la corrida de ayer
l Ganadería: Novillos de Juan Cruz, poco manejables en el último tercio salvo cuarto y sexto.
l Víctor Hernández, de granate y oro. Estocada contraia (saludos). Estocada desprendida (oreja).
l Jorge Martínez, de nazareno y oro. Estocada desprendida y un descabello (saludos). Pinchazo y estocada baja (silencio).
l Mario Navas, de azul soraya y oro. Seis pinchazos (silencio) Buena estocada (oreja).
bilbao
– Era noche casi cerrada en los cielos de la esperanza para la juentud del toro cuando cayó el rayo, la espada de Mario Navas que partió en dos a Cortés, el último utrero de Juan Cruz lidiado al filo de las nueve de la larga tardenoche en Vista Alegre. Fue la estocada del alivio en una tarde que se prolongó hasta las luces de neón necesarias para esas horas por la voluntad de los tres novilleros ayer presentes en un ruedo de Vista Alegre que ha clareado su faz (no sé bien porqué pero ya no sería correcto describirle como el “ruedo ceniciento de Bilbao”, cualidad que tanto juego a dado durante años...) y las dificultades de los utreros de Juan Cruz, seis novillos de complejas lecturas (hubo asperezas y desgana en las entregas de los astados, de eso no hay duda...) sobre los que los tres jóvenes se volcaron con hambre de gloria y un puñadito de carencias propias de la edad. Esa necesidad de abrirse paso, aunque fuese a dentelladas, provocó que el reloj rayase las tres horas de festejo y las dos orejas conseguidas a mordiscos casi, con Víctor Hernández y Mario Navas asomándose a los acantilados mientras arreciaba el sirimiri. La estampa recordaba un otoño cantábrico.
No era fácil bregar a contracorriete con la climatología ni con el comportamiento de los seis utreros (cuarto y sexto resultaron manejables en el último tercio pero no eran, digámoslo ya, ninguna maravilla...) y en esas tierras se movieron Víctor Hernández, Jorge Martínez (fue el más dañado en los sorteos: cuando rompió a llover en su primer turno mientras el toro calamocheaba y protestaba como un manifestante de mayo del 68 en cada embestida y cuando salió por chiqueros el bárbaro quinto, cargado de embestidas cortas pero llenas de mala leche...) y Mario Navas. Con la voluntad a raudales corriéndoles por las venas, los tres jóvenes se entregaron en cada faena, por mucho que hubiese novillos, como les dije, que no llevaban en su interior ni un ápice de bravura y sí complicados problemas de álgebra.
El primer cantar a favor de la tarde brotó de las muñecas de Víctor Hernández, quien se dio de bruces con Emperador, el cuarto de la tarde, un novillo de movimientos atrancados como carro de mudanzas y de ningún celo. Le aplicó Víctor entonces la receta de la suavidad, acariciándoles y dándoles masajes propios de un templo del relax para, mediada la faena , lanzarse a por el trofeo. Ese plan le resultó eficaz, por mucho que el reloj se le fuese más allá de la hora prudente. Dígaselo usted al muchacho cuando entró la espada al ralentí y cortó la primera oreja de la tarde. Su sonrisa no le cabía en la boca y el orgullo tampoco entraba en el pecho.
Ya les hablé en los comienzos de la estocada voraz de Mario Navas. Ese fue el matasellos de una faena sacada a trancas y barrancas de Cortés, un toro que se dejó, por decirlo de buenas maneras. Navas se había medido de salida con Alcohólico, un toro con aires de Telmo Zarra si nos detenemos en el puñado de cabezazos que lanzaba a cada acometida. El joven Mario bregó en mitad de la tempestad y llegó a la orilla fatigado de tanta pelea.
Cuando ya no eran horas, cuando ya todo estaba casi entre tinieblas, apareció en escena el último de la tarde, el ya citado Cortés. Fue entonces cuando Mario recordó que sí, que tal vez el talento sea una llama pero que el genio es puro fuego. Ya con el capote desplegó momentos de buen gusto para el paladar pero en la muleta lo suyo fue otra cosa: un embestirle al toro para sacarle muletazos con tesón, quizás un punto más aspero de los que le hubiesen cabido a un animal que se dejaba acariciar, es un decir, como un gato de angora. Mario tenía hambre de triunfo y no quería dejar pasar la oportunidad. Llevaba prisa en su viaje a la gloria. Tanta que cuando llegó la hora de los aceros se lanzó con vértigo para ¡zas! cazar al vuelo una estocada mortal de necesidad. En Vista Alegre quedaban ya pocos testigos –menos, aún, de los que estamos viendo este año...– pero se aplicaron en la demanda. Pedían para el chaval una oreja para que no se fuese de vacío en una tarde donde los novilleros, cada cual en sus circunstancias y con sus poderes, tuvieron que nadar contracorriente. No puede decirse que fuese un espectáculo bello porque no había materiales para ello pero lo que sí es indudable es que los peros fueron más para las reses que para tres hombres que empiezan a hacer camino en las tierras del toro. l
La corrida de hoy
l Ganadería. Toros de Garcigrande de habitual juego intenso.
l Miguel Ángel Perera. El diestro extremeño acostumbra a dejar impronta con su toreo sobrio .
l Ginés Marín. Se trata de uno de los pocos toreros que regresan a Vista Alegre tras su actuación de 2019.
l Ángel Téllez. Se presenta como matador de toros en Vista Alegre tras una temporada intensa.