Lo que comenzó siendo una fiesta familiar de homenaje a los pastores y al producto de su trabajo, el queso, se ha convertido en los últimos años en cita ineludible del calendario alavés cada 15 de agosto. Un cielo plomizo y los termómetros rondando los veinte grados acompañaron ayer al Artzain Eguna de Araia, más esperado que nunca tras la suspensión del año pasado provocada por la pandemia.
El aroma dulzón de las rosquillas impregnaba el ambiente, aunque el gran protagonista fue el olor a queso de Idiazabal. Superado el trance del aparcamiento, labor ardua ya que todos los huecos aprovechables cotizaban al alza, las corrientes de peatones encaminaron sus pasos hacia el barrio de Andra Mari de la localidad, epicentro de la fiesta.
Araia era el lugar de la cita ineludible con la tierra, el ganado y sus gentes, pero sobre todo con el queso. Un particular aroma que consiguió atraer a la pequeña localidad de la Llanada a decenas de personas ansiosas por recuperar la normalidad después de que se decretara la pandemia en 2020. El ansia por degustar un pedazo del preciado queso aumentaba a medida que los visitantes se acercaban a la ermita de Andra Mari.
Este año, debido a las restricciones provocadas por el covid-19 tan sólo se instalaron ocho puestos, tres de ellos de queso, pertenecientes a la quesería de La Leze (Ilarduia), de Egino y de Unai Lekuona (Araia), así como un puesto para apoyar la lucha contra la esclerosis múltiple, otro de miel, otro de cajas de madera y marcapáginas pintados o el de barro cocido, todos ellos pertenecientes a productores, elaboradores y artesanos de Asparrena.
Los y las pastoras locales dejaron por un día su rebaño en casa y se engalanaron para celebrar la décimo séptima edición del Artzain Eguna. Un número de visitantes bastante inferior al de ediciones anteriores se acercaron a la localidad alavesa para disfrutar de un ambiente festivo, donde el queso Idiazabal fue el auténtico protagonista de una jornada en la que, por un día, la tradición del pastoreo volvió a salir de las cuadras.
Eran poco más de las once de la mañana y los curiosos rondaban ya las calles del pueblo. En Andra Mari apenas se instalaron siete puestos, frente a los sesenta de años anteriores. En el primero, Eli Gorrotxategi, de quesería La Leze, despachaba con desparpajo los quesos que tan famosos han hecho a la familia Jauregi Gorrotxategi.
"Todos los años y siempre que podemos venimos para comer algo, ver los puestos y pasar un día diferente", explicaba Mercedes Ansoain, que junto a sus amigos y familiares se acercaron desde Gasteiz para disfrutar de la feria.
Junto al queso, la miel de Albéniz estuvo presente en la feria. Se trata de una pequeña empresa que lleva veinte años comercializando miel a pequeña escala en la Llanada Alavesa trabajando con una clientela que se ha mantenido fiel a lo largo de estas dos décadas. Hace un par de años decidieron aumentar sus colmenas para expandir el pequeño negocio familiar, y actualmente comercializan miel a nivel nacional.
Su producto se caracteriza por ser de origen vasco y su gran calidad. "Ponemos atención en cada detalle durante todo el proceso de producción de la miel, lo que incluye el cuidado de las abejas, seguido por las etapas de recolección y manipulación de la miel, hasta que finalmente llega a la mesa", explicaban.
Todo ello se realiza de manera artesanal, sin emplear ningún tipo de tratamiento que perjudique las propiedades medicinales por las que es tan solicitada la miel, además de sus aromas.