Arkaitz Carracedo (Bilbao, 1979) ha sido galardonado por su “éxito extraordinario” en la investigación contra el cáncer que desarrolla desde 2010 en el CIC BioGUNE de Cruces. Desde 2011 es profesor de investigación Ikerbasque y docente asociado a la UPV/EHU.
Su campo de trabajo es determinar las diferencias entre células normales y cancerosas ¿Cuáles han sido sus logros desde que investiga esta cuestión?
—Es una pregunta difícil. Una de las cosas que tiene nuestro trabajo es que al investigar en cáncer esto se traduce en aplicación: tratamiento, diagnóstico, prevención… El trabajo que hacemos es de investigación básica, buscamos entender cómo funciona la célula de cáncer. En realidad, no es que tuviera una pregunta y la persiga toda mi carrera, sino que ha ido tomando diferente forma y color según el sitio donde trabajaba.
¿Ya entiende cómo funciona una célula cancerígena?
—Su función principal es sobrevivir, crecer y, digamos, competir con el tejido sano con el que vivía. Lo que me he propuesto es conocer a través de distintas estrategias qué efectos y base tiene esto. Si lo entendemos, podremos tratar el cáncer mucho mejor.
¿Y sus éxitos? ¿Esos por los que le han premiado?
—Quizás haber puesto algunas piezas importantes en cómo funciona la célula de cáncer en diferentes áreas de investigación. Mi grupo ha dado pasos, siendo piezas pequeñas, para entender mejor el cáncer y así en el futuro lo comprendamos y diagnostiquemos mejor.
¿Habrá cambios en las terapias contra el cáncer la próxima década?
—Te invito a formular la pregunta al revés: ¿Hemos visto cambios en los últimos 10 años? Rotundamente sí. Digamos que la velocidad que tenemos desde que se descubre algo nuevo a su aplicación cada vez es mayor.
Apórteme algún ejemplo.
—Ahora tenemos fármacos para enseñar a nuestro sistema inmune cómo es el cáncer para que lo ataque y también se pueden sacar células de una persona que tiene cáncer, se entrenan o se modifican para que aprendan cómo es el cáncer que vive en ese paciente y entonces se vuelve a inyectar. Esas terapias están funcionando, son experimentales pero también se están estableciendo. En los últimos 10 años hemos vivido una revolución de capacidad de curación con tratamientos novedosos.
La cura todavía se ve muy lejos.
—Este es un camino largo, hemos avanzado. En los años 70, de cada cuatro pacientes que se diagnosticaban con cáncer solo uno sobrevivía más de cinco años. Ahora la fase de supervivencia supera la mitad, un 57% logran curarse. El objetivo es llegar al 70% en 2030.
Pero no todos los cánceres son iguales en su tratamiento y curación.
—Los hay que conocemos y curamos muy bien, como el de próstata o el de testículo. De otros sabemos muy poco y las herramientas que tenemos para diagnosticarlos, tratarlos y curarlos son aún insuficientes como el cáncer de páncreas, cerebro o pulmón. Tenemos mucho camino pero si miramos atrás el avance es tremendo.
Desde su faceta de profesor, ¿Cómo describe las nuevas generaciones?
—Las percibo con incertidumbre y con capacidad crítica. Pienso que tenemos que enseñarles cuáles son las puertas que se les abren en el futuro. Hay que liberarles de las ataduras que nosotros nos hemos ido imponiendo.
¿En qué sentido?
—Un estudiante que esté ahora mismo en el grado no tiene claro si hacer una tesis, tampoco qué opciones profesionales tiene. También doy clases en un máster y la mitad están por inercia. Esto no es malo. Están ahí porque es un paso siguiente, más o menos obvio a dar, pero quizás debemos ofrecerles más información sobre cómo son los posibles trabajos a los que se pueden enfrentar; y luego, transmitirles la idea de que viven un momento de libertad y capacidad de equivocarse. Siempre hay capacidad de volver atrás.
Siempre tuvo claro el camino de la investigación o podría haber ido hacia otros ámbitos o profesiones?
—No, no lo he tenido claro y es muy importante recalcarlo porque pecamos de generar unos estereotipos donde parece que estamos convencidos desde el principio de lo que queremos hacer. Las vocaciones se forjan en la escuela, en la Universidad y no son una decisión, son una apuesta. Esta idea de apostar, a veces equivocarse y dar un salto para atrás es fundamental.
Vamos, la línea recta no existe.
—Es importante saber que hay momentos en los que el camino te puede llevar en otra dirección. Como anécdota, cuando volví de mi formación en Estados Unidos tuve una fase difícil porque no me veía preparado para gestionar a un equipo haciendo experimentos. Regresé en agosto y mi laboratorio comenzaba en septiembre, así que en ese tiempo volví a trabajar de barrendero en Aste Nagusia para darme cuenta de que si no conseguía dirigir un laboratorio, por lo menos era capaz de trabajar en limpieza y hacerlo bien. Me dio tranquilidad tener un plan B.
¿Ha sido fácil llegar hasta aquí sin el apoyo de las becas?
—Sin becas es imposible. Nuestra formación está fundamentada en bloques de financiación por periodos. Una tarea diaria es pedir dinero para desarrollar proyectos o cubrir nuestro salario. Todos los asistentes que tengo en el laboratorio están becados por el Gobierno vasco, sin esa ayuda tendríamos mucha menos capacidad de formar investigadoras e investigadores y lo mismo pasa con la Asociación Española Contra el Cáncer, que financia gran parte de lo que hacemos.
¿Qué piensa hacer con los 30.000 euros del premio que ha obtenido?
—Hay dos tipos de premios en nuestra carrera: los que financian proyectos concretos de investigación y otros, como este, en el que la dotación es personal. Pienso que mi trabajo implica unos sacrificios de tiempo, de estar lejos de mis hijas. El esfuerzo que hago, y que hacemos muchos, al final tiene un impacto familiar y esto va a ser un retorno. Lo voy a guardar en la hucha para ellas.