UN siglo de Bilbao, todo un siglo, es una barbaridad, dicho sea a la manera más txirene y orgullosa posible. Cien años de la villa son un retazo de historia cargado de maravillas y esfuerzos sin desmayo; de catástrofes naturales, guerras, cracks y momentos de esplendor sin igual. Y si un comercio ha sobrevivido en tan largo tiempo, habida cuenta de las leyes de la civilización moderna, cabe extraer una consecuencia muy sencilla: es un comercio honrado. No hay otra manera de sobrevivir en un pueblo que día a día precisa de los servicios de la calle. Honradez, el empuje que nace del trabajo, y un producto o un servicio, sean los que sean, que sacia las necesidades del vecindario, si me permiten llamarles así.
Biene al cabo esta reflexión, ahora que el Ayuntamiento de Bilbao, con el alcalde de la ciudad, Juan Mari Aburto, al frente, acaba de tributar un cálido y merecido homenaje a los comercios centenarios de la ciudad en el Salón Árabe consistorial. Algunos de ellos llevan consigo apellidos legendarios que resuenan como una estirpe de padres fundadores; apelllidos que relucen en el árbol genealógico de la ciudad. El propio alcalde tocó el timbre de la nostalgia. Habló de la esencia y tradición comercial de Bilbao; de recuerdos y olores a dulces de pastelería, de legendarias farmacias, de joyerías, de tiendas de ropa, tejido y zapatos; de despachos de lotería, y tiendas de perfumes, torrones, sombreros y txapela, flores o, qué sé yo, cristalerías.
Les alentó a que sigan al pie del cañon, les recordó que tienen futuro por mucha vida que llevan a sus espaldas. Al dirigirse a los 61 comercios de trayectoria centenaria, y ubicados en los barrios de Abando, Ibaiondo, Rekalde, Uribarri y Deusto, recordó que “son historia viva de la villa, trabajando de una manera única y con la misma filosofía e ilusión que cuando abrieron sus puertas. Generación tras generación han ido manteniendo su personalidad y profesionalidad adaptándose a los nuevos tiempos; con esta iniciativa queremos que sigan en nuestra ciudad otros 100 años más”. Se respiraba en el aire la fragancia de la emoción.
Todos los asistentes recibieron una distinción en forma de baldosa y un libro conmemorativo que recoge la historia de cada uno de ellos. Se lee como un diario del ayer, como un dietario que marca el día a día de la actualidad, como cuaderno del planes para el futuro.