Bolivia tiene el triste récord de ser el país de América Latina que ha sufrido más golpes de Estado. Sin remontarse más atrás, desde 1950, el país andino ha visto 23 asonadas, 11 triunfantes y 12 sofocadas.
La última, que también se va al censo de las fracasadas, fue el pasado miércoles. Las imágenes de una tanqueta embistiendo las puertas de la sede del gobierno, el Palacio Quemado –nombre popular que tiene su origen en un incendio que se produjo tras una asalto en 1875–, nos rejuvenecieron en el peor de los sentidos.
Retrocedimos a 1980, cuando el general Luis García Meza derrocó el gobierno interino de Lidia Gueiler para instaurar una dictadura sanguinaria y corrupta que encabezaría durante poco más de un año. Luego sería obligado a renunciar y sustituido por otro espadón de nombre Celso Torrelio, que también duró un suspiro.
Cuestión de cojo...
El que lideró la intentona de anteayer, el general Juan José Zúñiga, es perfecto continuador de esa ralea de milicos rezumantes de testosterona y ayunos del menor respeto por la voluntad popular.
Se notó a la legua en la casposa arenga en la que vociferó que “a las Fuerzas Armadas no les faltan cojones para velar por el futuro de nuestros niños”.
Luego, en lo que fue un patético remedo del enfrentamiento de Pinochet con Allende en Chile, Zúñiga se encaró con el presidente legítimo, Luis Arce, que le ordenó parar la insurrección.
Cautivo y desarmado, el uniformado ya no fue tan bravo. En lugar de asumir su acto, señaló a Arce como instigador. Según él, el mandatario le dijo el pasado domingo que la cosa estaba “muy jodida” y que había que “sacar los blindados” a la calle.
Según esa teoría, lo que habría buscado el mandatario en horas bajas era hacerse la víctima para provocar una reacción popular de solidaridad. Es tan retorcido que podría ser perfectamente cierto. No sería la primera vez que el que instiga el golpe es el que lo para; recuerden el 23-F.
Uno de los difusores de la hipótesis fue Evo Morales, antiguo compadre y hoy enemigo acérrimo de Arce. Fue el primero en insinuar que se trataba de un autogolpe y de culpar a quien le disputa la primacía de su partido.