Aroa perdió a su padre el pasado 4 de febrero. Se contagió en Basurto cuando estuvo ingresado pero en plena ola epidémica, su positivo fue detectado muy tarde cuando ya había contagiado a su mujer y su hijo. Falleció poco después de ingresar en el hospital con 71 años. "Ha sido muy duro. Les dejas de ver y oír. Sobre la una o dos del mediodía nos llamaban y esas eran las únicas noticias que tenías. El día que falleció nos dejaron verle", relata. Apenas fueron 20 minutos pero le sirvieron para darse cuenta de las condiciones en las que han tenido que trabajar los sanitarios. "A toda la gente que está haciendo el tonto, les metía un rato en la UCI y les ponía el EPI que llevan los sanitarios", señala.
Su mujer, la madre de Aroa, se pasó dos meses sedada e intubada en la UCI. Sobrevivió de milagro gracias a una traqueotomía de urgencia. Cuando despertó le tuvieron que contar poco a poco que su marido había fallecido. "Mi madre no sabía que mi aita había fallecido, se enteró al mes y pico. Le iban engañando. Cuando se despertó preguntaba, le fueron diciendo mentiras hasta que le dijeron que había fallecido", recuerda.
José Angel perdió a su madre de 97 años también en febrero. Se contagió en la residencia y a su hermana de 70 que se infectó cuidando de su madre. "Mi ama se fue rápido, en 10 días. Mi hermana estuvo en casa tomando paracetamol que es lo que le recetó el médico. Después entró en la UCI y al poco falleció", recuerda. El siguiente fue él que se contagió en Santa Marina visitando a su madre. José Angel pasó 15 días en Urduliz y que aún se está recuperando. "Esta enfermedad es como un fantasma que llega y te atrapa. Es un visto y no visto. No te da tiempo a asimilar nada", lamenta.
Ambos agradecen la labor de los sanitarios durante este tiempo y que al menos ellos estuvieran con sus familiares hasta el final.