La noche del jueves en Abandoibarra le correspondió a Bulego, la última gran sensación del pop euskaldun junto a Zetak. Con apenas dos años de vida, se ha convertido en una de las bandas preferidas de la juventud vasca y en Aste Nagusia demostró el porqué. Su pop–rock electrónico y positivo, repleto de estribillos generacionales y tan bailable como lúdico y comprometido con la vida y la libertad, encendió la noche festiva con himnos juveniles como Pizten ari da, Bueltan da o las sensibles Gure izarrak y Ezer ez da berdina.
Les costó entrar en el concierto y calentar al público, pero cuando lo lograron Abandoibarra dejó imágenes impactantes como discoteca desenfrenada al aire libre y regada ocasionalmente por un tenue sirimiri. Al frente, Bulego, quinteto intergeneracional en su formación que tiene un líder claro al frente, Tomás Lizarazu, azkoitiarra de pro –orgulloso, aludió constantemente a la localidad natal de la banda–, guindilla en escena y que se ha dejado un bigote que incrementa su apariencia exótica.
Con él y su personal y aguda voz como ariete, Bulego estaba de vuelta en el escenario del Guggenheim y, al contrario que en su desangelada visita anterior, sí triunfó y se sintió a gusto en su ambiente, con una producción destacable y en horario nocturno, el que necesita su propuesta. Su nombre, en azul, se proyectó en la pantalla trasera cuando salieron al escenario con Egin dezagun dantza. No se puede ser más directo en su propuesta: “bailad como si fuera la última noche”. Y pusieron toda la carne en el asador lanzando otro dardo ganador, su famoso Pizten ari da, entre ánimos –“goazen Bilbo”–, coros catedralicios y sintetizadores nostálgicos de los años 80.
Les costó encender al público y a la noche, con un arranque sin apenas interacción con los fans a pesar de la melodía ganadora de la recientísima Suzko erroberak, que a los teclados herederos de OBK o Azul y Negro añadió arreglos cercanos al pop–rock con la guitarras del templado Rubén y de su hermano Tomás, que llevaba en bandolera e hizo presente por vez primera. El abrigo de la noche y su ritmo –muy similar al de Zetak en esta canción– no encendió aún fuegos artificiales entre los fans, que se empezaron a calentar con Datorrena datorrela, propulsada por la batería de Xabier Arrieta.
El elegante Tomás, que en esta ocasión optó por un pantalón de pinzas y una camisa de encaje transparente y con múltiples agujeros, se soltó y, siempre en euskera, destacó la vertiginosa ascensión, en solo dos años, de una banda que surgió en Azkoitia y ya toca en lugares emblemáticos como Aste Nagusia. “Kontzertu batean gaude eta gozatzera etorri gara”, lanzó antes de invitar a cantar y bailar a la chavalería, que aceptó el reto con Zuen alboan, ya lanzada. Biok, con los teclados de Itziar Beitia y las guitarras protagonistas, hizo mención al Kafe Antzokia y abundó en el desenfreno bajo el escenario cuando Tomás entonó “nire argia zu zara”
Bulego medió bien el tempo del concierto, que bajó con dos “canciones especiales”: la primera Gertu gaudenean –las cosas del enamoramiento– acariciada por una bonita línea melódica de guitarra, y las segunda, Gure izarrak, casi a pelo, voz y teclados, con un recuerdo para quienes nos han dejado recientemente, especialmente a aitites y amamas. “Parece que el cielo aguanta”, indicó Tomás antes de atacar Hirian y lanzarse como un kamikaze con la fusión de Hegan y Bagoaz.
Discoteca al aire libre
Como sucedió con La Oreja de Van Gogh, fue nombrar al cielo para que el sirimiri refrescara el momento. Fue tan tenue que no empañó la colaboración de la joven vizcaina Maren en el dueto con Tomás que convirtió Ezer ez da berdina en uno de los momentos de la velada gracias a su voz dulce y a esa fragilidad del amor roto juvenil y el paso del tiempo. El otro fue la conexión telefónica que el vocalista realizó para dedicar Entera daitezela a ¿su hija? con un claro mensaje de la necesidad de educar en libertad, tolerancia y diversidad, que anticipó la crítica posterior a la primera agresión sexual sufrida en fiestas.
Entre recuerdos y guiños a las comparsas, con mención especial a Pinpilinpauxa, el euskera, la necesidad de apoyar a la cultura vasca, reivindicaciones a la libertad individual y críticas a la homofobia y el racismo, Bulego se disparó en el bis, con el bajista Jon Larrañaga, entre botes, haciendo la competencia a Tomás, que lo mismo giraba como una peonza que bajaba a cantar entre el público, encendido ya, como la noche, por la luz de los móviles. Abandoibarra se convirtió en una discoteca desenfrenada con Kantu bat y Bueltan da!!! Y aunque también estaba de vuelta el sirimiri, a nadie le importó. “Zutik, beti aurrera”, se oyó en el agur, en plena comunión bailable de músicos y público con Locked out of heaven, de Bruno Mars.