No es fácil desintoxicarse. Hace falta constancia y compromiso. Mucho. Y esperanza. Mucha esperanza para no dejarse embaucar y volver a un pasado gris, mediocre e incluso despreciable. Bilbao, por ejemplo, ha sabido dejar atrás sus hazañas industriales; esas mismas que ensombrecieron el botxo durante décadas empobreciendo en muchos casos la salud de sus habitantes.
Y de un tiempo a esta parte está dejando atrás también el uso del coche privado, agente contaminante de primer orden en la villa en la actualidad. Y no solo por las emisiones de los ya famosos gases de efecto invernadero (GEI) que también, sino por el impacto acústico originado a diario por la circulación de miles y miles de vehículos por el callejero municipal.
En sus buenos tiempos, antes de la pandemia, las cifras apuntan a que de media más de 300.000 entraban y salían cada día de Bilbao, con puntos calientes como Abando o Indautxu. Unos flujos insoportables para la tranquilidad del viandante y el descanso del residente, e indefendible por cualquier administración local. Y es que la contaminación acústica se ha convertido en uno de los males endémicos de las sociedades modernas.
Sus afecciones a la salud física y mental son reales: pérdida de audición, insomnio, ... Y las evidencias científicas para frenar su propagación son de sobra conocidas: más transporte público sostenible, subirse a la bicicleta, usar coches eléctricos, andar, €. Por si acaso, y para no cargar toda la culpa en la población, Bilbao ha intensificado sus acciones para contener y mitigar el ruido provocado por el transporte, incluido el ferroviario, principal foco emisor y responsable de esa polución.
Aquel primer diagnóstico sobre la situación elaborado en 1985 se ha ido perfeccionando y, sobre todo, acompañando de medidas para desintoxicarse de ese veneno silencioso que recorre las calles en horario diurno, principalmente. La última ha sido subvencionar con hasta 10.000 euros la compra de furgonetas eléctricas para el reparto urbano de mercancías. Antes ha habido otras -la más destacada, la implantación de los 30 kilómetros por hora- y sobre la mesa ya hay más iniciativas encaminadas a convertir al botxo en una ciudad más sostenible y saludable, más amable y segura, y más silenciosa en la medida de lo posible.
Convivir con el ruido
Porque, como explica Álvaro Pérez, concejal de Movilidad y Sostenibilidad en el Ayuntamiento de Bilbao, "necesitamos saber convivir con el tráfico, pero con estas políticas podemos mitigar el ruido y llegar a unos límites aceptables". El problema es congénito, heredado de un entramado urbano apretado, en el que casi todos los edificios -residenciales o de oficinas- tienen tramos de asfalto a pocos metros.
Un modelo de ciudad que, no obstante, se ha ido transformando con discreción y disimulo: peatonalizaciones que han desterrado para siempre el paso de vehículos privados, rotondas que han ordenado y pacificado los flujos, estrechamiento de carriles para aplacar la fogosidad de algunos motores, pavimento en buen estado para debilitar los quejidos de cualquier coche,...
¿Lo próximo? Unas barreras antirruido que el Ayuntamiento ya tiene en mente para la avenida Maurice Ravel y que supondrán todo un cambio en la concepción de las pantallas acústicas que pueblan muchos tramos de carretera próximos a núcleos urbanos. Porque no basta con detener esa contaminación acústica. Se da un paso más y se propone crear una especie de anfiteatro que mire hacia las viviendas y nuevas zonas estanciales, arbolado,... En definitiva, integrar esas pantallas en la trama urbana y, de paso, generar paisajes sonoros positivos gracias a esas áreas verdes.
Hasta los badenes que tanto proliferaron -en puntos de Bilbao y en otros muchos de la geografía vasca- están siendo cuestionados por el propio Plan de Movilidad Urbana Sostenible (PMUS). El ruido generado a su paso no compensa; por no hablar del peligro para los servicios sanitarios de urgencias y las secuelas en los conductores profesionales de autobuses.
El próximo hito vendrá definido por el Mapa del Ruido 2022. El anterior, de hace cinco años [es el plazo marcado por ley] ha quedado desfasado. Sobre todo gracias a la influencia de esa medida pionera adoptada por el Ayuntamiento de Bilbao hace un par de años para limitar a 30 kilómetros por hora la circulación por el callejero de la villa. De hecho, eso ocurrió en septiembre de 2020 y a los seis meses la bajada en las mediciones ya era apreciable. Los primeros cálculos apuntan a un par de decibelios menos, tal y como avanzaron a DEIA fuentes municipales. La medición media era de 68,58 decibelios y medio año después ya había caído a los 65,74.
65 y 55 decibelios
"Tenemos un problema que es el ruido, pero es imposible que no lo haya. Queremos todo a la vez; las cargas y descargas, y la mensajería al momento y a la puerta del negocio o de casa, pero no queremos ruido,... Y compaginar todo es un auténtico quebradero de cabeza", expresaba el edil socialista. Voces autorizadas del Área de Movilidad y Sostenibilidad consideran que será muy difícil poder rebajar los decibelios de los umbrales fijados por la Organización Mundial de la salud (OMS): 65 por el día y 55 por la noche. "Esperamos estar en esos niveles" apostillaban, al tiempo que insistían en que "en una ciudad como la nuestra es muy complicado estar por debajo porque cualquier incidencia te puede disparar los registros".
Más allá de esa versión oficial, las alabanzas a la implantación de los 30 kilómetros por hora también han llegado desde los movimientos asociativos. Ekologistak Martxan destacó la reducción de la contaminación acústica y su contribución al despegue de la micromovilidad urbana en bicicleta. "Desde la limitación, en Bilbao no se han vuelto a producir los picos de gases de efecto invernadero por encima de los valores recomendables que se dieron en 2016 y 2017", zanjaban.