No es la calle más sanferminera ni la que uno mostraría a unos recién llegados para que conocieran de cerca el ambiente que se respira en Pamplona entre el 6 y el 14 de julio de cada año, lo que hasta cierto punto puede resultar sorprendente dada su privilegiada ubicación junto a la Plaza de Toros, en pleno meollo de la fiesta, cerca de todos los sitios.
En realidad no lo ha sido nunca, aunque a principios de los años noventa la calle Amaya viviera una explosión festiva entorno al bar California, el actual Cali, con un completo programa de actividades durante los Sanfermines que incluía un chupinazo propio, torico de fuego, charangas, verbenas en la calzada y hasta ‘pobre de mi’.
Pese a los vaivenes que sufrió en la legislatura pasada por los continuos cambios que introdujo el Ayuntamiento, la calle Amaya ha sabido conservar su identidad y su imagen, que la han convertido con el paso de los años en una zona de tránsito entre el bullicioso Casco Viejo y el tranquilo II Ensanche, el camino de ida habitual para los que van a la búsqueda del jolgorio y el de regreso para los que se retiran de la fiestas nocturnas.
Como una persona mayor respetable y de buena presencia, la calle Amaya ha sabido adaptarse al paso de los años con elegancia, sin excesos, con unos retoques aquí y allá que le han ayudado a mantenerse en buena forma. La parte baja de la calle, en la confluencia de las calles Estafeta y Cortes de Navarra, es la que más afluencia de personas registra durante estos días.
Adriana Delgado lo sabe bien. Regenta el establecimiento La Botería desde hace una década, lo que le obliga a mirar las fiestas desde detrás de la barra.
“Tenemos la ventaja de estar frente a la plaza, lo que nos sitúa en pleno centro de los Sanfermines. Comenzamos a trabajar las 6 de la mañana preparando desayunos para la gente que va a ver el encierro, luego viene el momento del vermut y por la tarde la entrada y salida de los toros. En esos momentos no paramos, sobre todo con los gintonics y los mojitos que preparamos de forma artesanal” comentó la hostelera.
Pese al bullicio y el continuo tránsito de personas que circulan por ahí en los días y noches sanfermineras, asegura que la calle Amaya “es tranquila y limpia. Es como estar en casa y nosotros procuramos que los clientes así lo perciban. No subimos precios, servimos en vasos de cristal y tenemos buen ambiente todo el día” comentó la responsable de La Botería.
Su padre, Koldo Delgado, cree que la fiesta, poco a poco, ha ido mejorando. “De unos 10 años a esta parte he observado que la gente es más civilizada, que se porta mejor. Me refiero a las personas de Pamplona, porque con los de fuera te encuentras de todo”.
Es consciente de que la privilegiada situación de su local ayuda y que mantener un buen servicio con su clientela es la mejor garantía de futuro. “Es un sitio para disfrutar y creo que es adecuado para traer a un amigo de fuera a pasar un rato agradable” señaló Koldo Delgado.
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Un poco más arriba se encuentra El Cali, que todavía conserva en su fachada el antiguo cartel del bar con el nombre de California.
“ Las fiestas por esta zona son tranquilas, con gente del barrio: por primera vez vamos a cerrar por las tardes" ”
Ramón Otazu - Bar Cali
Ramón Otazu, su actual propietario, asegura que las fiestas transcurren con mucha tranquilidad, principalmente en el horario del vermut y las comidas. “Este año vamos a cerrar por las tardes porque no merece la pena tener abierto el local. La clientela es la habitual, la gente del barrio, y todavía se acercan personas que preguntan por las fiestas que se organizaban hace años. Fue una buena iniciativa, pero las trabas burocráticas hicieron inviable que pudieran continuar. Creo que hay que hacer más por los hosteleros y comerciantes de los barrios”.
Uno de los asiduos a las fiestas del Cali fue Juan Cruz Alli, expresidente del Gobierno de Navarra. A sus 80 años recuerda con detalle episodios y nombres de los protagonistas de aquellos momentos, como José Luis Guillén o el pelotari Sebastián, mientras se suceden las anécdotas.
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“El origen estuvo en un grupo de alumnos de Escolapios que con la ayuda del Cali, de vecinos y gente del mercado comenzaron a organizar actos. Estaba pensado para la gente del barrio, para las familias, pero acabó cogiendo mucho protagonismo y atraía a muchos pamploneses”.
El maestro Manuel Turrillas, padre de su mujer Loli Turrillas, era uno de los asiduos: “Solía decir que el ambiente del California era lo que más le gustaba en los Sanfermines, por ser familiar, con la gente de casa. Iba casi todos los días” comentó Juan Cruz Alli.
Según recuerda, entre los que montaban aquel sarao festivo formaron una improvisada banda musical con turutas, organizaron conciertos y animaban la calle durante buena parte del día. “Son varias generaciones las que vivieron aquellos momentos. Los que conocimos las fiestas del Cali no las olvidaremos nunca”.