La ermita de La Antigua es la joya de Zumarraga y son muchos los vecinos que sienten verdadera devoción por la ermita y su Virgen. De entre todos ellos, destacan Ascensio Uribesalgo y María Elvira Sáenz. Son miembros de la Asociación de Amigos de La Antigua y han dedicado gran parte de su vida a cuidar la ermita. Él tiene ya más de 90 años y ella cumplirá 90 en 2027 y han dejado las labores que realizaban en la ermita. La Asociación de Amigos de La Antigua organizó la semana pasada una comida en honor a Ascensio y María Elvira.
Uribesalgo nació en Zumarraga en 1932 y Sáenz en Donostia en 1937. Él trabajó en el Banco Guipuzcoano. Ella hizo la carrera de piano y después de criar a sus hijos fue profesora de la escuela de música Secundino Esnaola de Zumarraga y Urretxu.
Se conocieron en un viaje que hicieron hace 66 años con el Club Vasco de Cámping. Organizaban viajes todos los años y ella se apuntó con una amiga. Uribesalgo se inscribió por mediación de Tere Artetxe. Recorrieron seis países de Europa en 25 días: Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Suecia y Alemania.
Después del viaje se organizó una comida en Donostia, para intercambiar fotografías. Tenían una lista con los teléfonos de todos y Ascensio le llamó a Elvira para decirle que no sabía cómo se llegaba al restaurante y pedirle que le acompañara. Fue a casa a buscarle y fueron juntos a la comida. Después de la comida, Ascensio le pidió a Elvira que le enseñara Donostia. A los dos años, se casaron.
No se casaron en La Antigua, pues la tradición manda casarse en el pueblo de la novia y Ascensio es un caballero. Se casaron en la iglesia de San Vicente, en Donostia. Eso sí, las Bodas de Oro las celebraron en La Antigua. No en vano, la familia Uribesalgo está muy unida a esta ermita de Zumarraga. “He colaborado en la ermita de La Antigua desde que vine de la mili. He hecho la labor de administrador. Mis padres se casaron en 1927 en La Antigua. Al poco, mis tías cogieron la tarea de limpiar las ropas de La Antigua”, recordaba Ascensio en una entrevista publicada en este periódico hace unos años.
La donostiarra se contagió de esa devoción. “La de los padres de Ascensio fue la primera boda que se celebró en La Antigua en mucho tiempo. Nuestra devoción por La Antigua nos viene de familia”, añadía su mujer.

María Elvira, Ascensio y sus compañeros, en la comida de homenaje.
Es una zumarragarra más, pero la costó un poco adaptarse al pueblo. “No había estado nunca en Zumarraga. Había cosas que me llamaban mucho la atención. Por ejemplo, que la gente se preocupara tanto por mí. Vivíamos en la cuesta de los cesteros: los padres de Ascensio en el tercer piso y nosotros en el cuarto. Un día una señora me dijo que se había fijado en que yo no colgaba la ropa. Resulta que la colgaba en casa de la madre de Ascensio, hacia la parte de atrás. También había gente que decía uy, va preparada, irá fuera. Esos comentarios me llamaban la atención”.
Su labor social no se ha limitado a La Antigua. También han sido hospitaleros y voluntarios de Nagusilan. En 1991 hicieron el Camino de Santiago y a la vuelta decidieron trabajar como hospitaleros. Estuvieron en San Juan de Ortega (Burgos), Roncesvalles y Santo Domingo de la Calzada. Los últimos años prestaron servicio en Beasain. Lo dejaron hace dos años.
En Nagusilan entraron de la mano de Juanito Garitano, el que fuera alcalde de Zumarraga. Vino a Zumarraga a dar una charla y tras la misma decidieron presentarse como voluntarios. Por aquel entonces, el responsable de Nagusilan en el pueblo era José Antonio Mendizabal. Cuando lo dejó, Ascensio tomó el testigo. Dejó el cargo hace unos años, pero siguen trabajando de voluntarios. Recomiendan a todo el mundo ser voluntario de Nagusilan.
También recomiendan a todo el mundo visitar la ermita de la La Antigua, por supuesto. Tienen tres hijos y uno de ellos se casó en Donostia y los otros tres en La Antigua. Y una de las nietas ha dejado claro que, aunque vive en Donostia, se casará en la ermita de Zumarraga.
Sus abuelos no se casaron en La Antigua, pero sí con La Antigua. Ascensio fue durante 68 años “el economista” de la ermita y contagió a su mujer su amor por la joya de Zumarraga.