LA trayectoria de Asier Martínez (Zizur, 2000) es igual que una de sus carreras. De menos a más. A cada paso más velocidad, cada salto un nuevo logro inesperado. El atleta navarro que hace poco más de dos años apenas soñaba con estar en un Europeo de su categoría, no ha parado de crecer y en el Mundial de Eugene (Oregon) llegó la última gesta, el bronce en los 110 metros vallas. No estaba entre los principales favoritos, pero Martínez demostró que está hecho para las grandes citas, es un atleta que no se arruga ante los focos. Ya lo demostró en los Juegos Olímpicos con su sexto puesto y en Estados Unidos esa competitividad innata volvió a salir a relucir y corrió más rápido que nunca. Esa marca perseguida durante meses apareció en el momento oportuno y su 13,17 no solo le sirvió para mejorar su récord personal, también para añadir un bronce mundial a su palmarés. Otro paso en una carrera que va de menos a más.
Martínez es pura velocidad en los 110 metros que dura el recorrido. Poco más de trece segundos de explosión de potencia. Pero antes y después de la carrera, los pies y la cabeza se mueven con calma. Reflexivo y sin prisas, el navarro siempre ha reconocido que no quiere ir más allá del siguiente reto ni le obsesionan los puestos ni las marcas, lo que tenga que venir vendrá. Esa sangre fría salió a relucir en la final del Mundial de Eugene. Primero llegó la lesión del jamaicano Hansle Parchment, campeón olímpico, en el calentamiento y a continuación la salida nula de otro de los favoritos, el estadounidense Devon Allen. Todo había cambiado. Un nuevo escenario se abrían ante Martínez. El zizurtarra, que reconoció que estaba ya tranquilo y contento por haberse clasificado para la final, se encontró con la posibilidad de hacer algo más grande aún. El podio ya no era una utopía. El vallista asimiló todo ello en poco menos de dos segundos, comprendió la situación y se lanzó a por su meta.
Esa calma apareció en la carrera. Martínez realizó una de sus mejores salidas en las grandes citas y se colocó a la par de todos sus rivales, pero un pequeño error en la primera valla le hizo perder algo de tiempo. Lejos de dejarse llevar, apretó los dientes y comenzó con su carrera habitual. A la remontada. Adelantó a todos y cruzó la meta en tercer lugar a solo una centésima de la plata. “Ese momento ha sido una descarga de emociones. He gritado... no sé, no sé, es que es un momento muy difícil de describir con palabras”, afirmó en la rueda de prensa posterior a la carrera.
Con el bronce ya asegurado, la emoción invadió al navarro. Muchos recuerdos y, sobre todo, muchas personas a las que agradecer el haber llegado hasta ahí. Entre todas ellas, una se llevó una dedicatoria especial: François Beoringyan, su entrenador. Este técnico nacido en Chad se instaló en Iruñea en 2002 y ahí conoció a Martínez. Juntos fueron creciendo y derribando metas hasta llegar al Mundial. Beoringyan estuvo a punto de perderse el gran día de su alumno por problemas con el visado, pero tras una odisea logró llegar a tiempo. “Ha merecido la pena”, le dijo ya antes de lanzarse la final. Las lágrimas aparecieron cuando acabó. “Para él esto significa incluso que más que para mí. Él lo ha vivido en primera persona y no todos los momentos han sido fáciles a lo largo de la temporada, pero este premio compensa todos esos malos momento”, expresó Martínez dedicándole la medalla a su entrenador. A aquel con el que se juntó siendo un niño y ahora le ve como un medallista mundial.