Algo ha cambiado porque el Athletic lo ha hecho. Se ha convertido en un equipo que recuerda muy poco al de temporadas anteriores y lo ha hecho además en tiempo récord. Su transformación se mide, sobre todo, por las cifras goleadoras que le adornan. De repente exhibe una impensable facilidad para agujerear porterías y ya se sabe cuál es el reflejo que se obtiene en la clasificación si la pelota entra con tanta asiduidad. No es broma: su media supera los dos goles por encuentro y aunque le costó un poco arrancar en esta faceta clave, en las últimas tres citas ha marcado la friolera de once.
En torno a esta cuestión se puede argumentar que los rivales a los que ha destrozado están destinados a pasarlas canutas en la categoría. Muy cierto. Cádiz, Elche y Almería aparecen como carne de cañón, no así el Rayo, que no deja de ser un aspirante a vivir fuera de peligro. Discutir que los emparejamientos desde agosto y hasta la fecha invitaban a realizar una predicción en clave optimista carece de fundamento, pero una cosa es calcular y otra plasmarlo sobre la hierba.
En cualquier caso, el calendario se interpretó como una oportunidad para asegurarse un comienzo liguero tranquilo. Hasta ahí. No cabía prever que el Athletic culminara la serie de siete partidos asequibles con dieciséis puntos y dieciséis goles a favor por cuatro en contra; cinco triunfos, un empate y una única derrota, siendo inmerecidos estos dos resultados. Por tanto, se ha de reconocer que ha logrado sorprender a todo el mundo, especialmente a una afición que se frota los ojos y empieza a considerar que ante sí se abre un escenario distinto, con derecho a soñar.
¿En qué ha cambiado el Athletic? En la forma de explotar sus recursos, que son idénticos a los de años precedentes. Ernesto Valverde no se ha vuelto loco, se ha dedicado a potenciar una idea que rebosa ambición, pero asimismo sentido común. Se ha centrado en persuadir a la plantilla de que está capacitada para elevar su producción ofensiva y para ello ha introducido ligeras variantes, no tanto en la elección de los protagonistas, prácticamente los que ya actuaban con Marcelino García, como en la disposición en el campo.
El actual técnico sabe que es imposible opositar a plaza europea sin romper el techo goleador de estos años atrás. Partía con la ventaja de que sus dos predecesores supieron edificar una estructura defensiva fiable, los números son elocuentes en este apartado, pero necesitaba una vuelta de rosca. Veía claro que el Athletic debe dejar atrás la imagen de grupo áspero sin balón, pero romo en creación y pegada. Y para ello ha rediseñado la sala de máquinas, cuya composición suele determinar el perfil de un conjunto.
Ha restado una pieza de contención y promocionado la figura de dos interiores con tendencia atacante. Ahora son tres hombres escalonados por la franja central del terreno. Ha rescatado a Sancet de la delantera, donde se ahogaba y no podía lucir repertorio; Muniain ya no es el falso extremo que desequilibraba el dibujo por su tendencia natural a escapar de la cal, se mueve por donde le gusta, y por detrás de ambos se ubica un centrocampista más estático. Lo anterior conlleva la existencia de dos extremos específicos que multiplican las vías de progresión, normalmente Nico Williams y Berenguer, dejando a Iñaki Williams el rol de avanzadilla.
Un plan que ha funcionado como reflejan esos dieciséis goles, que en el fondo son el fruto de la consigna prioritaria: ir a por el rival, pero con más gente y cada cual en su sitio. Más jugadores con permiso o con obligación de influir en el último tercio (consecuencia: el reparto de los goles), algo que incluye a los laterales. La generosidad de Lekue y De Marcos es vital para que el empuje se haga en bloque.
Un Athletic más suelto que no se anda por las ramas desde el pitido inicial, de lo que se ha servido para cobrar ventaja en los primeros tiempos en cinco ocasiones. Que persevera sin reparar en lo que diga el marcador, hasta vaciarse. De momento, la apuesta le cunde. Abundan los antecedentes de tropiezos por contemporizar o quedarse a verlas venir. Valverde huye de todo esto. Morder arriba (dobló al Almería en faltas cometidas) y proyectarse a la mínima hasta invadir la zona de remate.
La incógnita latente versa sobre si este esperanzador impulso será sostenible frente a enemigos de primer nivel como los que vienen en fila. Bueno, por de pronto, los jugadores han podido comprobar la rentabilidad de practicar fútbol valiente y se ha hecho un acopio de puntos que concede tranquilidad. Puntos acaso menos valorados por la identidad de los rivales, pero irrenunciables para terminar el curso entre los seis de arriba.
EL DATO
1956. El Athletic suma 16 goles tras siete jornadas de la presente temporada en liga. Se trata del mejor registro goleador desde la campaña 1956-57, cuando los leones habían logrado anotar 17 tantos a estas alturas del curso.