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Arbitrajes complacientes

Tormentón con mucho aparato eléctrico sobre la cabeza del colectivo arbitral en el fútbol. Cuestionados, señalados y escrutados hasta la extremaunción, los trencillas españoles buscan cobijo en el sentido común donde nunca lo ha habido. Porque todos, incluidos ellos, han manejado la visceralidad –en su caso por la teatralidad desbordada muchas veces y la infalibilidad de la que se han investido en otras– como factor del espectáculo. Ojo, que estas cosas no pasan cuando el Celta acumula expulsados, el Mallorca penaltis en contra o el Athletic goles anulados. Eso ocurre cuando una estrella de la constelación de equipos-estado –con más presupuesto que muchos pequeños países– se topa con un árbitro que se ha creído que, de verdad, le toca impartir justicia sin mirar la camiseta de quien la disfruta/padece. Y, además, va el tío y sabe inglés. O no lo sabe pero la arrogancia de algunas expresiones es universal. Que le digan a Hristo Stoichkov, a ver cuánto castellano sabía cuando ya se acordaba en cervantino de la madre ajena.

Así es como descubren los jueces deportivos su auténtica naturaleza humana y lo cerca que su condición está de la del resto de los mortales. Se requiere una convicción casi heroica para no ser complaciente con quien te puede convertir en un paria profesionalmente con la inestimable colaboración de medios que reptan en torno al gran pagador y de los que no corren por el verde ni tiran de silbato pero meten los goles por la escuadra en los órganos administrativos –públicos y privados– del deporte. Pero, qué carajo, si el poder público se lo entregamos a los milmillonarios para que nos gestionen según sus intereses, ¿Quién se ha pensado el fútbol que es para no acabar igual?

2025-02-22T17:02:25+01:00
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