A lo largo de este verano, el Deportivo Alavés ha ido evolucionando en todos los aspectos. Esto se puede apreciar, sobre todo, en la plantilla, la cual ha sufrido una regeneración muy importante, pero también si se analiza el discurso del propio club babazorro, quien ha pasado de pedir perdón por el descenso a Segunda y prometer un proyecto ambicioso a, por medio de Luis García Plaza, rechazar completamente su condición de favorito y posicionarse así por detrás de otros grandes aspirantes como el Granada o el Levante. Algo que, como es lógico, no ha sido muy bien recibido por el aficionado.
Sin embargo, la realidad es que, dadas las circunstancias, adoptar dicho discurso ha sido una de las decisiones más inteligentes que ha podido tomar el entrenador albiazul. Tanto por las limitaciones que se han encontrado la dirección deportiva y él mismo a la hora de conformar el equipo, que se ha quedado con solo 17 fichas profesionales en su regreso a la categoría de plata, como por el hecho de que al Glorioso nunca se le ha dado demasiado bien llevar encima la carga que supone ser uno de los favoritos al ascenso.
Buena muestra de esto último es, por ejemplo, el fracaso de la temporada 2003-04. Tras cinco cursos consecutivos en la élite –y dos de ellos con participación europea–, el Alavés se plantó en Segunda con la certeza, propia y de sus rivales, de que volvería a jugar entre los mejores al año siguiente. Por desgracia, al igual que tantas veces le había ocurrido en la división de bronce, la realidad no cumplió con las expectativas y el barco de Pepe Mel se quedó fuera de las tres plazas que concedían el derecho de jugar en Primera.
Salvo por lo ocurrido al año siguiente, cuando se logró el objetivo por medio de una inversión millonaria que después acarreó problemas que no merece la pena recordar, los demás ascensos recientes del cuadro gasteiztarra han sucedido en campañas en las que no se partía con tal propósito. Por última vez, en 2016, con José Bordalás en el banquillo de Mendizorroza, donde el alicantino reunió a su guardia pretoriana; y, previamente, en 1998, a las órdenes del mítico José Manuel Esnal Mané.
En uno y otro caso, como se ha comentado, el Alavés arrancó el curso dispuesto a asegurar lo antes posible su permanencia para luego pensar en cotas más altas. Una idea que, con el paso de las jornadas, le sirvió a los babazorros para establecerse, casi sin que los verdaderos aspirantes se dieran cuenta, en las posiciones más nobles de la tabla e inyectar así una dosis de confianza y motivación brutal en ambas plantillas, las cuales dieron muestra de una capacidad de resistencia y perseverancia sin igual.
Ahora bien, todo lo anterior no es algo que únicamente se pueda aplicar al Glorioso. En los últimos años, sin ir más lejos, los grandes favoritos de la categoría de plata han sufrido auténticos batacazos. El Eibar la temporada pasada o el Almería y el Leganés años atrás tuvieron que ver cómo, pese a contar con planteles a priori superiores, fueron otros equipos los que terminaron logrando su objetivo. Y, en la gran mayoría de casos, el desenlace fue fruto de la exagerada exigencia y, por ende, presión que se trasladó al grupo.
Enfoque conveniente
Un sentimiento, este último, que siempre es importante que los entrenadores traten de reducir al máximo, pues así es como la gran mayoría de los futbolistas ofrecen su mejor versión, pero que para Luis García va a requerir incluso más atención en su paso por el Paseo de Cervantes. Porque al conocido hecho de tener que conjuntar una plantilla prácticamente nueva se le ha sumado la necesidad de complementarla con varios canteranos, quienes seguro van a agradecer mensajes como los que mandó el madrileño el sábado.
Se trata, simplemente, de una cuestión de lógica, puesto que exigir a hombres como Álex Balboa y Abde, que la campaña anterior jugaron en la quinta división del fútbol español, que rindan al nivel de jugadores con mucha más experiencia en el ámbito profesional es ir en contra de todos los fundamentos básicos de formación. Y eso que, hasta ahora, ninguno de los jóvenes que ha vestido la zamarra albiazul ha destacado para mal, más bien todo lo contrario.