El corazón del diamante es carbón. Una inmersión en la minería. Tom Dumoulin, que fue una joya preciosa en el Giro, campeón en 2017 y segundo en 2018, bajó al pozo para recuperar su autoestima. Escapado por el túnel de orgullo, el neerlandés que muchos pensaron en su día que combatiría al imperial Sky, fue la pértiga que propulsó a su compañero Koen Bouwman a la gloria en Potenza. Un campeón al servicio de un gregario. Dumoulin, un gigante, se hizo más grande con ese gesto. Eso le mide como persona.
Probablemente jamás recupere el sello que le situó entre las grandes estrellas del ciclismo, pero posee la humildad, el decoro y la decencia intactas. Eso brilla más. Incomparable. La Mariposa de Maastricht fueron las alas que hicieron volar a Bouwman, que ejecutó a Mollema y Formolo en la picuda meta de Potenza. "No puedo describir lo que siento con esta victoria", dijo sincero el neerlandés tras alcanzar la meta, donde los favoritos para el Giro llegaron hermanados y Juanpe López disfrutó de otra jornada en el liderato. La dolce vita. La vie en rose. "Ha sido un día difícil para mantener el maillot pero he dado mi 100% para retenerlo", apuntó el líder.
Sentados sobre el bordillo muchos, mirando al mar otros, en Diamante, con los cascos puestos, los ciclistas tenían ese aspecto de respirar las últimas onzas de calma antes de la tormenta. En realidad se asemejaban a aquellos muchachos, a la carne de cañón de los generales, que jadeaban miedo, temor, pánico e incertidumbre en las trincheras a la espera de que sonara el silbato y se entregaran, como mártires de la crueldad, al fuego enemigo. Una prueba de fuego. Inhumana.
La trinchera era el hogar de los desesperados en el infierno bélico. El último aliento de vida para muchos. El campo de batalla era un cementerio. Uno recuerda aquella frase de Senderos de Gloria, la del general que lejos del frente, entre los mullidos sofás y los suelos relucientes del cuartel general, dice al coronel Dax, que guerreaba hombro con hombro con sus muchachos, aquello de "qué bien mueren sus soldados". En Diamante, los corredores se imaginaban una batalla cruel. La intuición difícilmente engaña. Los generales prefirieron esperar.
Dumoulin, Bouwman, Mollema, Villella y Formolo perseveraron después de la niebla y la oscuridad del comienzo, iluminado el callejón por los chispazos y los fogonazos, que fueron muchos. Una ráfaga de locura. El miedo, encarnado en montañas salvajes y crueles, provocó la huida. La terapia del shock. El Monte Sirino y la Montagna Grande di Viggiano, en el corazón de los Apeninos, mordieron con saña. Los favoritos se desabrocharon para refrigerarse en una etapa caliente, fogosa, dispuesta a derretir al líder, Juanpe López.
CALMA ENTRE LOS FAVORITOS
El lebrijano de rosa se apuró ante el ímpetu del Jumbo. Ordenó el caos el Ineos, tan metódica la muchachada de Carapaz. Landa y Pello Bilbao no perdieron detalle, siempre incrustados en el corazón del grupo de los patricios, en los que nadie de los favoritos se quedó lívido. Con el rostro enrojecido penaban Cavendish o Démare.
Los velocistas jugueteaban con el ábaco para calcular el fuera de control. Esa era su carrera, la de la supervivencia para encontrar más adelante días risueños en los que florecer. Mandaba la presión en el pecho, la agonía, el ejército de termitas que van rascando las piernas entre parajes bellos pero duros, crudos a pesar de los bosques, exuberantes y pintones, verdes y frondosos.
La Sellata tampoco dio respiro. Apretó aún más los gaznates. Era una exposición de muecas, incontenibles los rostros. Las narices chatas por el esfuerzo, los pulmones drenando arena. Villella se descolgó. Dumoulin se lanzó y Bouwman cayó al fondo. Mollema, con ese estilo tan suyo, agonístico y heterodoxo, se erizó. Baile de espasmos. Formolo cabeceó. Zarandeó la bici. Fue su respuesta al reto. Tomó unos metros en un montaña de lazos que cicatrizaban la ladera, plena de vegetación y árboles.
En la cima se soldaron todos. Con Mollema por delante y la ventaja controlada, Juanpe López descontaba los kilómetros para celebrar otro día de feria vestido de rosa. Alrededor del líder, los que opositan a todo en Verona, siempre cerca, en la intimidad, no se molestaron. El Blockhaus, la tremenda montaña del domingo, serena hasta a los más intrépidos. El Ineos acunó a los nobles.
TREMENDO DUMOULIN
En los aledaños de la resolución, Mollema, retorcido, se estiró. Le vio Bouwman, que le rastreó de inmediato entre la algarabía y el gentío en las calles de Potenza. Formolo se descubrió otra vez. A Dumoulin las aceleraciones le destemplaron el ánimo. Demasiada explosividad. Quebranto y quejido. Herido, pero en pie. Dumoulin no dimitió. Bizquearon de inmediato Mollema, Bouwman y Formolo, que no se fiaban de la Mariposa de Maastricht.
Aleteó lo suficiente para encolarse al trío, otra vez cuarteto. Regresó Dumoulin a escena para encauzar el asalto definitivo de su compañero. Lo llevó a hombros. El neerlandés fueron los muelles de Bouwman, que derrotó a Mollema y Formolo en el repecho de Potenza. Gritó Bouwman su alegría, que dedicó la victoria a Dumoulin. Le dio un abrazo sincero e intenso. El mejor premio. Bouwman honra a Dumoulin.