venido de perlas a quienes nos ha gustado este oficio porque hemos tenido muchas maestras de las que aprender; después, ese saber artesanal se perdió y con el tiempo han empezado a surgir programas de televisión sobre costura, diseño y textil que han despertado el interés entre el público, aunque ya no de manera profesional sino personal, por el simple hecho de que quiero saber coser un botón, coger un dobladillo, cortar un bajo o confeccionarme mi propia ropa”, detalla.

Falta la mano de obra

En cambio, “los jóvenes que quieren dedicarse a la profesión, sólo piensan en la parte creativa, en el diseño; no en la técnica que al fin y al cabo es la que necesitas saber para hacer realidad cualquier diseño, ya que por muy creativo que sea, si careces de conocimientos técnicos, es decir, si no sabes ni patronaje ni confección, nada puedes hacer y en esa lucha estamos”.

Con todo, José Carlos asegura que una artesanía nunca puede competir con un proceso de fabricación industrial.

“Si un traje tiene que costar 700 euros porque a mí me cuesta confeccionarlo treinta horas, hay comercios que venden trajes, en apariencia bien hechos por cien”, compara. “Hay que abordar el problema desde un punto de vista más culturas para que el público vea que, evidentemente, hay una clara diferencia entre una prenda artesanal y otra industrial”, apela.

A diferencia del valor que se da a otras artesanías, piensa que en textil no se valora lo suficiente lo hecho a mano y lo achaca a que la gente desconoce este mundo de la confección. “A pesar de que nos vestimos todos los días y de que la ropa es nuestra manera de presentarnos ante el mundo, ante los demás, no analizamos lo que llevamos puesto; compramos de forma tan compulsiva que no nos fijamos si el tejido es de calidad o la prenda está bien cosida; simplemente, nos gusta, nos queda bien y nos la ponemos, probablemente pasado mañana vaya a la basura y nos compremos otra”, aventura.

De cara al futuro, está por ver si la crisis económica y la emergencia climática van a romper estos comportamientos. “Si todo se encarece, bajará el consumo, pura lógica”, dice. Además, “estamos machacando mucho con el tema de la sostenibilidad y la textil es una de las industrias más contaminantes”, recuerda. Al mismo tiempo, si se fabrica menos, qué va a pasar con las empresas –se pregunta–, necesitarán menos mano porque nadie puede permitirse el lujo de tener tiendas abiertas por todo el mundo con pequeñas producciones.

“En estos momentos ya escasea la mano de obra técnica; el comercio demanda modistas para hacer los arreglos de la ropa que vende y no hay”, avanza. “También en las fábricas están teniendo problemas para encontrar personal cualificado y han se están dedicando a formar a personas; lo que ocurre es que sólo les enseñan una labor muy concreta, por ejemplo a coser mangas y se pasan ocho horas cosiendo mangas, pero si les pides coser una bragueta, no saben; está la cosa complicada; se está perdiendo la profesión”, reitera el diseñador José Carlos Herrera. Así las cosas, saber coser se está convirtiendo a día de hoy en casi, casi un lujo en una Vitoria que no hace tantos años no daba puntada sin hilo.

06/10/2022