Heroico. Trágico. Orgulloso. Complejo. Vehemente. Poliédrico. Inadaptado. Libre. Salvaje. Tormentoso. Figura romántica. Ciclista maldito. Rebelde. Irreverente. Glorioso. Genio. Loco. Visceral. Incomprendido. Español en Francia. Francés en España. De ningún lugar. Huérfano de raíz. Temerario. Desmedido. Refractario a los convencionalismos. Todo eso fue Luis Ocaña, que se disparó en la cabeza para acabar con su vida en 1994 en el cobertizo de su finca, en Caupenne de Armagnac.
Ocaña fue el hombre que nunca se dobló ante Eddy Merckx. El competidor que jamás se arrodilló. Siempre se recordará el día que sufrió una brutal caída en el descenso de col de Mente en el Tour de 1971. Estaba devorando a El Caníbal.
Ocaña le aventajaba en nueve minutos, pero se estrelló contra la fatalidad. Tuvo que abandonar. Nacido en Priego (Cuenca) Ocaña se coronó en 1973 en París. Conquistó media docena de etapas para culminar su obra maestra.
El Tour homenajeó la figura irrepetible de Luis Ocaña, el español de Mont de Marsans. Camino de Nogaro se alineaba Notre-Dame des Cyclistes, un templo ciclista. La iglesia, que se sitúa en la comuna de Labastide-d'Armagnac, es un museo del ciclismo. En la basílica reposan los maillots de los más grandes y también la bicis que elevan el ciclismo a un asunto celestial. Religioso. Un altar.
En esa catedral ciclista contrajo matrimonio Ocaña a cambio de sus maillots. Fue la condición que impuso el cura. El santuario ciclista francés se hermana con el de Nuestra Señora de Dorleta o Madonna del Ghisallo.
En territorio ciclista, el Tour también rindió honores a André Darrigade, 94 años, nacido en Narrosse. Campeón del mundo en 1959, el francés, que dio la salida, fue capaz de aposentar 22 victorias de etapa en su vitrina del Tour. Ni en ese ecosistema fue capaz el pelotón de honrar al ciclismo.
Philipsen puede con Ewan
Sólo la disputa caótica, peligrosa y arriesgada de los velocistas en el circuito de Nogaro se desmarcó de un día sin pulso competitivo. Se elevó la adrenalina entre las curvas, las caídas y los derrapajes del circuito de Nogaro, donde Jasper Philipsen tuvo más gas que nadie.
Sumó su segunda victoria consecutiva. La cuarta en su biografía veloz en el Tour. El belga, acelerado por el enérgico y tremebundo Van der Poel, logró el segundo laurel del Tour. Derrotó a Ewan, que se alargó lo que pudo. No fue suficiente. Philipsen le derrotó por media rueda. El belga es once centímetros más alto que el aussie.
Eso también le ayudó en el golpe de riñón definitivo. Jakobsen, otro velocista puro, rodó por el suelo y perdió el plano. No fue el único. A pesar de la anchura del circuito, los velocistas se agitaron en la misma baldosa, como si no hubiera espacio suficiente.
El frenesí convocó a la alta tensión y en las distancias cortas, se reprodujeron las caídas. Philipsen, sobre los hombros del colosal Van der Poel, evitó cualquier situación límite y celebró su segunda victoria consecutiva al esprint.
Etapa para el olvido
Antes del centrifugado y de las prisas, se colgaron las piernas de las perchas del barbecho después de los días ajetreados y gloriosos de Euskal Herria. Camino del circuito de velocidad de Nogaro reinaba la lentitud, cuando no, la desidia absoluta. Un oxímoron gobernaba el día. La etapa fue una neutralizada.
No se competía, se paseaba y se bromeaba. Se arrastraban los pies como en los días que nunca acaban de despertar, de serlo, tras las grandes juergas. Resaca. Se repantingó el Tour en el sofá. Cero estrés. Un spa de asfalto.
Nada de jadeos. Risas, cháchara y charlas infinitas. Tenía el pelotón la actitud nula, la de una huelga encubierta. Nada ocurría salvo la nada. El tedio. El aburrimiento dando pedales. Indigesta la travesía. Vergonzante.
El nivel de holgazanería cotizaba al alza en el parqué bursátil de la decadencia. Una falta de respeto para los aficionados y para los patrocinadores que inviertan cantidades ingentes. El bochorno a cada metro. Soporífero.
Delaplace y Cosnefroy, dos franceses, se movieron. Cuestión de estado. La bandera francesa del Tour ondeaba. Algo de dignidad. La faltaba de tensión era una constante. Encefalograma plano. Monotonía. Inerte el Tour. Letargo y bostezos en la llanura. Al circuito llegó con media hora de retraso.
El pelotón despierta
Espabiló el pelotón a falta de 30 kilómetros de Nogaro para darle un hilo de vida a la jornada. El revoloteo del esprint y la premisa de cuidar a los mejores. Pello Bilbao, que quiere descubrir un Tour día a día, sin más pretensiones que el aquí y el ahora, guiaba a Bauhaus.
Un par de rotondas chasquearon el látigo. El Jumbo enfiló para blindar a Vingegaard, que se metió en el bolsillo de sus porteadores para pisar la zona de seguridad, la de los últimos 3 kilómetros. El danés y Pocagar asomaron juntos. Gemelos en meta.
El circuito, con el asfalto que muerde la goma, que agarra, tiró a más de uno al suelo. Cayeron Jakobsen Guarnieri, Zingle, Warenskjold y Luis León Sánchez. El italiano y el español tuvieron que abandonar por sendas fracturas de clavícula. Apuraban los ciclistas las curvas, rebañándolas como en una carrera de MotoGP.
El circuito era una caos de velocidad. Irrumpió como una estampida Van der Poel, que desbrozó la senda para Philipsen. Reprodujeron el patrón. Al igual que en Baiona. El neerlandés metió en su rebufo a Philipsen, que limitó la remontada de Ewan. Le negó. The Pocket Rocket se alargó, quiso estallar de alegría, pero le faltó media rueda para someter al belga. Bandera a cuadros para Philipsen, que acelera en honor de Darrigade.