El 13 de mayo de 2001 se rompió el gran sueño del PP vasco. Según casi todas las encuestas, incluidas varias entregas del CIS, su candidato, Jaime Mayor Oreja, llegaría a ser lehendakari en coalición con el PSE de Nicolás Redondo Terreros. Pero la lista de PNV-EA, encabezada por Juan José Ibarretxe, superó por un escaño a la suma de las dos fuerzas españolistas o, en su autodenominación, constitucionalistas. Los vestidos y trajes de fiesta que habían traído las principales figuras de lo que Xabier Arzalluz bautizó como Brunete mediática se quedaron en las maletas.
Un rápido vistazo a los resultados electorales desde entonces muestra a las claras que ahí empezó el declive. Los 19 parlamentarios que consiguió entonces Mayor Oreja han ido disminuyendo (incluso en los años en que estuvo ilegalizada la izquierda abertzale y los asientos eran más “baratos”) hasta convertirse en los seis actuales que cosechó Iturgaiz en una lista conjunta con Ciudadanos. Los mismos, por cierto, que obtuvo el propio Mayor en 1990, sólo un año después de la fundación oficial del PP español, acometida por José María Aznar, recogiendo los restos de AP, UCD y otros partidos que tenían más siglas que militantes.
María de los guardias
Con el tiempo, esa decepción fue minando la moral de la tropa y, si cabe, endureciendo el discurso, siempre basado en proclamas antiabertzales y en la asimilación de cualquier forma de nacionalismo vasco a ETA. Por ser justos, había una razón de peso: la banda había asesinado a siete militantes, desde dirigentes de renombre, como Gregorio Ordóñez (1995) a, sobre todo, concejales de a pie como Miguel Ángel Blanco (1997), Manuel Zamarreño (1998) o, el que cerraba la siniestra lista, Manuel Indiano (2000). Ello, sin contar innumerables tentativas que obligaron a que hasta afiliados modestos tuvieran que llevar escolta.
Eso llevó a la elección como presidenta de María San Gil, que dirigió la formación con mano de hierro y proclamas de trinchera que acabaron provocando roces con quienes veían necesario un cierto atemperamiento. La situación llegó a tal nivel de tensión que parte de sus compañeros del grupo parlamentario le retiraron el saludo. Finalmente, la donostiarra dimitió en 2008 y se convirtió en la más feroz crítica del partido en el que dejó de militar en 2021.
Basagoiti ‘Pop’
La dimisión de San Gil, dedazo de Mariano Rajoy mediante, abrió la etapa de Antonio Basagoiti, joven bilbaino de rancio abolengo pero con limitada experiencia política. Junto a otros miembros de su generación, como Borja Sémper, pretendió modernizar la imagen pública del partido dando entrada al colorido en la iconografía y a la música de la época. Fue el PP Pop, que descolocó y/o enfadó a la derecha mediática madrileña.
La redención de Basagoiti llegó cuando, tras las elecciones al Parlamento Vasco de 2009, celebradas en ausencia de candidaturas de la ilegalizada izquierda abertzale, sumó sus 13 escaños a los 25 del PSE-EE para propiciar el gobierno de Patxi López. O, dicho de otro modo, el desalojo del PNV de Ajuria Enea. La de los socialistas y los populares fue una asociación que nunca funcionó ni medianamente bien. Sólo les unía la pulsión antiabertzale o, según el eufemismo al uso, constitucionalista. Ya antes de la convocatoria de los comicios adelantados de 2012, el acuerdo había naufragado. Los mediocres resultados en las elecciones que devolvieron al PNV al gobierno marcaron el principio del fin de su mandato. Aunque no dimitió ni fue destituido, su desencanto era palpable. Anunció que no se presentaría a la reelección y cumplió. En mayo de 2013 cedió los trastos a Arantza Quiroga y abandonó la política. Desde entonces, trabaja en México como ejecutivo bancario.
Quiroga, lo imposible
La que había sido presidenta del Parlamento Vasco, Arantza Quiroga, tomó el relevo del bilbaino en un momento crítico para el partido. En octubre de 2011, ETA había anunciado el fin de sus actividades violentas y caminaba hacia su disolución. Con una sinceridad brutal, la irundarra llegó a afirmar que, sin ETA, su partido se había quedado “como desnudo”.
Pese a que era conocida por su discurso duro, en esta etapa quiso apostar por la apertura y lo demostró presentando en Parlamento una iniciativa para crear una denominada ponencia de “Libertad y Convivencia”, abierta a todos los partidos, incluido Bildu, la reciente nueva marca de la izquierda abertzale.
El atrevimiento le costó un duro enfrentamiento con la dirección estatal de su partido, que la obligó a retirar la propuesta. Quiroga lo hizo y, un segundo después, presentó su dimisión y abandonó radicalmente la política. En este tiempo no ha participado en ningún acto público... ni tiene intención de hacerlo.
Alonso y el karma
Uno de los que contribuyó con más énfasis a la caída de Quiroga fue su sustituto, Alfonso Alonso, que venía con la vitola de haber sido ministro del gobierno de Mariano Rajoy y era uno de los pesos pesados de Génova.
De poco le valió. Su mandato se caracterizó por discretos resultados electorales y por varias declaraciones que molestaron en Génova, como cuando criticó duramente a Rita Barberá o abogó por una mayor transparencia en su partido, justamente en la época en que estaba rodeado de casos de corrupción.
Su posición empezó a declinar en 2018, cuando se decantó por Soraya Sáenz de Santamaría como sucesora de Mariano Rajoy al frente del PP. El inesperado ganador de ese proceso interno, Pablo Casado, le “tomó la matrícula” y no dejó de torpedear su liderazgo en la CAV. El choque final fue en febrero de 2020, cuando en vísperas de las elecciones al Parlamento Vasco (que luego se retrasarían por la pandemia), Casado le anunció que el candidato a lehendakari sería Carlos Iturgaiz. En ese instante, dimitió y aceptó una oferta en la empresa privada.
Ese movimiento convirtió a Iturgaiz nuevamente en presidente accidental del partido. Era una solución provisional, y más todavía, cuando los cuchillos largos en Génova acabaron con Casado en la primavera de 2022 y entronizaron a Alberto Núñez Feijóo. Se daba por hecho que el gallego lo sustituiría inmediatamente, pero ha llegado hasta hoy.
Sin encontrar su sitio: unas presidencias nada cómodas
- Malos finales. Cuatro de los ocho presidentes del PP vasco no han acabado su mandato de la mejor manera. María San Gil, Arantza Quiroga y Alfonso Alonso se vieron obligados a dimitir después de diferentes enfrentamientos internos y, especialmente, con la dirección de Madrid. Antonio Basagoiti, un político de proyección, prefirió no optar a la reelección y aceptó una oferta para trabajar en México.
- Sin voz propia. Pese a que todas las cúpulas del partido han reivindicado siempre su autonomía frente a Génova, los hechos han demostrado sistemáticamente lo contrario. Cada vez que desde la CAV se ha pretendido marcar la diferencia –nunca con propuestas rompedoras, ojo–, el rodillo de Madrid se ha impuesto y ha cortado de raíz cualquier iniciativa que no cuadrase con las directrices de Génova. ¿Cambiarán las cosas con Javier De Andrés al frente?