Compararse siempre es recomendable cuando se hace con humildad. Solo así es posible comprender la cambiante realidad y, al tiempo, asumir retos. Euskadi, por su trayectoria en el ejercicio de la solidaridad y su arraigado cuerpo de ONGD, es un referente. Pero también ha llegado el turno de modernizarse y de aspirar a más, aportando por ejemplo, en materia de cooperativismo, feminismo o en la consecución de la paz. Ha llegado el momento de dejar atrás el Pagasarri y encarar el Himalaya.
Es básico estar sobre el terreno.
—Como en otras profesiones, además de la práctica es importante estudiar mucho. En este caso sobre Desarrollo y a ser posible sobre Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Sin conocer cómo se generan los cambios y cómo se reduce la pobreza, corres el riesgo de generar más daño a pesar de las buenas intenciones.
Pero la 'carrera' de voluntariado brilla por su ausencia.
—La Cooperación debe contar con profesionales que tengan unos valores firmes sobre la justicia y la solidaridad. A su vez, los mejores profesionales suelen ser los del propio país, pues son quienes más lo conocen y estos deben ser pagados. Debemos también tener cuidado, pues hay una línea fina entre el voluntariado y el turismo solidario.
'Quien mucho abarca poco aprieta'. Llevado a la cooperación ¿puede ser que por eso cueste ver resultados?
—La vasca es una cooperación que trata de abarcar mucho sin duda, sobre todo si nos comparamos con otros países. Un ejemplo. La cooperación danesa es 20 veces superior a la vasca y distribuye sus recursos entre 100 entidades; en Euskadi lo hacemos a 215. Hay toda una explicación de arraigo social para ello, pero debemos comenzar a abrir la reflexión.
Hablo desde el desconocimiento. Si cada economía del Primer Mundo 'apadrinara' una causa en un país vulnerable ¿nos iría mejor?
—Las cooperaciones del mundo que mayor reconocimiento tienen por su contribución a los diferentes desafíos globales se han ido especializando desde hace años. Es el caso de los noruegos con la resolución de conflictos o Canadá con los derechos de las mujeres. Han sido procesos progresivos que han ido involucrando a sus ONG, agencias de cooperación o universidades. Euskadi tiene potencial en aportar más sobre procesos de paz, cooperativismo o feminismo.
El dinero aportado ¿es suficiente?
—Si bien la cooperación por sí sola no resolverá los diferentes desafíos globales que actualmente padecemos, sin duda contribuye y todavía se requieren más recursos.
A la clase política se le escapa el compromiso mientras habla...
—En muchos de los países del sur hay muchos políticos que todavía no consideran la pobreza como un problema y la desigualdad para ellos es algo natural. Cuando les hablas a políticos de Guatemala o Paraguay sobre derechos de las mujeres, una fiscalidad progresiva o reducir las brechas sociales, les suena a chino.
La guerra en Ucrania ¿está afectando a la cooperación?
—Ucrania y Rusia eran dos de los graneros globales, especialmente para África, que está comenzando a sufrir una grave crisis de hambruna. A su vez, muchos de los recursos que antes iban destinados a importantes proyectos de desarrollo en otras partes del mundo están siendo desfinanciados para dirigirlos a Ucrania.
¿Reconocimiento a las ONGD?
—En Euskadi sí y en otros países de Europa también, pero en los países receptores se perciben cada vez más con ciertas lógicas coloniales. No comprenden por qué una organización extranjera les dice lo que tienen que hacer para desarrollar su país, y a veces es comprensible. Ha habido por parte de la cooperación algo de soberbia que debemos cuidar mucho. Toca ser muy respetuoso y en general las ONG de Euskadi lo son.
Se presume de una excelente red de asociaciones...
—Así es. No hay otros muchos lugares donde la cooperación no se cuestione por ningún partido político, tiene aceptación de la sociedad, los medios las ven con buenos ojos y cuentas con un tejido asociativo de ONG fuerte. Ahora bien, tenemos que tener cuidado para que esto no nos lleve a cierto conformismo.
¿Cómo nos valoran desde fuera?
—La cooperación vasca es el 0,04% de la Ayuda al Desarrollo global, está bastante fragmentada y trata muchas temáticas a la vez. Es valorada como solidaria y comprometida, pero tiene poca influencia en debates sobre el desarrollo. Si no se toman algunas medidas corre el riesgo de diluirse y ser tan local que su impacto no sea estadísticamente significativo.
Si pudiera ¿qué cambiaría?
—Es una reflexión que hay que abrir de manera serena y tranquila, pero creo que progresivamente requerimos ir hacia cierto grado de especialización, reducir la dependencia de las ONG de los fondos públicos, pues se desvirtúa de lo contrario su lógica y sí es lo que más ayuda a los países del sur canalizar los recursos de Euskadi a través de tantas ONG.
Los tiempos cambian, los conflictos, las necesidades, las desigualdades,... ¿Dónde hay que poner la mirada?
—Creo que tenemos que defender las democracias, en claro retroceso la última década. Y para ello, fortalecer liderazgos de la sociedad civil de los países del sur que la puedan defender. Euskadi puede ser un ejemplo que inspire a otros países, lo tenemos que hacer universidades, ONG e instituciones juntas. Todavía está costando defender una fiscalidad progresiva, unos sistemas de salud y de educación públicos fuertes y políticas sociales que no se olviden de los que menos posibilidades tienen. Si Euskadi convence sobre esto a Guatemala, Ecuador, Sudán o Uganda será la mejor contribución.
¿Seremos Himalaya o con el tamaño que tenemos en el orden mundial nos debemos conformar con seguir siendo Pagasarri?
—En la montaña, Euskadi tiene una tradición de ambas, pero en la cooperación solo de Pagasarri; y debemos aspirar a que tenga en un futuro también las dos. l
"La cooperación vasca es valorada como solidaria y comprometida, pero tiene poca influencia"
"Creo que en la cooperación vasca progresivamente requerimos ir hacia cierto grado de especialización"