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Auschwitz: 80 años del fin del horror nazi

Este lunes se cumplen ocho décadas de la liberación del mayor campo de exterminio nazi por parte del Ejército Rojo, un infierno creado por el Tercer Reich que acabó con la vida de más de un millón de personas, la mayoría de ellas judías
Vista de la valla alambrada del campo de Auschwitz durante la 'Marcha de los Vivos'. / Europa Press

Hace ochenta años, el 27 de enero de 1945, el ejército soviético consiguió liberar Auschwitz, un lugar que simboliza el horror extremo de la humanidad. Este campo de concentración y exterminio nazi se ha convertido en un recuerdo imborrable de las atrocidades cometidas durante el Holocausto, en el que más de 1,1 millones de personas, en su mayoría judíos, fueron asesinados. La liberación de Auschwitz marcó el inicio del fin de uno de los episodios más oscuros de la historia moderna.

Ubicado en la zona sur de Polonia, Auschwitz fue el epicentro del genocidio nazi. Desde su creación en 1940, este complejo evolucionó de una prisión para opositores polacos a una maquinaria de exterminio masivo. En él, las cámaras de gas y los crematorios se convirtieron en herramientas de muerte sistemática.

El complejo de Auschwitz estaba compuesto por tres principales subcampos: Auschwitz I, Auschwitz II-Birkenau y Auschwitz III-Monowitz. Auschwitz I era el centro administrativo, conocido por su entrada con la célebre inscripción Arbeit macht frei (el trabajo libera). En Birkenau, se encontraban las enormes cámaras de gas donde cientos de miles de personas fueron asesinadas con el pesticida Zyklon B. Monowitz, por su parte, albergaba una fábrica de caucho sintético operada por IG Farben, que utilizaba prisioneros como mano de obra esclava.

La fábrica de la muerte

Los nazis diseñaron Auschwitz con una eficacia escalofriante. Los prisioneros eran transportados en trenes abarrotados. Al llegar al complejo eran despojados de sus pertenencias y separados: los aptos para trabajar eran esclavizados hasta la muerte; el resto era enviado directamente a las cámaras de gas.

Las víctimas eran obligadas a desnudarse bajo el pretexto de una “ducha”. Una vez en las cámaras de gas, el Zyklon B se introducía a través de aberturas en el techo. La muerte llegaba en unos 20 minutos, mientras los gritos desesperados de las víctimas resonaban dentro de las paredes selladas. Después, los Sonderkommandos, prisioneros obligados a trabajar para los nazis, retiraban los cuerpos.

Entre las víctimas se encontraban judíos de toda Europa, junto con prisioneros polacos, soviéticos, gitanos, homosexuales y opositores políticos. La magnitud de las atrocidades era tal que las pertenencias de los asesinados, como cabello, dientes de oro y ropa, eran recolectadas y reutilizadas por el régimen nazi. En el sector conocido como “Canadá”, los guardias almacenaban estos objetos, reflejando la deshumanización extrema que definía el sistema de Auschwitz.

En 2005, la ONU proclamó oficialmente el 27 de enero como el Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto

Memoria viva de Auschwitz

El campo de exterminio de Auschwitz no solo fue el mayor símbolo de la barbarie nazi, sino también el escenario de historias de resiliencia como la de Albrecht Weinberg. Nacido en marzo de 1925 en el seno de una familia judía de Rhauderfehn, en Frisia oriental, su infancia transcurrió de manera apacible hasta que las leyes antisemitas le arrebataron la ciudadanía alemana. Desde entonces, su vida y la de su familia se convirtió en una lucha constante por sobrevivir.

La 'Noche de los Cristales Rotos', en noviembre de 1938, complicó aún más su situación. Albrecht recuerda cómo algunos vecinos participaron en los linchamientos a judíos mientras otros observaban desde sus ventanas. Sin recursos para huir, la familia fue desplazada a campos de trabajos forzados hasta llegar, en el año 1943, a Auschwitz, donde Albrecht trabajó durante dos años en una fábrica de IG Farben.

“¿Dónde estaba Dios?”, se pregunta Albrecht ante los medios de comunicación al recordar aquellos días. “Allí no había Dios católico, ni protestante, ni judío. Si Dios hubiese estado, Auschwitz no habría existido”.

Vías del tren llegando al campo de exterminio de Auschwitz Pixabay

El sufrimiento de Weinberg no terminó en Auschwitz. En 1945, fue trasladado al campo de Bergen-Belsen, donde los británicos lo encontraron con apenas 29 kilos de peso, entre una pila de cadáveres. A pesar de las cicatrices físicas y emocionales, Weinberg encontró en su testimonio una razón para seguir adelante.

Durante la última década se ha dedicado a compartir su historia con estudiantes advirtiendo sobre los peligros del odio y la intolerancia. “Deben tener cuidado de que no vuelva a suceder. Hay que sentarse a la mesa y resolver hablando las dificultades, pero no ponerse a asesinar”, remarca.

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A finales de 1944, con las tropas aliadas acercándose, los nazis intentaron destruir las pruebas de sus crímenes. Las cámaras de gas y los crematorios fueron demolidos, y decenas de miles de prisioneros fueron forzados a marchar hacia otros campos en condiciones realmente extremas. Muchos de ellos murieron en el camino debido al hambre, el frío o ejecuciones sumarias. Cuando el Ejército Rojo llegó a Auschwitz el 27 de enero de 1945, encontraron apenas 7.000 supervivientes.

Hoy, 80 años después, el antiguo campo de concentración se ha convertido en lugar de peregrinación. Cada año, millones de personas visitan este sitio para ver de primera mano las huellas de la barbarie.

27/01/2025