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Polideportivo

Bardet festeja la dolce vita

El francés es el primer líder del Tour tras rematar la fuga junto a su compañero Van der Broek en una etapa atosigada por el calor en la que Vingegaard despeja dudas
Romain Bardet, de la mano con su compañero Frank van der Broek.
Romain Bardet, de la mano con su compañero Frank van der Broek. / Efe

En Rímini "nada es verdadero o falso, todo se imagina". Eso solía decir Federico Fellini, el gran cineasta italiano, que amó el cine, su gran pasión, en los pases de películas del Cine Fulgor de su ciudad natal. Con los ojos abiertos, trepando por la ventana de la imaginación, quedó prendado de los sueños. Esa infancia alimentó un mundo onírico y un modo fascinante para contar historias a través del celuloide.

Fellini fue Rímini hasta cuando se mudó a Roma. Siempre volvió el genio a su hogar, a su raíz, porque en realidad nunca se fue. Rímini era para Fellini "una dimensión de la memoria", un no lugar que invocaba a su infancia y juventud, a las postales de sus recuerdos mojados por el Adriático.

De ahí nació La dolce vita que relató Fellini y que elevaron al mito Marcelo Mastroianni y Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. Un cosmos donde se reflejaba lo onírico, el patetismo, la crueldad, la felicidad, la desolación, lo diferente, lo extravagante, la provocación, el humor, lo mediterráneo... y que permanece intacto en el imaginario colectivo.

A esa estirpe pertenece el Tour, fulgurante, a un dedo de julio. Otra fiesta para los sentidos que celebró Romain Bardet en su mejor victoria de siempre. Aquel que fue la gran esperanza francesa, el hombre que llevaba un país entero sobre la espalda, amaneció en el ocaso. Al fin de amarillo. El sueño. La utopía.

Romain Bardet, primer líder del Tour.

Romain Bardet, primer líder del Tour. Efe

El galo, crepuscular, en su último Tour, triunfó a través de la valentía y el trabajo de los mosqueteros del DSM en un día canicular, de sol asesino, que extendió el miedo y la precaución. En ese ecosistema hostil, se impuso el lema mosquetero: “Uno para todos y todos para uno”.

Alex Aranburu, sexto

Bardet, incrédulo, feliz, llegó a la costa de Rímini de la mano de Frank van der Broek, el último estandarte de la fuga. El hilo que conectó a Bardet con la gloria en un final trepidante. A Van Aert le faltaron unos segundos para levantar los brazos en el grupo de los mejores, en el que Alex Aranburu se subrayó en la sexta plaza y Pello Bilbao fue noveno.

En verano, en Rímini se celebró la vida. Al logro mayúsculo de Bardet, la emoción tintineante en los ojos, le abrazó una gran versión de Jonas Vingegaard, siempre presente en carrera, como si el drama no le hubiera quebrado en una curva maldita de la Itzulia. Para él también la dolce vita. “Estoy muy satisfecho de las sensaciones que he tenido, puedo mirar con optimismo las próximas tres semanas. Tengo piernas para luchar por la general, pero por la victoria es otra cosa”, dijo.

El danés, campeón de los dos últimos Tours, mostró su veta competitiva ante un Tadej Pogacar que optó por la prudencia. "Anuncian calor y creo que en el ascenso a San Luca puede haber más diferencia que la que hemos visto", argumentó el esloveno. Las señales entre Florencia y Rímini apuntan a que su duelo parece el de siempre, aunque el Tour apenas ha abierto el primer capítulo del serial que se presupone emocionante tras la puesta en escena del campeón y su equipo, el Visma.

En el invierno de Rímini, cuando languidece la algarabía, la tristeza se enreda entre las tumbonas, inertes, varadas, ballenas de plástico que vigilan un mausoleo adornado con sombrillas de playa clavadas para nadie.

En Le Rose, un hotel de la ciudad, un día de los enamorados de 2004, fue hallado el cuerpo sin vida de Marco Pantani. El Pirata, el último campeón del Giro y Tour en el mismo curso, falleció por una sobredosis de cocaína y antidepresivos en una habitación anónima. Gloria e infierno compartían colchón en Rímini.

Hacia el Mar Adriático partió el Tour desde Florencia, símbolo del Renacimiento y de la belleza stendhaliana. El lugar del regreso de Vingegaard, Ecce homo en una curva maldita de Olaeta, cuando se estrelló en la Itzulia, y una incógnita con el número 1 en la espalda. Un día de alto relieve, un friso con siete cotas y 3.600 metros de desnivel acumulado abrazaba al Tour. Un escenario hostil para el danés, en máxima alerta, con el nervio encendido.

Calor infernal

Con el espíritu que alimentan las clásicas, se desperezó el Tour. Le recibió el calor, agobiante, el sofoco de la canícula. Ion Izagirre se desabrochó de inmediato. Quería ventilarse.

El de Ormaiztegi, un ciclista sabio y tremendamente competente, se subió a la fuga del día y se empeñó en pelear por las cotas, donde se repartían onzas de gloria. Deseaba el maillot de lunares rojos, un tesoro.

Cavendish, vapuleado, libra el fuera de control.

Cavendish, vapuleado, libra el fuera de control. Efe

Crepitaba el asfalto, puñales de fuego clavados en las espaldas, atravesados los maillots de papel por el sol, implacable, inmisericorde. Un día en el horno. A más de 30 grados. Abrasado Mark Cavendish, el velocista que sueña con derrocar el récord de victorias de Eddy Merckx en el Tour (ambos empatados a 34 triunfos de etapa) se quedó en blanco. Lívido.

El inglés era un paso de Semana Santa, una saeta. Aplastado por el sol, ni el agua ni el hielo le aliviaban. Cuatro compañeros le acompañaron en el calvario. Una ejecución a pleno sol. Un sonámbulo que no pedaleaba. La agonía.

Deshidratado, palpaba el terreno. A gatas en cada cota, un muro de las lamentaciones desde la primera cota. Cada subida era un Stelvio para Cavendish, derribado por los golpes de calor, el dragón que a tantos quemó.

Ion Izagirre, durante la fuga del día.

Ion Izagirre, durante la fuga del día. Efe

Ion Izagirre, protagonista

Ion Izagirre, pizpireto, disfrutaba al sol recolectando cotas para su causa entre el Col de Valico Tre Faggi, Côte des Forche y la Côte de Carnaio. En la Côte de Barbotto, un puerto de segunda, con rampas tensas, los costaleros de Pogacar alimentaron la chispa para avivar el incendio, que se propagó con ferocidad. Ciclistas de cera: Gaudu, Buitrago, De Lie, Van der Poel, Laporte… a decenas. Hoguera en San Marcial.

El de Ormaiztegi se fue haciendo ceniza por delante. Desprendido de la fuga, relajó el pedaleo y se recogió. El acelerante del UAE activó a Vingegaard, solapado en la espalda de Pogacar. El pulso del Tour, el ajedrez, en el damero italiano del primer día. Nada de esperas. Lo soldados del esloveno preparaban el asalto, anunciado días atrás.

Vingegaard no concedía ni un palmo. Roglic, Evenepoel y Carlos Rodríguez no perdían detalle. El Tour, cruel, era una mesa de autopsias. Los antorcheros de Pogacar contemplaban con orgullo los estragos del ceremonial. Esperaba San Leo, 4,6 kilómetros al 7,7%. Otra empalizada para un pelotón menguante, doliente. Un árbol de hojas caducas buscando aire para respirar.

UAE y Visma se miden

Vingegaard ordenó a los suyos marcar la pauta. Marcha marcial. El efecto psicológico para resolver las dudas. El Visma no estaba dispuesto a postrarse. Pello Bilbao, Mikel Landa y Alex Aranburu continuaban el paso en la quinta cota de la jornada.

Abrahamsen y Madouas mantenían firme la bandera de los irreductibles de la fuga. En la Côte de Montemaggio, Bardet y Van der Broek, superviviente de la fuga, se unieron al dúo. En mayoría, el francés y el neerlandés concentraron las fuerzas del DSM. Enorme la estrategia. Valiente.

Ben Healy, siempre inquieto y osado, surgió de la foresta del grupo que encolumnaba la muchachada de Vingegaard. Sufría Juan Ayuso, agobiado. La Côte de San Marino, con su atribulada belleza, era el último golpe de realidad. A Healy se le agotó la batería.

Bardet y Van der Broek continuaban con su sueño en un debate cerrado con el pelotón, cada vez más voraz. La jauría no pudo con la esperanza. La poesía se impuso al verso. Bardet festeja la dolce vita.

2024-06-30T16:27:03+02:00
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