Hacer un Demetradze. Dícese del futbolista, a menudo extranjero, que salta a un terreno de juego sin tener muy claro su cometido sobre el campo, por culpa de un escaso dominio del idioma o directamente porque es un satélite. La expresión tiene su origen, obvio, en aquel delantero georgiano que militó en la Real hace un par de décadas y que el 17 de junio de 2001 apareció por el césped de Anoeta ajeno a la que allí había montada. Con la afición txuri-urdin vitoreando la permanencia de Osasuna, el amigo Deme puso un empeño especial en marcar a los rojillos y lograr así el empate, ante el estupor general. Terminó la cosa 0-1, sin más sobresaltos. Pero la fulgurante salida del punta quedó para la posteridad en el anecdotario blanquiazul. Risas y cachondeo.
Demetradze solo jugó por aquí durante un año, en el que disputó catorce partidos y marcó un único gol, en un empate a tres contra el Sevilla. Así que puede decirse que el favor que le hizo a la Real, ayer en la Tacita de Plata, supone su mejor servicio para la causa txuri-urdin. Ganaron los de Imanol. Y hubo un futbolista del Cádiz, difuso él, que se marcó un Demetradze en toda regla, allanando de forma capital el camino hacia la victoria. Más adelante explicaremos cómo, porque se va haciendo tarde ya en esta crónica para no haber escrito aún en ella el nombre de Mikel Oyarzabal Ugarte. El fútbol es un deporte de errores. Los del rival hay que saber aprovecharlos. Y ahí estaba de nuevo el eibartarra, esta vez en el rebautizado Nuevo Mirandilla, para seguir a lo suyo después de las vacaciones de una semana que ha disfrutado durante el parón. Dos goles, tres puntos y a pensar en lo del jueves en Eindhoven. Se dice pronto. Es mucho.
el inicio
Comencemos por el principio. A la Real le costó ganar en Cádiz. Y es normal. Pero lo consiguió haciendo de la paciencia virtud, y también hallando casi siempre soluciones a lo que le planteaba el adversario. El antiguo Carranza asistió a una partida de ajedrez entre Imanol Alguacil y Álvaro Cervera, una batalla táctica en la que el oriotarra mostró una importante clarividencia y que, sin embargo, desequilibraría el mencionado despiste de un jugador local. Luego vamos a ello, porque sucedió en el minuto 70, y pasaron muchas cosas antes. Pasó que el técnico amarillo apostó por esperar a la Real con un 4-4-2 de actitud bastante conservadora. Pasó que, en el arranque, los guipuzcoanos conectaron fácil con Guevara y obligaron a un punta rival a emparejarse con el gasteiztarra. Pasó que el cuadro blanquiazul hizo daño con Oyarzabal por dentro, con balones largos a la espalda de la zaga y con la creación de superioridades en la zona de Portu, Silva y Gorosabel. Así, susto incluido (el palo evitó un autogol de Aihen en la segunda jugada de un córner), hasta que el entrenador local maniobró de forma paradójica: aprovechó la pausa de hidratación para intentar cerrar el grifo.
No había inquietado en exceso la Real durante los 30 primeros minutos. Un barullo en el área cuya principal opción de disparo estuvo en el inicio, cuando Portu no se atrevió a chutar con la zurda, supuso la principal oportunidad blanquiazul. Y lo intentó Isak desde lejos tras una falta que Oyarzabal había estrellado en la barrera. En cualquier caso, y sin suponer el encuentro un torrente de ocasiones txuri-urdin, el Cádiz no terminaba de encontrarse cómodo. Primero, porque los de Imanol controlaban casi siempre sus posibilidades de contragolpe, con lo que el cuadro andaluz solo podía correr cuando mediaban fallos individuales en la entrega. Y segundo, porque la variedad de las intentonas ofensivas guipuzcoanas le exigía una concentración y un despliegue a prueba de bombas, difíciles de sostener a lo largo de 90 minutos. Así que, durante ese tiempo muerto encubierto ideado solo para beber agua, pensó el míster local que podía resultar todo más sencillo si flotaba descaradamente a Le Normand en la salida de balón, con el resto del entramado manteniendo la posición desde emparejamientos más claros. De este modo, logró controlar mejor el tramo final de la primera parte.
En la caseta, durante el intermedio, Alguacil aceptó el reto. Vio que el Cádiz podía haber tapado vías de agua, pero que también existía la posibilidad de hacer muchas cosas a través de la única tubería disponible. Tras el descanso, Aihen empezó a ganar altura por la izquierda, ese sector en el que Le Normand levantaba la cabeza a sus anchas. También se movió por ahí Mikel Merino, intentando atraer al pivote gaditano que se le emparejaba. No fue extraño ver a Isak escorado a la zona, fijando al lateral diestro amarillo. Y completó la ecuación Oyarzabal moviéndose entre líneas, buscando el espacio libre para ejercer de pieza indetectable. La Real empezó así a encontrar ocasiones y pasillos cada vez más amplios, ante un rival fatigado por el paso de los minutos y cuyo entrenador decidió refrescar la primera línea de presión. A la hora de hacerlo, apostó por Osmajic, un punta montenegrino recién llegado de la liga de su país, para relevar a Negredo. La próxima vez recurrirá al balcánico y también a los servicios de un traductor.
una idea clara
Desde la famosa pausa de hidratación, el Cádiz estaba funcionando de forma muy clara. El propio Negredo se emparejaba con Aritz. El segundo punta, con Guevara. Y Le Normand recibía el esférico con tiempo para tomarse un café antes de dar el primer pase de la jugada. ¿Por qué defendían así los de Cervera? Quién sabe. Quizás estimó el técnico que el francés tiene peor salida que el beasaindarra. O posiblemente buscara obligar a la Real a atacar por la izquierda y no por el sector derecho, en el que los txuri-urdin ensanchaban más el campo. El caso es que, en el minuto 70, el amigo Osmajic se saltó el guion: abroncado por su míster un par de jugadas antes, después de una cómoda conducción del central francés, ni se le pasó por la cabeza la existencia del término medio y corrió a por Robin cual potro desbocado . Rubén Sobrino, encargado entonces del marcaje de Guevara, no salió de su asombro cuando vio al montenegrino apretar en el costado equivocado y, al instante, trató de corregir a su compañero con gestos ostensibles. Pero ya era demasiado tarde. Por primera vez en 40 minutos, Elustondo recibió el balón con tiempo y espacio.
¿Y a partir de ahí qué? Bien por Aritz, cuyo servicio resultó espectacular. Bien por Imanol, porque lo visto anteriormente apuntó nítidamente a los envíos largos y directos como alternativa trabajada durante la semana en Zubieta. Y bien por Oyarzabal, claro, quien antes de cabecear ya había visto adelantado al portero Ledesma con el rabillo del ojo. Gol. Lo más difícil ya estaba hecho. Pero luego la Real supo firmar otro logro igualmente complicado. Sabido es que el fútbol concede siempre o casi siempre una oportunidad postrera al equipo que pierde por la mínima. Así que los txuri-urdin prefirieron evitar sufrimientos sentenciando la contienda. Lo hicieron desde el punto de penalti, a través del propio Mikel tras brillante maniobra de Sorloth, ese delantero noruego que, solo con lo de ayer, también ha mejorado ya los servicios prestados por Demetradze. Qué buena pinta.
El Cádiz esperaba a la Real obligándole a salir a través de Le Normand, hasta que el punta Osmajic se saltó el guion y corrió a por el galo
Aritz recibió solo y asistió al 10 para que se hiciera justicia; les costó a los de Imanol, merecedores del triunfo en cualquier caso