de vez en cuando viene bien parar y reflexionar sobre cosas o situaciones que pasan desapercibidas o las damos por normales. Quiero referirme al fútbol de aquí, al guipuzcoano. Hablo de entrenadores, de técnicos que llevan las riendas de equipos situados en la zona alta de la tabla en Primera. Julen Lopetegui, Unai Emery, Imanol Alguacil. Se puede añadir al usurbildarra Andoni Iraola y si nos atrevemos un poco más a Jagoba Arrasate y José Luis Mendilibar, entrenadores con mucho recorrido en el territorio. Es una barbaridad que casi un tercio de los preparadores en Primera División pertenezcan a este humilde territorio. Buena parte de sus ayudantes, Mikel Labaka, Imanol Idiakez, Unai Mendia, Bittor Alkiza forman también parte del álbum de cromos giputxi. La lista se hace más completa con aquellos que viven experiencias más lejanas, bien como ayudantes, como encargados de porteros, como preparadores físicos. Si vamos bajando escalones, seguiremos encontrando más y más responsables de áreas y parcelas específicas.
Pudiera plantearse lo mismo con futbolistas, unos más mediáticos que otros. Los que juegan en Primera y Segunda División son conocidos, pero la lista de quienes compiten en las categorías Primera RFEF o Segunda RFEF se completa con aquellos que abandonan su hogar para experimentar sensaciones diferentes y de paso disponer de aceptables contratos. Hay quienes eligen India, Estonia, Estados Unidos, Colombia, Italia, Bolivia, Lituania, Bielorrusia, Finlandia... Toman una decisión para protagonizar una aventura. Los que son buenos cuentan con la suerte de ser elegidos y si demuestran sus condiciones están en la pomada. No son la mayoría. El fútbol guipuzcoano es una máquina en permanente estado de ebullición. Sigue fiel a su estilo, con unas señas de identidad muy claras que no debe perder. Los clubes son la base de todo lo que sucede después. Están en manos de personas altruistas, voluntarios que perduran en el tiempo, porque no es fácil encontrar relevos de compromiso. Hacen lo imposible para disponer de recursos con los que mantener viva la llama de sus colores.
A modo de anécdota. Por las cantidades que escribo entenderéis que ha llovido mucho desde entonces. Se jugaba en una población guipuzcoana un partido de Tercera. Las taquillas estaban abiertas. Sobre ellas, una enorme pizarra verde en la que figuraban los precios escritos con tiza blanca. La general de aquel encuentro costaba 25 pesetas. De repente, llegó el equipo visitante y detrás un autobús con seguidores. A velocidad de Usain Bolt salió el taquillero, agarró la pizarra, borró el precio previsto y escribió "General: 50 pesetas". Solo pude sonreír y reconocer el mérito indiscutible de cuantas personas forman parte de la base del fútbol guipuzcoano. Desde hace muchísimos años me siento cerca de ellos.
Háblales a estos de las entradas de San Mamés, de protocolos y lindezas semejantes, de porcentajes de asistencia, del derecho de admisión, del numerus clausus, etc. Se deben estar desternillando. Muchas veces da la sensación de vivir en otro mundo, tan lejano de las viejas realidades, que significaban cercanía y rivalidad. Una cosa no está reñida con la otra. La gente organizaba planes en función de los desplazamientos de su equipo. Cuando intuía que podía pasar por Ondarroa soñaba con el Penalty. ¡Qué sopa de pescado y qué merluza! No hacía falta ni mirar la carta. Era una taberna sin lujos en la que se comía que te mueres. Luego, lo que pasara en Zaldupe era otra cosa. Ahora el Amorebieta está en Segunda División, pero los partidos en el viejo Urritxe eran tremendos. Con el campo en cuesta, no es fácil olvidarse de aquellas tardes embarradas, posteriores a compartir mesa en El Cojo, que era parada obligatoria. Eso también pertenecía y pertenece al fútbol guipuzcoano. Como estoy en plan nostálgico, se acumulan sabores especiales. Los viajes a Ipurua, por la costa, sin autopista, a vomitona limpia entre Itziar y Deba o entre Getaria y Zumaia. El coche paraba un montón de veces hasta llegar a destino. La mesa del Chalcha nos esperaba y sobre ella una exhibición de poderío. Con la tripa llena, ya no me mareaba. Había destinos que no perdonábamos nunca. Con los años y con las obligaciones, el mapa del territorio se amplió a toda la geografía estatal. Viaja que te viaja cada dos semanas. En Bilbao, como en Gasteiz o Iruñea, todo dependía del horario del encuentro. A veces sí, a veces, no. Incluso, en alguna oportunidad, dependiendo de la tormenta. Que el camino está atiborrado de borrascas. La próxima se anuncia para este jueves en Anoeta.
Llegan los alemanes de Leipzig para disputar lo que considero una cita con aires de final. El que gane pasa de ronda. No hay más oportunidad. Estos son los partidos con los que disfruto de verdad, no con las kermesses. Pese a la tensión de un duelo a cara de perro, solo el hecho de competir con los mejores equipos continentales supone un plus para la entidad, para sus seguidores, para los medios de comunicación, para el territorio y. por supuesto, para los protagonistas que añaden una hoja más al currículum profesional. Estos son partidos para lucirse, tanto entrenadores como jugadores. En el encuentro de ida, la Real dio la cara. No se achicó, supo sufrir, aprovechar sus oportunidades y salir, tal y como escribí el día después, vivitos y coleando. Ahora, con el público de su lado, el que podrá entrar al campo, el que se apasiona con los suyos, empujará con todas sus fuerzas porque el equipo lo necesita. Todo hará falta. Espero un partido de los de coraza y kalashnikov en el que puede suceder cualquier cosa. Será bueno que el equipo se recupere del último varapalo, física y mentalmente. No cabe otra si quiere albergar opciones de seguir adelante en la competición.
Apunte con brillantina: Anoche se disputó un partido de liga en San Mamés. Antes se le llamaba derbi y se presumía de la confraternización de las aficiones. Esta vez fue imposible. Lo mismo que conseguir un buen resultado. La Real encajó cuatro tantos, todos en el segundo tiempo, dos de ellos a balón parado con notables errores en las marcas. Con anterioridad, Remiro detuvo un penalti melifluo de esos que estamos acostumbrados a sufrir en carne propia. Luego, las contras letales que aprovecharon los locales cuando el oponente acusó cansancio y desconcierto. Era previsible que sucediera.