El aroma de café recién hecho siempre flota en el ambiente. Mercedes, que vive en esta residencia desde hace varios años, ofrece a la visita una taza y, para acompañarla, una de las magdalena que acaban de sacar del horno. Junto a la ventana, Virginia sonríe cuando ve a las vacas que pastan por las cercanías. “Le encanta mirar cómo pasan los coches, las campas...”, explica Eunate Luzuriaga, la psicóloga de la residencia Loiu Gurena. En las primeras tres unidades convivenciales que se han habilitado en el centro de la mano de la Diputación reina un ambiente de lo más familiar, muy cercano; desprenden sabor de hogar y los ritmos, espacios y actividades se han adaptado a los gustos de los residentes. Quien quiere prepara una pizza, aprovechando las cocinas que se han instalado en cada una de ellas, pero lo mismo cepillan el pelo a una muñeca que escuchan su música favorita con unos cascos, enseñan a las auxiliares a jugar a las tabas, les cosen un botón perdido o se arrancan por bilbainadas. “Esta forma de organización nos ha permitido conocer más a cada residente, adaptarnos mejor a sus gustos y necesidades”, explica su directora, Marisol Couceiro.
Acudir a unas jornadas sobre las unidades convivenciales fue casi una revelación para Marisol, Eunate y Amaya Ayarzaguena, la coordinadora de enfermería, el equipo motor que ha transformado parte de esta residencia. “Nosotros ya trabajábamos por plantas, intentábamos rotar lo menos posible y pensábamos que con eso ya lo teníamos hecho, en el sentido de atención al residente”, reconoce, echando la vista atrás, la directora. “¿Qué nos van a contar unas personas que no viven el día a día aquí?”, se preguntaban con escepticismo. Y sin embargo, en aquellos cursos, en otoño de 2021, compartiendo teoría y práctica con los responsables de otros centros, descubrieron que era posible organizar el día a día en la residencia con otra mirada, más cercana, más de tú a tú. Esa organización en pequeñas mini-residencias, de no más de 25 personas, les cautivó y les faltó tiempo para ponerlas en marcha. Y no lo hicieron, contra toda lógica, con las personas que mejor están a nivel cognitivo, sino con las que tienen ya deterioro más avanzado. “Sería el lugar más lógico pero los residentes que pasan más desapercibidos son los que no piden nada, los que sientas en un sofá y ahí se quedan... Crees que las estás cuidando bien pero las puedes cuidar mejor. Tuve claro que tenía que ser con ellos; los que están mejor salen, entran, piden, protestan, pueden expresar lo que quieren”, defiende Marisol. Aunque autorizadas son únicamente tres, han extendido el modelo de funcionamiento a toda la residencia, “para no hacer distinciones”; donde antes había un salón para cuarenta personas, una estantería hace las veces de tabique imaginario para separarlo en dos de veinte.
Fueron necesarias obras arquitectónicas para separar las tres unidades convivenciales de la planta baja, con capacidad para 18. 23 y 25 personas; detrás de cada una de sus puertas hay dos grandes salones para que cada residente pueda elegir el que más a gusto se encuentra en cada momento, además de una zona de comedor y una cocina que se ha convertido en el centro de esta casa; lo mismo preparan talo con chorizo que rosquillas o un bizcocho casero. En una de ellas, Rosario Eguzkiza, que vive en esta residencia desde hace tres años, hace pizza por primera vez en su vida. “¿Ahora qué le tenemos que echar? ¿El maíz?”, pregunta mientras extiende la salsa de tomate sobre la masa. No faltan terrazas exteriores, muy concurridas con buen tiempo, con sus pequeños huertos que se han llenado de tomates este verano. Y un poco más allí, atravesando el pasillo, están las habitaciones, que cada residente organiza y adorna como más le gusta; la unidad es casi el espejo de cualquier piso al uso.
Máquina de coser
Pero los cambios más profundos son los que no se ven; al ser unidades más reducidas, las gerocultoras se familiarizan más rápido con los residentes y detectan antes sus necesidades. “No demandan mucho a viva voz pero las cuidadoras captan antes lo que necesitan para estar más a gusto”, explican estas profesionales. Ahora, por ejemplo, cada auxiliar es el profesional de referencia de entre cuatro y cinco residentes; conoce al detalle sus gustos, sus necesidades, sus inquietudes, su pasado o sus aficiones. “Se crea un vínculo más fuerte y bonito”, explica Eunate Luzuriaga, la psicóloga. Todo ello se recoge en la historia de vida de cada residente, que se escribe junto a la familia –preguntándoles hasta qué tipo de música les gusta para poder ponerles sus melodías favoritas con unos cascos– pero que reescriben cada día con pequeños detalles. “Descubren, por ejemplo, que un residente había sido ciclista y pueden ofrecerle ver una carrera en la televisión. El personal gerocultor tiene más protagonismo, están más informadas cuando llega una persona nueva y, al ser menos personas en los salones, pueden dedicar más tiempo a cada una”, la psicóloga. Así se dieron cuenta, por ejemplo, de que a Justa, que acaba de cumplir 105 años, le encanta peinar el pelo a las muñecas; le compraron una y ahora pasa horas y horas atusándole la melena, feliz. Una máquina de coser que compraron cuando descubrieron la afición por la aguja y el hilo de otra residente fue el germen para crear un taller de costura; incluso han dado alguna puntada a los uniformes de las auxiliares. “Les encanta, porque les hace sentirse útiles. Antes era una información que solo sabía el psicólogo. Nadie va a estar como en casa pero, ya que tienen que estar en un centro, por las necesidades que la vida le ha deparado, qué menos que sentirse lo más parecido a un hogar; que todos se sientan cómodo y tranquilo”, confía la directora. En otra de las unidades, un grupo de residentes juega al volleyball con un balón de playa, mientras otros ven la televisión, en la que suena el conocido Euritan Dan-tzan, de Gatibu. “Vamos a preparar algo especial para Navidad y así se van acostumbrando la canción”, explica Marisol. Cuando terminan, hay zumo de naranja para todos. “Puede ser de piña”, pregunta una mujer.
Los residentes pueden ahora recibir la visita de sus familiares como si estuvieran en sus propias casas; se quedan a tomar un café con ellos en el salón, participan en las actividades e incluso pueden quedarse a comer o cenar con ellos, en sus habitaciones, eso sí, por si alguno no se siente cómodo. “Todavía queda miedo al covid y muchos siguen usando los pasillos, que han sido estos años los lugares de visita. Pero queremos que esas visitas sean como las que le hacías a tu amama cuando vivía en su casa; si llegaban por ejemplo cuando estaba merendando, tenían que esperar a que terminara. Algunos ya lo están haciendo y les gusta mucho, se sienten muy cómodos”, expresa la directora.
Al detalle
¿Qué son? Unidades más reducidas y cercanas
Las unidades convivenciales son espacios de un máximo de 25 personas que se crean dentro de cada residencia, con sus propios salones, cocina y habitaciones. Permite ofrecer una atención más personalizada a cada residente y crear un entorno que sea lo más parecido a su propio hogar.
Usuarios Necesidad de apoyo más intensas
El perfil del usuario de estas unidades es mayor en edad, en dos años y medio (86) con respecto a los residentes de centros ordinarios. Son personas con necesidades de apoyo muy intensas y con capacidades funcionales y cognitivas más reducidas.
Plazas Más de 2.000 proyectadas o en marcha
Bizkaia tiene ya 2.081 plazas en unidades convivenciales con una ubicación determinada: 216 plazas ya están en marcha –como las de Loiu o Getxo–, 757 están autorizadas y otras 1.108 en proyecto.
Residencias
Dos nuevas en Sestao y Durangaldea
La previsión del departamento foral de Acción Social es construir dos nuevas residencias con unidades residenciales en Sestao y Durangaldea, con capacidad para 120 plazas.