Mundial

Borrachera de fútbol de España ante Costa Rica

España machaca con un juego deslumbrante que tradujo en siete goles a una Costa Rica incapaz de impedir que los de Luis Enrique exhiban sus cualidades asociativas de principio a fin
Los jugadores de la selección española se abrazan para celebrar uno de los goles.

España se desmarcó con una exhibición de la alternancia de mediocridad e increíbles batacazos que ha venido caracterizando las primeras fechas del Mundial. De víspera, Costa Rica había proclamado sin complejos su ambición, llegó a postularse como candidato a todo, manifestaciones recibidas con una mezcla de incredulidad y condescendencia, aunque el contexto de la propia competición le otorgaba el beneficio de la duda. Encima, en el mismo grupo, solo un rato antes Alemania se había dejado birlar un partido que controlaba con autoridad. Japón la había armado gorda, de modo que convenía desconfiar de los animosos ticos. A la hora de la verdad, se impuso la lógica y lo hizo por la vía del aplastamiento. Luis Enrique disfrutó como casi nunca en la banda gracias al alarde de coherencia y efectividad de sus hombres, que firmaron un triunfo espectacular.

La mayor goleada del Mundial fue la consecuencia de un rendimiento formidable combinado con un fracaso estrepitoso. España brindó la mejor versión de España y Costa Rica, sencillamente, no compareció. España jugó contra nadie y Costa Rica mostró una debilidad extrema. En ninguna previsión cabía vaticinar un 7-0 y sin embargo el desenlace aún pudo ser más escandaloso. Costará asistir a una experiencia similar en lo que resta de Copa del Mundo. Desde luego, a España le costará hallar en su camino un enemigo como el que tuvo delante este miércoles, pero que le quiten lo bailado. Ahora, quizá la labor de Luis Enrique deba orientarse a rebajar la euforia en el vestuario, pero qué mensaje puede transmitir a unos futbolistas que mostraron un nivel de compenetración e inteligencia máximos para desplegar un repertorio que rozó la perfección.

Escarmentar en cabeza ajena se antojaba una premisa aconsejable para afrontar con garantías el estreno y en este sentido nada cabe achacar a España, que entró en el partido con las ideas muy claras. Consciente de su superioridad se puso a desarrollar la clase de propuesta por la que se le reconoce y para la media hora había plasmado la mejor puesta en escena vista hasta la fecha en Catar. Aunque, cómo obviar el papel que interpretó Costa Rica, de una pobreza argumental impactante, impropio incluso de una selección menor. Hasta Jordania, el sparring que contrató España la pasada semana para soltar las piernas, ofreció una resistencia más consistente. Si aquello derivó en un entrenamiento de discreta intensidad, lo de este miércoles fue un paseo en toda regla.

Sería interesante conocer qué tenía en mente Luis Fernando Suárez cuando preparó el encuentro, cómo analizó al rival, qué les dijo a sus hombres o qué fue lo que estos entendieron. Porque por muy acertada que estuviese España, Costa Rica dio auténtica pena, sometida desde el primer minuto a un meneo de proporciones inimaginables, impotente para corregir siquiera levemente una tónica que España explotó a fondo con un fútbol académico, si bien dando en todo momento la sensación de que no precisaba pisar el acelerador para dominar, profundizar y rematar. Para qué apretar o desgastarse, pensarían los de Luis Enrique, si les bastaba con hacer lo imprescindible: quedarse el balón en propiedad, moverlo con sentido y madurar las situaciones que por simple inercia les acabarían conduciendo a los dominios de Keylor Navas.

No se caracteriza el combinado hispano por su pegada, pero este miércoles golpeó sin piedad, si bien fue evidente que eludió hacer sangre hasta que en el tramo final, con el impulso de la gente que salió del banquillo y el contrario hundido, machacó. Pronto anotó un par de aproximaciones a modo de advertencia y a la tercera, Olmo inauguró el marcador. Diez minutos más tarde, en vista de que el panorama permanecía inalterable, pues Costa Rica seguía de cuerpo presente sobre el césped, Asensio ampliaba la cuenta. Bueno, ese gol servía de antídoto para la sorpresa, si no que se lo digan a argentinos o alemanes.

Pero la cosa no quedó ahí. El rondo interminable de España siguió presidiendo el duelo, toca, toca y toca bajo la doble dirección de Busquets y Pedri, que se hartaron de dinamizar a sus compañeros sin recibir una mísera falta, prueba del total desconcierto en que estaba sumida Costa Rica. Así que, en medio del baile, fue posible que Alba, quien previamente había asistido en el 2-0, fuera víctima de un derribo reflejo del agobio que padecían a esas alturas los defensores ticos. Ferran engañó el portero desde los once metros y solo entonces España tuvo que gestionar una presión avanzada que tampoco le complicó la existencia, pero bueno. Se trataba del primer síntoma de rebeldía del oponente. Por fin, corría ya el minuto 38, hubo constancia de que en el campo había otra área, la que habitaba Unai Simón, dado que antes nadie vestido de blanco se había dignado a visitar al portero. Otra cuestión era ponerle a prueba, algo que no ocurrió.

La reanudación no alteró nada. Costa Rica recibió otra paliza, España aparcó toda tentación de relajamiento y fue construyendo un monumento al fútbol asociativo a base de fluidez y veneno en los metros decisivos.

24/11/2022