Austria celebra este domingo unas elecciones presidenciales con siete candidatos, más que nunca, entre los que hay rockeros, antivacunas y ultranacionalistas, pero ninguna mujer, y un pronóstico claro de quien será el vencedor: el actual jefe del Estado, el ecologista Alexander Van der Bellen.
El veterano político de 78 años llegó en 2016 a la presidencia tras un culebrón electoral de ocho meses que incluyó victoria por la mínima, impugnación y repetición de elecciones, con una ajustada victoria final ante su rival ultranacionalista, Norbert Hofer.
Las últimas encuestas le auguran ahora entre un 51 y 58% de los votos, menos que en agosto pero suficientes para ser reelegido en primera vuelta.
Van der Bellen, que se presenta como independiente, fue líder del partido Los Verdes entre 1997 y 2008, y aparte del apoyo explícito de su antigua formación tiene también el más o menos directo del gobernante Partido Popular (ÖVP), los socialdemócratas SPÖ y el liberal Neos, que no presentan candidato propio.
Por si fuera poco, el austríaco vivo más famoso del mundo, el actor Arnold Schwarzenegger, ha asegurado en un vídeo que votará por su "buen amigo".
Con todo, en contra del actual mandatario juega la posibilidad de una alta abstención y la insatisfacción con el Gobierno, formado por conservadores y ecologistas.
Los rivales a la derecha están aprovechando ese descontento, espoleado por la inflación, el coste de la energía y la inseguridad generada por la invasión rusa de Ucrania, identificando al presidente como parte de la elite política desconectada del pueblo.
De hecho, varios de los candidatos de la derecha han prometido destituir al Gobierno si son elegidos jefe del Estado.
Respecto a la gestión del presidente, un cargo representativo con pocas competencias ejecutivas, ha estado marcada por la pandemia, varias crisis de Gobierno, casos de corrupción y la situación generada por la guerra.
En estos convulsos seis años, Van der Bellen ha transmitido una imagen de hombre de Estado, irradiando tranquilidad y confianza, y apelando siempre a la unidad y a cerrar las brechas en la sociedad.
El apretado resultado de 2016 mostró la polarización entre una mitad del país apoyando a un candidato liberal, progresista, abierto a los refugiados y a la Unión Europea (UE), y uno ultranacionalista, crítico con la inmigración y eurocrítico.
Esas trincheras sociológicas se ahondaron durante la pandemia, entre quienes aceptaban las vacunas y las medidas de precaución por el bienestar general, y quienes las rechazaban como un ataque a la libertad individual.
De los cinco partidos parlamentarios, sólo el xenófobo y ultranacionalista FPÖ tiene candidato: Walter Rosenkranz, al que las encuestas dan un 16% de los apoyos, bastante menos que la intención de voto de su partido y muy por debajo del 46% que tuvo su correligionario Hofer cuando en 2016 perdió ante Van der Bellen en la segunda vuelta.
Pero las nulas opciones de ganar y las escasas de pasar a una segunda vuelta, si ningún candidato llega al 50%, no significan que para el FPÖ estas elecciones sean un fracaso.
El politólogo Peter Filzmaier, colaborador de la emisora pública ORF, opina que el partido usa las presidenciales para plantear temas que le pueden dar réditos en las importantes elecciones que se celebran en tres regiones en 2023, como la oposición a la inmigración, las críticas a la UE o el rechazo a las sanciones a Rusia.
Rosenkranz, de 60 años, tiene tres contendientes por el electorado más conservador.
Se trata de Tassilo Wallentin, excolumnista del diario amarillista Kronen Zeitung; Michael Brunner, fundador de un partido antivacunas, y Gerald Grosz, antiguo dirigente del FPÖ y estrecho colaborador del fallecido líder ultra Jörg Haider.
En el mejor de los casos, estos tres juntos llegarían ni al 20% de los votos.
A la izquierda de Van Der Bellen está Marco Pogo, líder de la banda de punk-rock Turbobier, presidente del Partido de la Cerveza, y alias artístico del médico Dominik Wlazny, nombre real del candidato.
Con 35 años es, con diferencia, el candidato más joven. Trae propuestas como que los ministros sean elegidos por una comisión que evalúe sus capacidades y afirma que, como jefe del Estado, estaría dispuesto a vetar el nombramiento de quien no fuera considerado apto.
Por último, y más inclasificable, es el empresario Heinrich "Heini" Staudinger, quien lo mismo proclama "haz el amor y no la guerra" que se opone a las sanciones a Rusia por atacar Ucrania, y ha llegado a asegurar, aunque luego se retractara, que la CIA se inventó el movimiento "MeToo" para enfrentar a hombres y mujeres.