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Cambio climático: ¿Puede incidir en la actividad sísmica y provocar terremotos?

Fenómenos meteorológicos extremos podrían estar sacudiendo el suelo bajo nuestros pies, según apuntan expertos en geología
La península de Noto, en Japón, un mes después del terremoto de principios de este año. / E.P.

En los últimos años, el cambio climático ha dejado de ser una preocupación muy lejana para convertirse en una realidad que afecta nuestras vidas cotidianas. Desde tormentas más violentas hasta olas de calor intensas, la naturaleza parece estar llamando nuestra atención. Aunque hemos avanzado en la predicción de fenómenos meteorológicos y en la comprensión del clima, los terremotos siguen siendo uno de los fenómenos más impredecibles y devastadores.

A priori ambos fenómenos parecen no tener relación. Pero, ¿y si te dijéramos que el cambio climático, podría también estar detrás del aumento de la actividad sísmica en ciertas regiones del mundo? Esta idea ha encontrado respaldo en recientes investigaciones científicas de todo el mundo, cambiando la comprensión sobre cómo interactúan el clima y la corteza terrestre.

El concepto del ‘tiempo sísmico’ 

La relación entre las condiciones meteorológicas y los terremotos no es un tema nuevo. De hecho, desde los tiempos de los antiguos filósofos griegos como Aristóteles, la humanidad ha intentado encontrar conexiones entre el clima y los terremotos, especulando sobre un posible ‘tiempo sísmico’. En aquella época, se creía que las condiciones meteorológicas específicas podían predecir la actividad sísmica. La teoría inicial sugería que los pequeños temblores eran causados por la presión del aire en las cavernas subterráneas y que los grandes terremotos ocurrían cuando este aire lograba perforar la superficie terrestre. 

Aunque la ciencia moderna ha desmentido muchas de estas teorías primitivas, estudios recientes sugieren que, si bien no existe un ‘tiempo sísmico’ en el sentido tradicional, hay aspectos del cambio climático que podrían influir en los terremotos.

¿Cómo es esto posible? Los investigadores están explorando cómo fenómenos como el derretimiento de los glaciares y los fenómenos meteorológicos extremos podrían estar contribuyendo, directa o indirectamente, a desencadenar actividad sísmica. Esta actividad de origen climático es conocida dentro de la comunidad cienfíca con el nombre de climatequake (terremoto climático).

Un caso cercano es el ocurrido en el año 2013 en la sierra del Perdón (Nafarroa). El 14 de febrero de ese año comienza una actividad sísmica de una densidad nunca antes conocida, salvado lo sucedido en el primer llenado de Itoiz en el período 2004-2008, que duraría hasta el verano. Hubo dos terremotos relevantes, con una magnitud de 4,2 en la escala de Richter, que se sintieron en el sur de Pamplona, pero también en toda Navarra y en comunidades limítrofes.

 El geólogo Antonio Aretxabala sostiene que las lluvias que cayeron durante el invierno de aquel año tuvieron un “papel muy importante” en los movimientos sísmicos registrados en la zona. Además, señala que la sismicidad en la Comarca de Pamplona muestra un patrón “extraño” o “peculiar”, con enjambres de terremotos y eventos sísmicos cuyos epicentros no se corresponden con las fallas geológicas conocidas.

En este contexto, destaca la teoría de que el clima podría estar influyendo en la sismicidad. Según esta teoría, los terremotos en zonas “intraplaca”, como en Navarra, podrían estar relacionados con una “hidrosismicidad” influenciada por variaciones climáticas extremas. Según investigaciones del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y el propio Aretxabala, las intensas lluvias disolvieron las sales del suelo, cambiaron las condiciones tensionales y además generaron un efecto de “lubricación” en las fallas, que contribuyó a que se generase aquel enjambre sísmico.

Además, el geólogo menciona que, durante el invierno y parte de la primavera de 2013, Navarra experimentó numerosos deslizamientos de tierra y derrumbes de muros, lo que refuerza su idea de que “el agua jugó un papel muy importante” en la sismicidad inicial de la Sierra del Perdón, que se fue extendiendo a toda la zona oeste.

Aretxabala habla también de la existencia de una “sismicidad foral” que se caracteriza por ritmos de actividad más amplios que en el sureste peninsular, con un terremoto “moderado” cada década y uno “importante” cada dos o tres.

En 2017 los terremotos volvieron a sacudir a la capital de Navarra, esta vez desde el norte. El 10 de marzo comenzó otro enjambre con cerca de 200 terremotos en la zona de Olabe que duró hasta el otoño.

Influencia del deshielo glaciar

Estudios recientes han mostrado que el deshielo glaciar también puede estar vinculado con la actividad sísmica. A medida que los glaciares retroceden, la presión que ejercen sobre la corteza terrestre disminuye, haciendo que la tierra se eleve y se mueva. Este movimiento denominado “rebote elástico” puede liberar tensiones acumuladas y, en algunos casos, desencadenar terremotos.

El caso del terremoto de magnitud 7,8 en la Bahía de Lituya, Alaska, en 1958, es un claro ejemplo de ello. Los científicos encontraron evidencias de que la pérdida de hielo cerca del Parque Nacional Glacier Bay influyó en el momento y la ubicación de los terremotos de gran magnitud en la región. De manera similar, en otras partes del mundo, como Escandinavia y Canadá, la retirada de los glaciares ha coincidido con una mayor actividad sísmica.

Pero el impacto del cambio climático en la actividad sísmica no se limita al deshielo de glaciares. Investigaciones recientes del Instituto de Ciencias de la Tierra de la Academia Sínica en Taipei, Taiwán, han mostrado un vínculo entre los tifones que azotan la isla y la generación de pequeños terremotos. Estos ciclones provocan una caída brusca en la presión atmosférica, lo que podría ser suficiente para permitir que las fallas se muevan más fácilmente, liberando la tensión acumulada y provocando temblores.

Científicos de la Universidad de Miami han observado que, en algunas zonas tropicales, los grandes terremotos suelen llegar después de huracanes o tifones excepcionalmente húmedos. Un caso trágico fue el devastador terremoto en Haití en 2010, que se cobró la vida de hasta 220.000 personas. Se cree que las intensas inundaciones redujeron el peso de las fallas subterráneas, facilitando el movimiento tectónico que desencadenó la catástrofe.

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En Japón, cientos de pequeños terremotos han sacudido la región de Noto desde finales de 2020 sin una causa clara que los desencadene. Investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts han descubierto que estos terremotos están sorprendentemente relacionados con ciertos cambios en la presión subterránea, influenciados por fenómenos meteorológicos adversos como precipitaciones y fuertes nevadas.

A medida que el cambio climático se intensifica, es posible que aumente la frecuencia y severidad de estos fenómenos, lo que podría provocar una serie de reacciones sísmicas de consecuencias impredecibles.

02/09/2024